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jueves, 30 de enero de 2014

Capitulo 40 (Tercera Temporada)

-Realmente no entiendo las intenciones de tu hermano de querer unirnos a tantos.

-Sabe lo que pienso, así que sabe también lo que quiero.

Aumentó la calefacción del auto mientras salíamos de su calle. Había insistido en tomar un taxi tras verlo, pero incluso la mirada amenazante de Tom me dijo que era mejor que acatara las órdenes de Bill.

Traía incluso la casaca de Bill, cuyo olor me derretía y me hacía pensar en mil motivos para escapar de su lado. A penas me vio empapada y con la ropa interior marcada por todos lados, sonrió juguetonamente mientras me ofrecía su abrigo seco y caliente a cambio del de su gemelo frío y húmedo. Ni tonta, acepté su propuesta cambiándomelo frente a sus ojos y los de su hermano. Traté de olvidar su mirada en mi cuerpo, concentrarme en que llegaría pronto a casa y en que seguramente Tom lanzaría indirectas que por suerte nunca llegaron.

-Perdóname por lo de la otra noche –dijo de repente mientras adelantaba a un escarabajo.

Lo observé detenidamente aprovechando que tenía realmente una justificación para mirarlo. Andrea tenía razón al decir que estaba realmente atractivo. Podía ver algunas gotitas de agua que se deslizaban de su cabello hasta su cuello, ver la nuez de su cuello desplazarse lentamente y sus labios apretarse debido a la concentración. Mierda, realmente revolucionaba hasta mis neuronas.

-¿(Name)? –preguntó al ver que no respondía por lo que rápidamente me enderecé y traté de no verlo. Pero Bill no era tonto y sonrió al ver que lo observaba.

-E-em… vale.

-¿Pasa algo? –inquirió volviendo la vista a la carretera pero más seguro.

-¿Contigo? Nada.

¡Jo! Qué mala.

-No me refería a mí –sonrió aguantando una risita, disminuyó la velocidad en un semáforo quedando junto a otro auto-. Pero si tu estado anímico se relaciona conmigo, me gustaría saberlo.

-Sólo… avanza y da la vuelta al parque.

Cero gente por las calles, todo igual de vacío como si huyeran del agua, el frío y la lluvia. No los culpaba, de hecho haría lo mismo que ellos. Por suerte Alexander estaba con Gaspard en una “salida de hombres” cuyo significado prefería no entender. Así que… la casa estaría vacía. Hum… no es como si quisiera que pasara algo entre él y yo, de hecho, preferiría que no. Así me evito dañarlo a él y a Ian.

-Aquí es –señalé los números dorados en la entrada y la gran reja con un guardia junto al recepcionista.

-¡Menudo lugar! –exclamó tras silbar.

-Prefiero no presumir.

Tras bajarnos, saludé cortésmente al recepcionista y el guardia, quienes parecían impresionados de ver al mismísimo Bill Kaulitz siguiéndome los pasos. Claro, no era común ver a alguien tan conocido ingresar a un edificio tan reservado como éste. No dije ni una palabra, pero me alivió estar en casa por mucho que tuviera una compañía agridulce.

Piso veinte, penúltimo departamento. El único con triple cerradura más un teclado numérico cuya clave digité frente a los ojos de Bill en caso de alguna emergencia. La puerta se abrió, entré en la casa siendo seguido por Bill. Activé la calefacción y cerré la puerta a mis espaldas activando los seguros.

-Siéntete como en tu casa –le dije mientras sacaba dos copas de vino y una botella cuya etiqueta decía “reserva”.

-Gracias.

Me saqué la casaca de Bill colgándola en una silla, observé que no había rastros de mi hijo, por lo que debía seguir en su día con Gaspard. Por suerte, había no habían fotografías mías y de mi hijo debido a que muchas de ellas terminaron en las cenizas del incendio. Todo el mobiliario era nuevo, los sillones negros de cuero, la vajilla de porcelana, la alfombre persa, los paisajes retratados en las paredes, incluyendo el bambú junto a la ventana. Un gran trabajo decorativo hecho en dos días y medio.

-¿A qué se debe tanta seguridad? –gritó para que lo oyera desde la cocina, mientras preparaba unos cafés.

-Creo que está demás responder –caminé de vuelta a la sala notando que observaba el paisaje gris de un día lluvioso.

-Pero llamarías más la atención.

-Es algo que debo arriesgar –vaya, muy observador de su parte-. Iré a bañarme y…

-¿Quieres compañía?

Me miró con una sonrisa en sus labios, de esas que te hacen querer gritar, caminar por las paredes y morder almohadas. ¿Desde cuándo habíamos terminado con las formalidades? Daba por sentado que aún no sacábamos los límites de respeto. Realmente me dejó impresionada. Espera, ¿impresionada? Bueno, en parte lo estaba pero realmente había encendido una llama en mí que creía extinta. Sentía mis mejillas arder mientras me miraba de pies a cabeza con la copa de vino frente a su boca con el borde paseando por su labio inferior.

-¿Desde cuándo tan osado? –puse una mano en mi cadera disimulado el repentino ataque de timidez.

-Bueno, cualquiera se atrevería a decir eso si te viera en esas pintas.

¡Joder Bill! Mejor ni me sigas mirando así o sino yo…

-Ya vuelvo –resolví volteándome e ignorando su risa ronca.

Estaba nerviosa, necesitaba recuperar un poco de confianza en mí y aún estaba pendiente el tema de mi neurosis y mi auto. A eso, debía agregar que Bill estaba en mi casa, sí, el mismísimo que me ha puesto a llorar mil veces con su sólo recuerdo. Y ahora… no, lo nuestro sólo eran recuerdos y yo había seguido con mi vida al igual que él había hecho.

Me sumergí en el agua caliente soltando suspiros de alivio. Por fin en casa, por fin algo caliente rozaba mi cuerpo y derretía aquel hielo que lo congelaba agresivamente. Todo a mi alrededor estaba completamente blanco, el vapor lo llenaba todo como pidiéndome que abandonara todas mis preocupaciones mientras estuvieran bajo la posesión del agua caliente deslizándose por cada rincón de mi cuerpo. Mi mente, sin embargo, seguía funcionando a una velocidad que me asustaba; creaba imágenes de manos y brazos tatuados deslizándose por mi cuerpo a una lentitud abrumadora, imaginaba sus labios recorriendo mi cuello de un lado a otro hasta tomar presa mi boca en un ahogado suspiro.

-Basta –susurré golpeando la pared fría de cerámicas a mi lado.

No podía seguir con esto. ¡Estoy con Ian no con Bill! Ian, no Bill. Ian, no Bill. Ian, no Bill. Neville, no Kaulitz. Malditos pensamientos, maldito cuerpo, maldita (name).

Busqué la bata, corté el agua y me la puse apresurándome para que el calor no se escapara de mi cuerpo. Cepillé mi cabello y lo envolví en una toalla. Salí del baño y fui a mi pieza asegurándome de cerrar con pestillo la puerta para que Bill no observara o se colara. Me puse el buzo blanco con el que suelo entrenar en la mansión de Pantera, sequé un poco mi pelo con la toalla y volví donde Bill.

-¿Bill? -¿dónde se había metido?

-¡En tu cocina!

Caminé despacio, notando que hasta el piso estaba tibio con la calefacción. Me detuve en el marco de la puerta sin saber si avanzar o no. Sus ojos me observaban como si fuera una presa. Sólo nos separaba una mesa y unos cuantos pasos. Tomaba un café, y su copa vacía yacía en el fregadero.

-¿Quieres café o vino?

-Pensé que la dueña de esta casa era yo.

-Bueno, me tomé la libertad de prepararme un café porque hace un frío de puta madre.

-Está bien, no quiero que mueras de hipotermia en mi casa.

Nuevamente silencio. ¿Por qué siempre nos quedábamos sin palabras cuando estábamos frente al otro? No eran incómodos, y eso realmente me preocupaba porque sabía lo que significaba. Era un sentimiento prohibido. Derramé un poco de vino en la copa, con sus ojos atentos al movimiento de mis manos. Olí el líquido rojo oscuro, una mezcla entre madera y frutos silvestres.

-¿Cómo fue que chocaste el auto de Tom? –preguntó corriendo su silla hasta mi lado, como si habláramos de secretos en una casa llena de gente.

¿Se lo digo o no se lo digo? Humm… será mejor que se entere por mí antes de su jodido hermano que me tiene colgando por las bolas. Claro, no en un sentido literal.

-Estaba distraída –le confesé sin observarlo.

Porque si lo miraba por un momento aunque sea, todo empeoraría. El dolor se expandiría por el agujero que hay en mi pecho, y luego se convertiría en un placer casi masoquista. No quería sentir eso. Quería que esto fuese una simple conversación de adultos aburridos, después dejarlo ir, y avisar en portería que si lo veían alguna vez entrar, avisaran previamente. Así de simple. Algo formal.

-¿Distraída?

-Sí.

-¿Algún motivo en especial?

-Humm…

-¿Sí?

-Sí.

-Ok… emmm, ¿puedo saber el por qué?

-Creo que sí.

-Bueno, comienza. Te escucho atentamente.

Sabía cómo empezar, le diría dónde fui y lo que me dijeron. Simplemente debía abrir la boca. ¿Por qué me da por callar tan fácilmente? ¿Qué pasa por mi mente? Estoy segura de que tendré que ir de nuevo donde el doctor Harrison, ésta vez por consejos. O si no, tendría que hablar con Lily o Rebbeca. Seguramente ellas entienden más cosas de chicas de las que yo he logrado entender a lo largo de mi vida. Las manos de sudaban, algo muy raro que sólo me pasa de vez en cuando. Las sequé en los pantalones sin dejar de mirar la copa. Tenía que unir las palabras y dejar que fluyeran pero… joder.

-Hey –dijo en voz baja.

Puso sus manos sobre las mías, y por ende, sobre mis muslos. El movimiento de ellas de detuvo, y me pude dar el lujo de observar los tatuajes en sus dedos. Sus manos eran cálidas y suaves, podía notar pequeñas cicatrices en sus nudillos, como de peleas. Mi mente pedía que tocara más, que tocara mis mejillas, mis brazos, mi cabello húmedo.

-Puedes decirme lo que quieras, (name) –murmuró con voz gruesa y profunda.

Observé su rostro como efecto de sus palabras. No estaba cerca, pero podía verme reflejada en sus ojos, ver aquel líquido café de ellos moviéndose para hacer el espacio a mi imagen. Su boca estaba seria, y todo él me indicaba que lo que decía era verdad.

-Nunca tuve neurosis –confesé volviendo a observar nuestras manos.

Las separé levantando las suyas de las mías. Seguramente pensaría que ahora realmente toda mi vida era una mentira, que con suerte mi nombre era verdadero. Pero sus manos siguieron estáticas en mis rodillas, como si realmente estuvieran descansando allí. Observé su rostro, cuyas cejas estaban alzabas, su boca medio abierta y sus ojos abiertos cómicamente, estaba para sacarle una foto. Sentí mis mejillas arder al sentirme tan observada por él y desvié la vista hacia la ventana de la cocina.

-Así que…

-Ajá.

-¿Y cómo supiste?

-Tengo controles con un psiquiatra cada cierto tiempo. Como sabes, el de mi adolescencia murió dejando el tratamiento sin terminar y quemé mis fichas médicas. Así que… bueno, tras irme de tu casa, tuve que retomar el tratamiento con otro doctor.

-¿Y tanto demoró en saberlo?

Fruncí el entrecejo por un momento mientras elegía bien las palabras para no dejar en evidencia que decidí cambiar por Alexander, mi hijo. No, nuestro hijo.

-Bueno, nuestros horarios no siempre coincidían, yo estaba ocupada con… mi trabajo y mi vida, y él trabajaba en otro país, por lo que viajar se me hacía complicado.

-Entonces... ¿ahora recién supiste?

-Humm… sí. Coincidimos ya que se encuentra realizando unos doctorados entre otras cosas cuyos nombres no recuerdo, así que aprovechó de dar a conocer con sus colegas mi ficha médica y todos llegaron a la conclusión de que nunca hubo neurosis.

-Pero no podías vivir sin tus medicamentos y…

-Me hice dependiente o algo así como drogadicta. Pero con la diferencia de que todo era un error.

-¿Y qué tenías?

-Mencionó algo de depresión y no sé que más, pero se debía a una forma de tomar la muerte de mis padres.

-Vaya, realmente es un motivo para llegar a distraerte y chocar con el auto de Tom –sonrió lanzando una pequeña carcajada sin rastros de maldad o molestia.

-No quise hacerlo.

-Lo sé.

-Al menos ahora sabes el fin de la historia de mi supuesta enfermedad.

-Seré sincero contigo, (name). Me has sorprendido totalmente con tu declaración y es bueno, realmente bueno, saber que no tienes nada.

Observé su rostro sonriente y lleno de alegría. Una alegría contagiosa que se adhirió a la comisura de mis labios y las elevó, devolviéndole una sonrisa totalmente sincera. Creo que me ayuda hablar con Bill, porque me hace ver el mejor lado de las cosas. Me escucha atentamente, me mira como si no hubiese nadie más en el mundo que capte su atención y me brinda una confianza que llega a doler en el fondo de mi corazón. Sí, duele porque sé que cuanto Tom o Andrea abran la boca y digan la verdad, se quebrantará con un chasquido que dolerá más que la misma separación a la fuerza aquella vez en Los Ángeles.

-Gracias Bill.

-¿Por qué?

-Sólo… gracias.

Acerqué mi asiento al suyo hasta que sus rodillas chocaron con las mías obligando de abrirlas. Sus manos tomaron las mías, armando un nudo de dedos enredados entre ellos en un orden sin sentido. Sentía el agujero de mi pecho doliendo más que nunca, ardiendo de tanto pedir un poco de su tacto, unas palabras bonitas y un beso que seguramente no llegaría jamás. Sentía su aroma intenso, una mezcla entre menta, cigarrillos y cuero. Si no me controlaba, hasta mis ojos se blanquearían, pero debía estar cerca de él. Un poco quizás, o mucho.

-(Name)… -suspiró enredando un mechón de mi cabello en sus dedos.

Estaba yendo demasiado lejos, más de lo que realmente podía estar. Estaba expandiendo los límites como si fueran de goma de marcar, pero no me podía separar de ellos. Solté un suspiró sin ver sus ojos, que debían ser la mejor de las perdiciones, y sólo apoyé la frente en su hombro izquierdo, dándome por vencida ante las emociones arremolinadas en mi mente.

Pude notar que sus manos vacilaban un instante, debatiéndose entre tocar y no tocar. Un quejido brotó de lo más profundo de su garganta y finalmente enredó una de sus manos en mi cabello húmedo, mientras la otra contenía mi espalda.

Requería de esto hace años, un simple hombro donde apoyarme y descansar de mis problemas y ataduras mentales. Necesitaba respirar su aroma, saber que todo iría bien y que sólo debía dejar que todo siguiera su rumbo. Todo mi ser lo demandaba, a él y a nadie más. Inhalé su aroma, queriendo aspirarlo completamente y guardarlo por siempre, sin importar que el dolor de mi pecho se hiciera más agudo junto a Bill. Expulsé el aire contenido y cerré los ojos, imaginando que todo estaba bien entre nosotros, que él sabía toda la verdad y que aún así me amaba…una especie de paraíso personal.

-Y así es como cedes a mis encantos –repuso y casi pude ver una sonrisa contenida en sus labios.

-Sueña –golpeé suavemente su pierna dejando que se deslizara una nueva sonrisa por mi boca.

-¡Pff! Sé lo que digo, y créeme cuando te digo que no serías capaz de resistirte ante este galán. Si no lo hiciste antes, ahora tampoco lo harás.

-¿Qué? –Solté una carcajada ante sus palabras llenas de seguridad- Tú fuiste quien se acercó primero de los dos. Así que quien no se resistió fuiste tú.

-¿Y la segunda vez? ¿Qué me dices de ella, eh? Tú llegaste a mi casa, no al revés. Me acompañaste incluso cuando enfermé y ahí sí que no fui yo quien llegó a tu casa.

Me separé de su hombro sin borrar la sonrisa de mis labios y lo observé fijamente. Él también sonreía. Era como bromear sobre algo que realmente dolía en nuestro interior.

-¿Y qué me dices de ahora? Tú me buscaste, yo estaba bien solita y tú caíste en mis encantos naturales.
Parpadeó sorprendido sin parar de mirarme. Su sonrisa se borró un instante y luego volvió a lucir su dentadura perfecta. Puso un mechón de cabello tras mi oreja y acarició mi mejilla con el dorso de mi mano.

-La verdad es que te necesité siempre –confesó dejando caer su mano con un suspiro.

-Bill…

-Tengo que irme. Se supone que debería estar en el estudio regrabando algunas canciones que no me gustaron y arreglando cosas con la banda.

Ambos parecíamos avergonzados de lo que hicimos, pero algo que creía olvidado empezó a crecer en mi interior. Quizás, la alegría de poder estar con él sin pelear. Sí, eso era gratificante porque me servía para evitar la gran pelea que seguramente se generaría cuando el supiera la verdad. Por suerte, con la calefacción al máximo, su casaca se alcanzó a secar y calentar sin problema alguno por lo que debió ser un verdadero alivio para él ponerse algo caliente y seco sobre su cuerpo.

Sus cabellos estaban despeinados, algunos cayeron por sus ojos cuando ajustaba el cierre y lo subía hasta el pecho, y sentí las ganas de sujetarlo entre mis dedos y correrlo hacia atrás. Observó por última vez a vista desde las alturas y se volvió hacía mi totalmente serio.

-Espero que nos volvamos a ver.

-¿Sabes? Empiezo a creer que no importa donde esté, siempre me encontraré contigo.

-¿Ah, sí?


-Las Maldivas, París, Los Ángeles, Alemania… la lista es larga si te digo todo con más detalle.

-Bueno, o tú me sigues o yo te sigo.

-¿Yo? ¿A ti? