-¡Has crecido demasiado desde la
última vez que te vi, jovencito!
-Tenía catorce años.
-Bueno, en tres años y algo un
hombre puede cambiar demasiado. ¿Y ya diste tu primer beso?
-¿Es enserio? –pregunté al hombre
que cuidaba la entrada y que parecía contener la risa ante la estupidez que
acababa de preguntar el jefe de mamá. Llené mis pulmones con aire y sonriendo
forzadamente me limité al responderle -. Hace demasiado tiempo. Cabe mencionar
que mi vida sexual es un tema aparte a pesar de lo demasiado activa que está a
pesar de ser tan joven.
-¡Sascha! –susurró mi madre al
ver que el pobre viejo empezaba a atragantarse con su infusión de gusanos
totalmente asquerosa y que yo había tirado (en un descuido de él) a las plantas
más cercanas haciéndoles un guiño a los guardias mientras estos sonreían
divertidos.
-La juventud ha cambiado, madre.
Y no hay que dejar que Pantera se quede adherido al pasado porque no le
conviene –le respondí con toda la calma cuando el viejo se dio la vuelta para
verme. Mamá, sabiendo que sólo bromeaba, sonrió divertida del extraño acento
que utilicé.
-¿Tan pronto manejas temas… así?
¡Yo a tu edad recién conocía lo que eran las prostitutas pero jamás me atreví a
estar con una! Guau… me has impresionado bastante, chiquillo –Este viejo se ha
perdido de todo. Apuesto a que con suerte ha oído hablar de la primera edición
del kamasutra, del sexo vainilla, y que nunca ha visitado un Sex Shop.
Odiaba verlo. Era como ver a una
versión delgada de San Nicolás y con anillos de oro y trajes negros o blancos.
Pantera Negra… ¿de dónde habrá sacado ese ridículo apodo? Es como llamarse
“osito cariñosito”, “ratón Jerry” o “rosita fresita”… ¡una mariconada de apodo!
Y aunque en sus tiempos debió estar de moda, los apodos son removibles por lo
que no justifico su falta de creatividad.
Desde que tengo memoria, Solarin
nunca fue me mi completo agrado. Solía mantenerme distante y atento a los
movimientos de mamá en busca de su protección, quizás se debía a que siempre
solía tener problemas en las distancias zonales con las personas que no conocía
o simplemente no me agradaban. En otras palabras, no me gusta que nadie cruce
mi zona privada ni mucho menos personal. En fin, Pantera me parece un viejo con
cara de depravado sexual, pervertido y odioso. ¿Qué tan cierto es eso? No lo
sé, pero me conformo con que mamá no sea de su tipo.
-Bien, iré al grano. Un pajarillo
por ahí me ha contado que deseas ingresar y ser espía… trabajar para mí después
de un largo e intenso entrenamiento.
Ella se lo dijo, y su cara de
supuesta distracción, lo decía todo… ¡Pensé que ella no quería que ingresara! Ella quería que tratara de ser lo más normal posible porque no quería que mi
vida se basara en manchar mis manos con sangre y ver cadáveres constantemente…
no quería que fuera a su definición de infierno. ¿Qué la hizo cambiar de
opinión así de drásticamente? Realmente las mujeres –en especial las
madres- son difíciles de comprender.
-¿Con que un pajarillo, eh? Esos
son términos infantiles, Pantera. Además, las cosas se dicen por su nombre si
mal no recuerdo –touché. Una indirecta para mamá, quien me observaba atenta y
calculadoramente mientras su labio se convertía en una suave línea rosa y se
cruzaba de brazos.
-Sin embargo tu madre no parece
tomárselo muy bien… ¿o me equivoco? –Humm… muy observador el viejo. Miro a mamá
y sonrío falsamente en su dirección, seguramente cuando lleguemos a casa, me
ganaré el reto de la vida por ser irrespetuoso con ella frente a su jefe.
Malditas apariencias de familias quebradas-perfectas.
-El que decide a los dieciocho
seré yo, no ella, y mamá lo sabe perfectamente –me encogí de hombros moviendo
impacientemente mis piernas que ardían por salir de ese maldito lugar.
-¿No piensas decir nada, (name)?
–la miré y realmente parecía estar sumida en sus propios pensamientos. A veces,
desearía leer su mente para ver que mierdas me esconde o no desea decirme,
porque con su lenguaje corporal no siempre puedo.
