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jueves, 15 de mayo de 2014

Capitulo 51 (Tercera Temporada)

BILL

El video mostraba claramente a una (name) de pelo recogido a la rápida, frente escarchada y sonrisa débil sosteniendo visiblemente a una pequeña criatura sonrosada y dormida. Le daba besos en la cabellera y frente admirando la firme belleza de sus rasgos como si se tratara de la mismísima Mona Lisa. Gaspard, quien portaba la cámara, hacía bromas respecto a lo terrible que fue presenciar un nacimiento natural y sobre las caras extrañas que hacía (name) al pujar, pero no reí porque estaba completamente embelesado con el bebé en sus brazos

Era mi hijo. Alexander Kaulitz. Pesó 3.5 kilos, parto natural y completamente sano. Era hermoso ver cómo amoldaba su pequeña cabeza en el pecho de (name) refugiándose en su calor y en el sonido de su corazón. El pequeño bebé tenía ropas celestes que resaltaban su género, tenía la nariz sonrosada y las pestañas espesas. ¿Cómo es posible no maravillarse al verlo? Era mi hijo, mi sangre y el fruto del amor que yo y (name) nos tuvimos hace dieciocho años atrás.
El siguiente video, mostraba a una mujer enseñando a un niño de cabellos rubios a caminar. Era gracioso, sin embargo algo en los ojos de (name) denotaba tristeza. El pequeño reía ante el contacto de sus pies con la hierba, balbuceaba y sonreía mostrando sus dulces ojos a la cámara frente a él. Golpeó la cámara y la mujer que filmaba se rio tomando en brazos al pequeño y los enfocó a ambos. Era Lily, la hermana de Gaspard.

A medida que las grabaciones avanzaban, el pequeño iba creciendo y hablaba más fluido, caminaba, saltaba, corría y jugaba con… espera, ¿ese era Milo? Dios, ya casi olvidaba a ese perro. Tenía una compañera de juegos, Bianca, pero ella no parecía ser de su  completo agrado ya que graciosamente la ignoraba. Pero al pasar el tiempo, quien grababa era (name), quien se encontraba sola con el pequeño niño. Ella lo crio sola y eso era lo que más me dolía; perderme la vida de mi hijo durante todos sus años.

Las fotos, mostraban ecografías, un niño sonriendo con un pequeño agujero en su boca y trofeos en sus brazos, dibujos… y a ella con una panza gigante que levantaba sus camisetas, vestidos y tops. Sonreía abiertamente con ojos dulces tocando siempre su vientre. Había una muy graciosa donde ella tenía la lengua azul, un refresco del mismo color en la mano, lentes con forma de corazón y una camiseta que decía con letras rojas “Futura Mamá” y que dejaba entrever su ombligo. Ni si quiera había perdido ese toque jovial con los años.

Copié cada archivo en mi laptop y para cuando desvié por primera vez la mirada de la pantalla, (name) estaba durmiendo en una posición visiblemente incómoda en el sofá. Ella, la Invasora, estaba en mi sofá, en mi casa y en el fondo de mi corazón lo quisiera o no.

¿Por qué nunca comprendí todo lo que ha vivido? ¿Por qué nunca vi que realmente sufrió mucho? Me habría encantado estar con ella cuando nació nuestro hijo, tomar su mano, besar su frente, animarla, y mencionarle lo hermoso que es nuestro bebé mientras lo cargo en mis brazos. Le habría propuesto matrimonio cuando nuestro hijo tuviera la memoria suficiente para guardar ese recuerdo de sus padres como suyo, habríamos comprado una casa en el campo y habríamos hecho el amor cada noche como un ritual sagrado.

Sus ojos estaban cubiertos de una tenue capa gris independiente de la sombra de sus pestañas. ¿Sería demasiado tarde para reparar nuestra relación? Porque ella era mi droga, mi adicción, mi amor y la dueña de mi corazón lo quisiera o no. Siempre sería ella, siempre volvería a ella como un perro a su amo porque no podía vivir sin todo su ser. Me odiaba a mí mismo por no estar con ella durante todos estos años, por perderme tantas cosas.

Habríamos sido la familia que tanto soñé, seríamos felices y no estaríamos parados en este punto donde nuestro hijo yacía desaparecido y la distancia abismante entre (name) y yo seguía creciendo. Quisiera regresar al pasado y cambiar esa noche en la que ella se fue, detenerla y recordarle que siempre estaría con ella y la protegería de todo mal.

No sé en qué momento abrió sus ojos y me observó como si me viera por primera vez en la vida. La luminosidad que desprendía su mirada parecía irreal, como todas aquellas veces que soñé con ella tras su partida. No había rastro de odio y rabia, pero sí de pena como si no pudiera descansar la mente ni en sus sueños. Estábamos tan cerca que podía notar las pelusas en sus ojos nadando en el color cuando pestañaba, sus labios mordidos, las mejillas sonrosadas con el calor de la chimenea y una leve línea de expresión entre sus cejas… todo ella me encantaba, de principio a fin. Jamás podría odiarla lo suficiente como para separarme de la Invasora.

La alcé en mis brazos sin importarme su oposición y su suave quejido. Si iba a dormir, lo mejor sería que fuera en una cama. Sus piernas estabas frías contra mi piel, pero ignoré eso ante el detalle de tenerla tan cerca de mí con su respiración haciendo cosquillas en mi piel y su cuerpo totalmente amoldado al mío. Era como si el tiempo y la distancia no hubiesen pasado por nosotros. Subí las escaleras con el mayor cuidado posible tratando de no alterar su sueño, besé la coronilla de su frente cuando soltó un suspiro y seguí con mi camino totalmente en paz conmigo mismo.

¿Hace cuánto que no me volvía a sentir tan tranquilo? Sé que no podía estarlo, nuestro hijo estaba perdido en no sabemos qué parte y yo pensaba en (name) como si fuera mi centro. Y lo era, sólo que no podía serlo mientras faltara Sascha. Me sentía egoísta al pensar en (name) y olvidar a Alexander, pero una parte de mí insistía en que merecía su atención por un instante, y volver a sentir que aún me quería como antes.

Pateé la puerta de mi pieza siendo silenciada por la tormenta eléctrica. Entré aún con ella en mis brazos y me acerqué a la cama como si fuera un ritual sagrado depositar a (name) en ella. Miré su rostro sonrosado bajo la penumbra, sus ojos brillantes totalmente atentos a cada uno de mis movimientos, como si me vigilara. Me senté junto a ella y puso sus manos a cada lado cuando me dispuse a observarla en su totalidad. No habían más tatuajes, ni heridas sangrando ni arrugas o manchas… sólo piel tersa, suave y…

-Rompí un ventanal y me llevé la peor parte –susurró cuando deparé en una línea torcida en su muslo, lo suficientemente rosa para ser percibida con la luz del exterior.

-¿No te hiciste más… cirugías? Quiero decir, para borrar las cicatrices y…

-No.

-¿No?

Negó con la cabeza como si el solo hecho de hablar fuera un gran esfuerzo en ella. Pero yo quería hablar con ella de manera civilizada, como si no estuviésemos sumidos en nuestros días más oscuros, sino que en plena luz y alegría.

-¿Por qué?

-¿Borrarías lo que tu padre hizo a tu madre?

Vaya, en todo este tiempo, jamás deparé en eso como algo posiblemente fácil de suprimir en mi vida. No esperó una respuesta porque ya la sabía de antemano, puso su brazo en la frente ocultándole en parte los ojos y el cansancio reflejado en ellos.

-Comprendí que ellas me hacen ser lo que soy, Bill. Cada herida es una lucha por salvar mi vida y la de mi hijo, por llegar junto a él sin daño alguno y ver su sonrisa brillante.

Tapé su cuerpo con las sábanas sin esperar palabra alguna. Sentía que una barrera gigante y gruesa se interponía entre nosotros por mucho que quisiera demolerla, casi podía cortar el aire con unas tijeras de lo tenso que se sentía. Pero ella no parecía percibirlo, porque lucía tan cansada que sus ojos se cerraban solos. 

Cada pregunta, frase y mínima palabra que salía de mi boca, parecía ser un veneno tóxico que quemaba los oídos de mi Invasora, y sus respuestas dolían en mí como si fueran un puñal cruzando mi garganta.

Sin embargo sentía que era algo tan inevitable, porque no me podía quedar quieto sabiendo que el silencio se prolongaría y no tendría la oportunidad de tener su atención. Necesitaba hablarle, herirla con mis palabras y ella dañarme con sus respuestas. Un intercambio masoquista, pero era lo único que me haría volver a la vida y tener sus sentidos enfocados en mí.

-¿Alguna vez… preguntó por mí?

-¿Alexander? –susurró como si le costara cada vez más hablar.

-Sí.

Sonrió, una débil y suave muestra de parecer complacida con la pregunta. Quitó su brazo de su frente y lo puso en mi mano. Estaba tibia y suave, y mucho mejor de lo que parecía recordar.

-Desde que empezó a relacionarse con niños empezó a preguntar por ti. Los demás fueron crueles con él y decían que era huérfano y que nadie lo quería, de hecho, más de una vez tuve que cambiarlo de escuelas, jardín de infantes o guarderías.

-¿Qué le decías?

-Lo distraía con juguetes, juegos o dulces. Jamás le dije que estabas muerto o que no sabías de él. Nunca negué nada ni tampoco afirmé.

-¿Cómo… cómo era en su niñez?

Cada palabra que salía de ella, me hacía querer estrecharla entre mis brazos como si no hubiera un mañana. Quería recuperar a mi hijo, formar una familia y volver a hacer que (name) me amara. Entrelazó nuestros dedos y yo presioné firmemente nuestras manos como si ella hablaran por el resto de nuestros cuerpos.

-Cuando nació, lloraba mucho. Me amanecía con él en casa y en hospitales. Los doctores decían que eran cólicos y era normal, pero yo presentía que le faltabas y notaba tu ausencia… y así fue. Compré uno de tus discos, y eso parecía relajarlo y callaba.

-Vaya… mi pequeño fan.

-Luego dio sus primeros pasos y primeras palabras. Ahí dijo “mamá”. Después perdió su primer diente y…

-¿Cuánto dinero pusiste bajo su almohada?

-Su primer dólar.

-¿¡Uno!? Yo le habría puesto cincuenta euros.

-Era un niño, Bill. ¿Qué iba a saber de cuánto era eso? –se rio dulcemente y mi sonrisa se agrandó más junto a la suya.

-Vale, vale. ¿Su primera caída? Una fuerte, quiero decir.

-En bicicleta a los cuatro. Se enterró una espina y tuve que llevarlo al hospital.

-¿Su primer beso?

-Humm… creo que a los cinco con una niña con aspecto de muñeca. Era linda, pero chillona.

-Vaya, debió sacar de mí lo precoz.

-¡Bah! Yo di mi primer beso en… oh, no lo recuerdo.

-El primer beso jamás se olvida.

-Pues yo lo olvidé.

-Bueno… ¿su primera novia?

-A los doce, se llamaba Lisa.

-¿Eso quiere decir que él… él ya no…?

-No.

-¿Cuándo?

-No lo sé. Pero cuando quise darle la típica charla sobre los cuidados que debía tener, me dijo que ya era demasiado tarde y que no me preocupara porque era muy cuidadoso.

-Vaya… realmente parece aprender rápido.

-¿Algo más?

-¿Por qué de repente estás en Alemania?

Eso pareció descolocarla, como si no esperara que la pregunta fuera directamente dirigida a ella. La sonrisa se difuminó y pasó a ser una simple mueca. Sus ojos se cerraron y algo en mí se empezó a desesperar cuando se demoró en responder.

-Cada cinco años, cambiamos de país. Alexander siempre escoge al azar nuestro próximo destino con un almanaque, y bueno… de alguna manera terminamos acá y no me opuse porque era imposible que te encontrara entre tantos millones de personas.

-Pero así fue.

-Sí.

-¿Puedo… dormir contigo? Digo, sólo dormir y descansar porque esta también…

-Es tu cama, Bill. Tú decides qué haces en ella.

¿Dónde se había ido la mujer que sonaba tan dura, fría y controlada? Sus ojos me observaban con esa luminosidad que parece hacerla única. La veía y sólo podía pensar en todos aquellos momentos en donde nuestras pieles se fusionaban y el mundo desaparecía tras nosotros. Dolía tanto que ahora fuera diferente, que no desapareciera la tensión entre nosotros que no pudiera tocarla sin lastimarnos.

Me deslicé entre las sábanas junto a ella sin quitarme la ropa, sin si quiera mirarla porque me derrumbaría. Me sentía tenso, ansioso y con hambre de ella. La adicción a la droga de la Invasora parecía hacerse más fuerte con el pasar del tiempo. Me puse de espaldas a ella alejándome lo máximo para no perder la cordura. Podía oír su respiración pausada, el susurró de las sábanas rozando su piel, el movimiento de sus piernas y apostaría a que los latidos de su corazón. Toda ella me llamaba como las sirenas a los pescadores. No podía cerrar los ojos y tratar de dormir, me costaba un montón hacer como si no tuviera al amor de mi vida atrás de mí.

-¿Bill?

Su susurro despertó aún más mis sentidos, mis músculos y pensamientos. ¿Acaso ella tampoco podía estarse quieta junto a mí o le incomodaba mi presencia? No me giré porque quería ver su reacción, saber si así se dormiría más rápido y así descansaría, eso sería lo mejor. Así ambos podríamos renovar energías y continuar con la búsqueda de nuestro hijo.

Oh… Nuestro hijo. Sonaba tan bonito, peculiar y fluido, que parecían ser palabras que ya formaban parte de mí y que simplemente creía olvidadas.

Se movió detrás de mí y rápidamente cerré los ojos fingiendo estar dormido. No sé qué habrá hecho, pero por un instante los movimientos cesaron y comencé a cuestionar mis dotes de actor calificándome como el peor del mundo. Algo hizo cosquillas en mi brazo, fue tan leve que duró menos que un pestañeo.

-Bill…

Lo escuché tan cerca, tan suave y tan dulce que creí perder el control. ¿Qué pasaba con ella y conmigo? ¿Por qué de repente era ella la que parecía estar más despierta que nunca? Un mechón de su cabello rozó mi mejilla, picando levemente mi piel. Estaba tan cerca, que podía sentir el aroma de su piel y el aire de su respiración. Debía estar sentada de alguna manera que no se rozara su cuerpo con el mío.

Una mano tocó mi brazo con una caricia sutil, más cabello rozó mi piel y un sollozo se escapó de su boca revelando el dolor que sentía al contenerse. Abrí los ojos automáticamente buscando su rostro con un repentino deseo de borrar de su cabeza el motivo por el cual lloraba, pero no fue necesario porque estaba justo frente a mí tal y como mis pensamientos lo exigían. No notó que la miraba, porque sus ojos cerrados a unos centímetros de los míos parecían concentrarse en su interior y calmar su tormento personal. Lágrimas salían de ellos y las gotitas mojaban mi cara como si fuera lluvia del exterior. Su mano temblorosa se depositó totalmente en mi brazo y lo siguiente que vi fue la cercanía de sus labios con los míos. La textura suave de ellos que recordaba en sueños como un acto masoquista, el recuerdo de nuestras lenguas peleando por el espacio de nuestras bocas y los dientes mordiendo con firmeza… todo ello desapareció de golpe como si fuera la peor de las mentiras comparado con los labios que estaban sobre los míos en estos momentos.

Ya no aguantaba más,  su desesperación se traspasaba a mi piel como si fuera agua. Ya no podía seguir ignorando a la Invasora por más tiempo. Había vuelto a ser el adicto loco por ella, a caer en su juego y sus redes como siempre ha sido.



INVASORA

¿Qué importaba ya? Él estaba dormido y los estragos del alcohol se hacían presentes. Pero seguía inquieta, y más aun sabiendo que todo mi ser lo deseaba hasta la última gota. Tenía la necesidad de olvidar todo el dolor que había guardado desde que lo dejé, de borrar mis errores por mucho que fuera imposible. La desesperación de no saber el paradero de mi hijo, junto con la ansiedad de tener a Bill a mi lado y no poder tocarlo, parecían acabar con mi tranquilidad a pasos de gigantes. Y el resultado final fue el desprendimiento de un mar de sensaciones que acabaron por dominar mi cuerpo y besar a Bill como quería desde que me paré frente a su casa. Tendría tiempo de sobra para arrepentirme, pero ahora sólo necesitaba sentirlo cerca pese a no ser correspondida.

La textura de sus labios, sus brazos y su aroma… nada había cambiado. Era el mismo Bill al que siempre he amado desde que nuestra relación fue algo más que un simple saludo, fue inevitable no sentirme aliviada de ello.

Y luego, no sé en qué momento, sentí su respuesta suave e intensa que aceleró mi ritmo cardíaco y enloqueció mis sentidos. Me posicionó sobre su cuerpo tibio sin poner barreras a lo que hacía. Me senté a horcajadas con una pierna a cada lado de él y sus manos quemando mi piel como si fuera la más intensa de las hogueras. Empecé a amar esa oscuridad que nos rodeaba y el parpadeó de la tormenta eléctrica colándose por las ventanas, era una perfecta burbuja.

El dolor en mi interior fue sanando hasta convertirse en finas cicatrices como las que rodean mi cuerpo. Repentinamente me sentía feliz, ansiosa y con una sola palabra rondando por mi cabeza empujando a las demás a los rincones más oscuros… Bill.

Me separé de él y sus labios, obligándome a ver su rostro bajo las sombras tenues de la noche. Sus ojos estaban abiertos, brillosos y observándome de la misma forma en que imaginaba que debía estarlo yo. No había molestia en su rostro, no había enojo y rabia, todo era pacífico en él. Una de sus manos acarició mi mejilla con una suavidad que derretiría el Ártico y noté la humedad que dejó mi mejilla en sus dedos.

-¿Qué…?

-Yo también te necesito –murmuró con aquella voz profunda que hizo vibrar mi cuerpo sobre él.

De ahí, tras sus palabras y mi repentina sonrisa verdadera, todo lo que vino fueron roces y caricias que me hacían flotar como si estuviéramos en una nube. Se sentó desprendiéndose de su camiseta y yo hice lo mismo, sintiéndome como una prisionera bajo la tela. Bloqueó mi cuerpo cambiando de posición y dejándome a mí bajo él. Dejé mis piernas separadas lo suficiente para sentirlo cerca, y recorrí su torso con mis manos tocando el relieve de la tinta en su piel. Tenía más tatuajes de los que recordaba, todos ellos con bellísimos diseños que me gustaría apreciar con la luz del sol por la mañana y delinearlos con mis dedos. Sus brazos amortiguaron su peso a cada lado de mi cabeza y me obligué a perderme en sus ojos que no dejaban de observarme como si fuera una extraña criatura la que estuviera frente a él.

-¿Pasa algo? –susurré sin ánimos de hablar alto.

-Sí. Pasa que sigo queriéndote más de lo que debería.

Y ahí había una nueva espina rasguñando las heridas para que volvieran a abrirse, una espina llena de inseguridades e indecisión. Pero la risa de Bill detuvo el recorrido punzante de ella y me dejó sorprendida. Su risa… me encantaba su risa.

-No pongas esa cara, Invasora –depositó un beso en la punta de mi nariz y su sonrisa dulce y fresca volvió a aparecer.

-Es que…

-¿Por qué no simplemente nos dejamos llevar? Ya arreglaremos el mundo, (name). Pero por mientras disfrutémonos.

-Y Alexander…

Puso su mano en mi boca, tapándola completamente y acallando mis palabras. La profundidad de sus ojos me advirtieron de la seriedad de sus palabras y de los sentimientos que había tras ellas.

-Merecemos esto desde que nuestras vidas se separaron. La búsqueda de nuestro hijo la retomaremos cuando amanezca.

Y ahí estaba esa nueva palabra que cruzaba sus labios como la más hermosa de las odas. Era como bailar entre nubes y observar un cielo estrellado. Nuestro hijo. Dos palabras que podrían revivir del todo mis sentimientos a por él como si fueran un interruptor de luz. Él también lo notó, no fue necesario hacérselo saber porque su sonrisa lo dijo todo. Era nuestro hijo, nuestro fruto, nuestra vida y la prueba de la existencia del amor que hubo en nosotros. Y si aún queda de ese amor, espero que no se acabe.

Quité mis ropas de mi cuerpo con una seguridad impropia de la que seguramente me arrepentiría más adelante. Bill hizo lo mismo y cuando nuestros cuerpos se tocaron en su totalidad, algo se removió en mi interior alegremente como si añorara esta cercanía tan íntima. Quizás fuera cierto, extrañaba la sensación de su cuerpo junto al mío y esto era lo más cercano al paraíso de mis pensamientos. Vi más sombras de tatuajes en su piel, quería ver cada detalle de ellos como una desquiciada observadora. Toqué su piel caliente y sin imperfecciones, soltando suspiros cuando sus labios empezaron a jugar con mi piel produciendo un remolino de sensaciones intensas. Todo con Bill era intenso; amarlo, odiarlo, tocarlo, besarlo, gritar, llorar… daba igual el sentimiento, acción o emoción porque todo se transformaba en una montaña rusa cuando estaba con él, y ahora me sentía en la cima de ella, a un paso de caer hasta el punto más bajo con esa sensación de adrenalina en el estómago.

-Dime si es demasiado –mordió el lóbulo de mi oreja y mi cuerpo reaccionó automáticamente con su voz y contacto-. Dime que pare si no me quieres… ¿me entiendes?

-Humm…

Pude sentir su sonrisa ante mi asentimiento/gemido. Tomó mis manos entre las suyas y las unió sobre mi cabeza, sus largas pestañas rozaron mis mejillas antes de que su boca se uniera a la mía en una danza vertiginosa. El tiempo no había alterado nuestros besos, nuestras sensaciones y esperaba que tampoco nuestros sentimientos. ¿Cómo se puede vivir tanto tiempo alejada de la persona a la que amas? Es terriblemente doloroso saber que no puedes verla, ni tocarla o simplemente hablarle. Es como vivir durante siglos en un desierto sin encontrar un oasis o un poco de agua entre tanta arena, suerte que tenía a Alexander conmigo.

Sentí la penetración como algo tan normal y completo que fue inevitable suspirar de felicidad. Extrañaba todo su ser como si fuera el alma de mi cuerpo. Su nombre salió de mis labios al mismo tiempo que nuestros movimientos empezaban a fluir como agua. Eran sensaciones tan intensas, que rogaba no desmoronarme bajo su cuerpo. Sentí una gotita de su sudor caer en mis labios, la saboreé sintiendo la sal en la punta de mi lengua. Atrapé sus labios con mis dientes para atraer su rostro al mío pese a la dificultada de eso. Ambos jadeábamos por aire, nuestras bocas estaban juntas y a la vez separadas con sus movimientos. Separé mis piernas y él puso una mano en la parte baja de mi espalda cuando el ritmo empezó acelerarse, juntamos nuestras frentes y traté de no perderme detalle alguno de sus facciones relucientes bajo la noche. Tomé su cabello entre mis dedos, gemí su nombre un montón de veces y toqué su piel hasta que mis dedos de agarrotaron, pero jamás lo detuve.

¿Acaso debía detener lo que hacíamos? No. No mientras ambos lo necesitáramos. Las voces en mi mente enmudecieron, y supe que esta noche sólo seríamos nosotros dos como nuestra primera vez juntos.



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Lamento mucho la demora y espero que este capítulo recompense la espera tan larga.