-No tengo nada que decir,
Alphonse.
-Pero estás en desacuerdo,
¿verdad? –viejo cotilla de mierda. Mamá sonrió en mi dirección con un brillo
que no supe descifrar en sus ojos y que me puso la piel de gallina.
-Alexander sabrá lo que hace. Tal
y como dijo, es él quien tiene que decidir a los dieciocho si quiere ingresar o
no por mucho que no sean mis deseos.
-Oh… bueno, eso suena razonable.
-¿Qué tiene que ver toda esta
charla sentimental contigo cuando es algo que no debería importarte demasiado
–interrumpo antes de que rosiga con preguntas incómodas y pongo los pies en el
borde de la mesa por muy maleducado que sea. Seguramente el más divertido de
todos, era el guardia de la entrada.
-Simple curiosidad, pequeño. Pero
sinceramente hablando, mi deseo es que ingreses y seas como tu madre o mejor
que ella. Algo así como El Invasor.
¡Era una locura! ¿De cuáles se
fumaba diariamente este tipo? ¿Porros ilegales del porte de la polla de un
negro? Definitivamente su creatividad con los nombres no tenía límites. Observé
nuevamente a mamá, quien observaba mis zapatillas en un nuevo coma pensador sin
decir nada y con ojos brillantes. Debían ser las luces provenientes del
ventanal de la oficina o una basurilla, no quiero pensar lo peor. Inhalo sin
mirarla para no entrar en un ataque de nervios, y exhalo parándome de mi
asiento y poniéndome más serio.
-Vale, ¿algo más que quieras
agregar? Tenemos planes con mamá y la verdad es que no quiero suspenderlos para
unos meses más.
-¿Pla…?
-¡Sí mamá! –la miré indicándole
con la mirada que quería irme-… ¿acaso no te acuerdas que me pediste compañía
para tu visita a la peluquería? Tú eras la más entusiasmada con la idea de un
nuevo look.
-Oh… es verdad. Casi lo olvidaba,
hijo.
-Bueno, entonces no les quito más
de su tiempo.
*
* *
-Es de fresa. Tu favorito.
-Oh… gracias, Sascha.
Me siento a su lado en la silla y
trato de observar lo que ella observa mientras saboreo la menta en mi paladar
congelándome el cerebro. Jamás la había visto tan ausente a mi lado. Es como si
estuviera sentado con una maniquí observando a la gente caminar con bolsas en
sus manos y vitrinas coloridas ofreciendo ropa y productos varios. No dijo
ninguna palabra cuando le dije al taxista que nos llevara al Centro Comercial,
ni mucho menos cuando fui yo quien pagó nuestros helados y el taxi.
Impaciente y más que inquieto,
resolví que debía saciar mis dudas.
-¿Estás bien?
Me miró pestañeando rápido tras
un buen rato sin pestañear y pareció volver a ser la de antes tras abandonar el
hilo de sus pensamientos misteriosos.
-¿Debería estar mal?
-Has estado callada desde que
hablamos con Pantera, ma. Me tienes algo… nervioso.
Preocupado, a decir verdad.
-Oh… simplemente tenía la cabeza
en otro planeta Sascha.
-¿Puedo saber dónde? Digo, soy tu
hijo y creo que hay cosas que éticamente hablando no deberías ocultarme.
-¿Éticamente hablando? No comprendo,
cariño.
-Me refiero a que se supone que
deberíamos comunicarnos mejor, mamá. Y… deberías confiar en mí.
-Por supuesto que confío en ti,
cariño. Simplemente… estoy algo desanimada.
-¿Desanimada? ¿Por qué? ¿El viejo
te dijo algo?
La observé detenidamente ante una
posible próxima mentira. Sin embargo sus ojos se cristalizaron por un instante
y supe que no lo ocultaría. Dejó la copa con su helado casi intacto y se abrazó
a sí misma.
-Alexander, yo… por favor no
ingreses a la mafia. Te lo imploro.
Oh… con que de eso se trataba.
Pensé que se debía a algo más grave, pero al parecer no tomé demasiada atención
a su silencio tras mi opinión electiva frente a Pantera. Tomé sus manos
sonriendo ampliamente y obteniendo toda su atención al reflejarme en sus ojos cafés.
-Sabes que aún falta demasiado
para eso, ma. No debes preocuparte. Soy fuerte y no dejaría que nada me
lastimara a mi o a ti.
-Es que no quiero que entres en
un mundo insensible porque terminarás igual que ellos. Igual… que yo… quiero
que seas normal, hijo.
Recordé las palabras del tío
Erik, ella le ocultó desde un principio lo que era a mi padre biológico, y
cuando éste se enteró del trabajo horrible de mamá, reaccionó mal… pero luego
la entendió. ¿Qué hizo que él cambiara de opinión frente a una asesina, espía y
casi mafiosa? ¿Qué supo? ¿Qué vio? ¿Qué escuchó?
-¿Qué te hizo insensible a ti?
–murmuré observando a la gente que bajaba por las escaleras mecánicas.
-El encierro, la neurosis y la
muerte de mis padres.
-¿Encierro?
-No era una alumna ejemplar
cuando ingresé, Sascha. Al contrario, estuve con psicólogos, calmantes y
guardias cuidando de mis movimientos.
-¿Eras… un peligro?
-Temían mi fuga –sonrió
nostálgica algo ausente mientras doblaba la servilleta sin uso en sus dedos
-.En ese entonces, todos hablaban de mi comportamiento de loca y Erik tenía fe
en que mi fuerza podría ser controlada por él.
-Ah… pero eso no responde a mi
pregunta –puntualicé viéndola de reojo.
-Era un peligro, hijo. Me fugaba
hasta que me ataban a una cama o me sedaban. Contaba los días de encierro. Me
observaban constantemente con miedo a mis siguientes pasos. Jugaba a controlar
y enloquecer la mente de mis psicólogos y psiquiatras.
Guau. Creo que ella fue peor que
yo. Quizás mi historial criminalístico omita los detalles de resistencia a la
autoridad, pero sabía que si leía el de ella, me vería casi inocente como un
ángel. Mamá estaba casi completamente loca más o menos a mi edad, y todo esto
por mis abuelos.
Sin embargo… ¿cómo fue que nací?
Vale, entiendo eso del coito y lo que
viene después de eso. Pero, una persona racional con neuronas activas, no se
metería con alguien como ella ni por muy drogado que estuviera.
-Cambié cuando lo conocí a él
tras una intensa lista de misiones seguidas en donde maté a demasiadas personas.
Estaba de vacaciones por primera vez y… bueno, ese no es el punto. A medida que
iba creciendo, me rendía y entendía que ésta sería mi vida de ahora en
adelante, por lo que simplemente era una marioneta más.
-Oh… -era como si leyera mis
pensamientos y preguntas. Cruzó sus piernas, una sobre la otra al igual que sus
brazos… no diría nada más.
-Ya sabes más de lo que planeaba
decirte.
-Lo sé –suspiré levantando la
mirada nuevamente a la vitrina más cerca de nosotros.
-Anímate, corazón. Cada vez sabes
más cosas sobre mí –sonrió, pero la sonrisa no llegó completamente a sus ojos.
Retomó su helado casi derretido a
pesar de no tener apetito (algo demasiado obvio en ella). Al menos en sus
últimas palabras tenía razón al decir que paulatinamente la conocía a través
del tiempo. ¿Pero cuánto demoraría en conocerla del todo, con sus secretos,
defectos, logros y delitos? No pretendía llegar hasta su lecho de muerte para
saber quién era mi padre o cómo fue su vida antes de mi nacimiento.
Lo siguiente, pasó demasiado rápido
para tomar si quiera conciencia de mamá o lo que sucedía a nuestro alrededor.
Ella, empezó a palidecer fijando sus ojos cafés en un punto que no lograba
focalizar con completa libertad debido a la cantidad de gente deambulando por
los pasillos. Algo vio. Alguien vio. Algo pasó. Estaba completamente blanca y
no escuchaba mi voz llamándola, ni se inmutaba a pestañear cuando acercaba mis
manos a su vista. Era una estatua viviente. Luego, una ola de gente corriendo,
chicas chillando, y todos indicaban algo a mis espaldas pronunciando palabras
rápidas que no entendía, pero tampoco era que me importara sabiendo que mamá en
cualquier momento de desmayaría frente a mis ojos. Miré a mis espaldas
exactamente donde ella miraba también, pero sólo pude ver a un montón de gente
arremolinada, a unos tipos altos vestidos como los hombres de negro y a dos
hombres algo estrafalarios.
No supe en qué momento mamá tomó
mi mano casi estrangulándola y me arrastró lejos hasta llegar al ascensor más
cercano y bajar a la primera planta sin importar cuánta gente empujamos por el
camino, las miradas raras de los guardias, y las miradas curiosas a nuestras
espaldas. Algo pasaba, y mamá simplemente estaba escapando de ello al estar sin
armas o desprotegida. Lo entendía perfectamente.
Tomamos un taxi en dirección a
casa, y a mitad del camino mamá volvió a su color natural, sin embargo su
seriedad seguía intacta y no dejaba de observar la ventana sin ver nada a la
vez. Tomé su mano y volteó a mirarme casi a la defensiva.
-¿Estás bien? –murmuré sólo para
que ella me escuchara.
-Ahora lo estoy –susurró
apretando mi mando entre las suyas, buscando estabilizar sus repentinos
nervios.
-¿Qué viste?
-No quiero hablar de eso, Sascha.
Simplemente volvamos a casa y…
-Ok. Está bien. No insistiré en nada.
Afuera, el lugar estaba atestado
de periodistas curiosos con sus cámaras y micrófonos siendo bloqueados por los
mismos guardias de seguridad del Centro Comercial. La gente grababa desde las
puertas bloqueadas el espectáculo de peces hambrientos que brindaba la prensa
empujando por entrar al lugar público. Mamá se tensó. Deseaba salir como fuera
posible pero no podíamos por las entradas.
-Por el estacionamiento
subterráneo, ma –susurré para que otros no se contagiaran de mi misma idea y
nos siguieran.
Ella pareció entender inmediatamente mi punto
de vista y nos dirigimos a las escaleras de emergencia para no aportar más
ideas a los que estaban a nuestro alrededor. Sin soltar mi mano, me guió hasta
el final del pasillo en donde un letrero decía “salida de emergencia” con un
rojo demasiado fuerte pero no iluminado, como el de los cines. Pero a medio
camino, vimos guardias subiendo e indicando a otros que se presentara el
personal por todas las escaleras para cerrar los ingresos.
-No hay salida –murmuró más para
sí misma que para mí.
-¿De qué huyes? –pregunté
mientras subíamos pausadamente de regreso.
-De un tipo que sabe quién soy. Y
que no conviene que me reconozca y me vea contigo –dijo. No, mintió. Un casi
inexistente tic tuvo las pestañear en su ojo derecho. Pero no insistiría. No
ahora que la veía alerta y tensa.
-Sígueme mamá.
Apreté el agarré de su mano y
salimos nuevamente al pasillo. Subimos al segundo piso por las escaleras
mecánicas y casi corrimos a una óptica cuando vimos que la gente se arremolinaba
cerca de nosotros.
-Pruébate unos y llévatelos con
tarjeta si no quieres ser reconocida –murmuré alerta de lo que sucedía a
nuestro alrededor. Parpadeó algo sorprendida por mi plan cuando solté su mano y
me puse cerca de la entrada –Apúrate.
Eligió un modelo Retro de Ray-Ban
con borde negro, y como recompensa, me compró también en el mismo modelo a mí
(no le pedí nada, eh). Salimos de la tienda con sus lentes de sol puestos y la
dirigí a una llena de accesorios femeninos y aires intoxicados intensamente con
alguna clase de incienso turco. Captó la idea sin que articulara alguna palabra
y eligió un pañuelo largo azul marino que combinaba con su vestido color crema.
Guau. Mamá no parecía ser madre, sino que una simple chica de unos veinte y
algo. Ocultó su cabello con él y me sonrió divertida por mi expresión.
-Mamá, luces ardientemente genial
–dije y ella sonrió sin ningún rastro de la tristeza de unos momentos atrás.
Miré a las dependientas que parecían impresionadas de que fuera mi madre con la
que estaba, y es que ella jamás ha aparentado tener sus treinta y siete años.
-¡Alexander! –dijo riéndose ante
la vulgaridad de mis palabras, le devolví la sonrisa olvidando que momentos
antes estábamos tensos y serios buscando una salida por todas partes.
-Simplemente soy sincero, ma.
¿Nunca has pensado pertenecer al mundo de las pasarelas o algo así? Serías
realmente buena con eso y seguramente seríamos nosotros a quien quieren
fotografiar esos tipos morbosos.
-Cuando era niña practicaba
ballet.
-Lo sé, pero nunca lo reforzaste
–dije cuando salimos de la tienda y mamá entró a una de zapatos, quitándose
repentinamente los lentes para observar la vitrina llena de tacones y modelos
extravagantes.
-Ingresé a la mafia y se me
olvidaron las cosas de mi niñez –dijo con indiferencia entrando y pidió unas
ballerinas de su número del mismo color que su vestido. Elevé una ceja ante su
repentinas ganas de comprar algo -¿Qué? Si vamos a estar caminando un buen rato
por este lugar, no quiero hacerlo estando en tacones, cariño.
-Puedes andar con los pies
descalzos –bromeé sentándome junto a ella.
-Ja-ja-ja… muy chistoso, eh. ¿No
tienes hambre, cariño? Deberíamos estar almorzando a esta hora.
-¿Dejaste algo hecho en casa? –el
dependiente, un tipo de la edad de mamá y cabellos rubios, se acercó con la
caja de los zapatos y la abrió frente a mamá viéndola de arriba abajo
lascivamente… ¡pero si incluso tenía argolla de matrimonio el muy pervertido!
-Aquí están sus zapatos,
señorita. Parece ser su día de suerte porque era el único par en su número
–dijo guiñándole un ojo.
-Gracias. Luego lo llamaré para
decirle si compro o no el par –Claro, mamá siempre hacía lo mismo para evitar a
los hombres que intentaban algo con ella. El rubio lascivo parpadeó avergonzado
y tras asentir, se fue a atender a otras personas. Mamá me sonrió calmadamente
mientras se probaba sus nuevos zapatos -. Había hecho raviolis con la receta de
tu tía Lily.
-¡Mierda!... ya quiero volver a
casa para devorarlos –gemí sabiendo que mis tripas no aguantarían demasiado sin
aquellos exquisitos raviolis.
-¡Alexander Ka…! –Algo la detuvo
antes de sermonearme por decir una mala palabra. Pagó sus nuevos zapatos
poniendo los otros en una bolsa de la tienda y salimos sin decir nada con sus
lentes nuevamente puestos.
-¿Volviste al coma o te comieron
la lengua los ratones? –murmuré viendo que nos acercábamos hacia el gentío.
-De hecho recordé que debo
comprar un libro de recetas que Rebbeca me recomendó… tengo que innovar mi área
culinaria si te sigo manteniendo con lo mismo de siempre.
-Engordaré si cocinas demasiado
–enfaticé señalando mi estómago. Vale, exageré y ella también debió pensarlo
cuando vi su ceja levantada.
-Tu contextura física siempre
será delgada, cariño. Además, cuando comes demasiado nunca subes de peso. Así
que no exageres con tu cuerpo porque eres delgado, y hacer demasiado deporte ha
favorecido a tu musculatura.
-Demasiado elogios por hoy, ma
–sonreí depositando un beso en su mejilla antes de entrar a la biblioteca.
Al lado, estaba el caos. Claro,
la tienda de música debía presentar un loco remate de algunas piezas o algo por
el estilo. Le dije a mamá que estaría en la tienda de música y sonrió mientras
empezaba a leer las reseñas de algunos libros. Esquivé a miles de mujeres y
chicas que murmuraban cosas antes de entrar a la tienda, revisé mi billetera y
vi que me alcanzaría el dinero para las cuerdas de la guitarra.
Siempre amé las tiendas de
música. Era como estar en otro mundo ajeno a la bulla de la ciudad. Tomé una
Gibson Les Paul Custom blanca y comencé a probar sus cuerdas deslizando mis
dedos en ella. Oh… ¡una delicia de sonido! Humm… creo que será mi segunda
adquisición próxima luego de un nuevo amplificador para mi guitarra. Creo que
hasta incluso, no me fijé en las chicas que gritaban alocadamente algunos
nombres y…
-¿Qué haces acá?
Oh. Todo era tan perfecto hasta
que volví a ver su rostro. ¿Acaso no se cansaba de estar amargada? Porque yo
sí. Esta mocosa debería ganarse un pasaje gratis a la Antártica y vivir con los
pingüinos cagada de frío y sola. Dejé la guitarra colgada en su lugar y la
ignoré completamente pasando de ella como debí hacerlo desde un principio… ¡es
que es demasiado hostigosa! Observé los ukeleles imaginando a Matt feliz con
uno de ellos paseando por el instituto. Já, flipado de mierda tenía que ser.
-¡Hey! Te estoy hablando -¡Argh!
Si seguía insistiendo, me vería en la obligación de colgarla del edificio más
algo. Me volteé en su dirección sin esperar tenerla tan cerca de mí con sus
pestañas demandantes y su entrecejo fruncido. Sip… seguía igual de enojona.
-¿Acaso tus padres no te dijeron
que las conversaciones se inician con un saludo?... Hola, encantado de verte
nuevamente –dije sonriendo amargamente y ella retrocedió sólo un áso para
alejarse de mí.
-¿Acaso tus padres no te enseñaron
a leer? El local no está disponible para invisibles como tú –dijo señalando un
pequeño letrero en la vitrina. Uf… demasiado pequeño para que la mayoría lo
notara.
-Se hacer demasiadas cosas con la
boca –sonreí guiñándole un ojo y retomando mi camino en busca de las cuerdas y
pasando por los acordeones y arpas -. Entre esas cosas, puedo lidiar fácilmente
con malcriadas. ¡Guau! Si hasta hablas con invisibles como yo.
Un dependiente se ofreció a
ayudarme, y me guió hasta las cuerdas recomendándome las mejores y de mayor
resistencia. Lamentablemente el precio no era tan accesible cuando noté que
pertenecían a una de las marcas más conocidas y cotizadas a nivel
internacional.
-¿No tienes algo más… ya sabes,
accesible y tradicional para humildes guitarristas aficionados? –murmuré algo
frustrado al no tener a mamá conmigo para que pagara ella con su súper tarjeta
de crédito.
-¿Qué guitarra tienes? –alguien a
mi lado lo dijo.
Lo miré… Humm. Este no era un
aficionado, tenía pintas de profesional camuflado. Pero debía ser un tipo
genial, o eso aparentaba con sus cabellos cortos, sus perforaciones y su ropa
de diseñador con tatuajes incluidos. Su cara no me sonaba, pero parecía ser
bastante famoso a juzgar por las hormonas revolucionadas de las chicas tras las
vitrinas de la tienda. Levanté una ceja dispuesto a ver si realmente mi
razonamiento tenía la razón.
-Una j-25 –dije lo
suficientemente orgulloso de mi regalo de cumpleaños a los diez y que sigue
como nuevo.
-Con que una Gibson, eh –sonrió
como si fuera un chiste interno entre él y su… ¿ego? -. Solía tener una así
hasta que tras un accidente un amigo me la rompió. Por su puesto, lo hice rogar
y arrastrarse por el piso para que se disculpara por su estupidez.
-¡¿Romper una guitarra?!... ¡si
hasta Angus Young lo mataría por eso! –dije imaginándome una sanguinaria muerte
a cargo del guitarrista de AC/DC.
-¿Te gusta la vieja escuela?
–parecía impresionado por mi comentario y opinión personal por el error fatal
de su amigo.
-Bueno, de todo un poco. Hay
bandas actuales que tienen buen sonido, pero nada se compara a los
tradicionales y legendarios del rock.
-Oh… coincido contigo.
Guau. ¿Enserio un viejo de su
edad coincide conmigo? Mis ojos se dirigieron como un reflejo a sus brazos. No…
ninguna libertad tatuada ni en pequeño o en grande, sólo unos números y unas
figuras extrañísimas.
-Y como coincido contigo, creo
que no puedes ponerle a tu Gibson cualquier cuerda… Me agradas, chico. Y creo
que internamente algo me dice que debo darte las cuerdas y…
-No –me negué rotundamente
agarrando las que el dependiente me ofreció y dirigiéndome a la caja a
pagarlas-. No dejaré que un desconocido me regale unas cuerdas que cuestan el
doble de lo que tengo en mi billetera simplemente porque le caigo bien por
preferir la vieja escuela antes que los nuevos grupos actuales. Lo siento
señor, pero será mejor que…
-¡Pensé que ya te habías ido!
–vale, la odiosita parecía tener el olfato más desarrollado de mundo y olerme
incluso por los rincones más remotos.
Pero pareció enmudecer ante la figura que estaba a mi lado –Yo… lo siento por
interrumpirte papá.
¡¿PAPÁ?! ¿Enserio?... ¡Esta tipa
a quien besé en el último piso sólo por joderla era hija de un guitarrista!
Mierda, la mocosa tenía suerte de agarrar lecciones gratis de guitarra con un
profesional. Pero no me dejé impresionar a pesar de que la mocosa quería eso.
-¿Es su hija, señor? –le dije al
tipo de mi lado que parecía algo molesto por la interrupción repentina de su
hija demandante de mierdas.
-Lo es, ¿acaso se conocen?
-Vamos en el mismo instituto
–murmuró esquivando nuestras miradas, en especial la de su padre. Guau. Esta
chica podía ser tímida.
-Sí. Y déjeme decirle, señor, que
le faltan modales a su hija ya que ni saluda antes de echar a una persona de
una tienda de música. Además, pasa gritando por todas partes y tiene un humor
de perros.
A ella se le deformó la cara, se
sentía traicionada por mis palabras y me frunció el ceño con oscuras palabras
en su pensamiento, todas dirigidas a mi persona. El tipo, su padre, parecía
divertido con la expresión de su hija y simplemente masajeó su frente como
pidiendo paciencia. Pagué mis cuerdas con el dinero que tenía hasta quedar sólo
con cinco tristes euros. Pf… todo por el amor a la música.
-Luego discutiremos eso,
jovencita. Y… -dijo señalándome aún sin saber mi nombre.
-Alexander, señor –sonreí
recordando el origen de mi nombre. Jo, mamá y sus genialidades.
-Alexander, no me digas señor. Me
siento más viejo de lo que soy –sonrió divertido.
-No sé su nombre, lo siento.
-¿¡Qué!? –Vale, ¿desde cuándo
tenía que saber los nombres de todos? -Oh… Bueno, dime Tom.
-Bueno, se… Tom –sonreí.
-Debiste aceptar mi regalo.
Sinceramente me sentiría mal sabiendo que gastaste tu dinero en unas nuevas
cuerdas para tu guitarra y que no te alcanzaron para unas mejores.
-Mi madre está con la tarjeta de
crédito, Tom, o sino ya estaría viendo las originales. Pero como no sé cuándo
volveré a pisar un Centro Comercial, era mejor comprarlas ahora –sonreí
recordando que debo preguntarle a mi madre cuándo es su próxima misión.
-¿No sueles venir? Guau. Tu madre
debe tener una agenda apretada o tu vida debe ser ajetreada.
-Algo así.
-Bien –tendió una bolsa en mis
manos y me sonrió de oreja a oreja dejando ver una dentadura blanca y
perfecta-, un pequeño regalo para un seguidor de las mejores guitarras del
mundo.
-Yo… no puedo.
-Es de mala educación no aceptar
los regalos de otros, Alexander.
-No si es algo tan caro
–puntualicé levantando una ceja.
Pero parecía impresionado de la
nada. Abrió su boca en una perfecta “o” y sus ojos se abrieron de par en par.
¿Qué vio? ¿Acaso tengo un mono en la cara? Miré atrás esperando ver alguna
masacre zombie de seguidoras o fanáticas rompiendo huesos, pero no había nada.
-¡Dios!... me recuerdas a… es que
eres casi igual a… Bill.
- ¿Bill? ¿Bill joe Armstrong? ¿Bill Cosby?
-No… es...-¡mierda! Olvidaba que
dejé a mamá en la tienda de al lado, seguramente debe estar sentada esperándome
con una sonrisa sarcástica.
-Bien, recibiré tu regalo porque
seguramente mi conciencia se molestará jodidamente conmigo si no lo recibo.
Muchas gracias, Tom. ¡Ah! Y enséñale modales a tu hija, quizás así se le quite
lo cascarrabias.
El dependiente me devolvió el
dinero cuando le pasé la bolsa con las cuerdas baratas y salí como si tuviera
ají en el culo hasta la salida esquivando los gritos histéricos en dirección a
la tienda. Mamá se encontraba sentada hojeando su nueva entretención para los
siguientes días cuando la divisé. Me acerqué a ella y sólo me sonrió como si
nada hubiera pasado.
-Ya abrieron las puertas, cariño.
Es hora de comer raviolis.
-¡Por fin! Muero por probar algo
de comida saludable hecha con manos de madre.
-Exageras, Sascha –se carcajeó
repentinamente feliz colgando sus lentes nuevos en mi camiseta para cuidarlos.
Definitivamente se conocen a
personas geniales en las tiendas de música. Seguramente debería recorrer todas
las de Berlín.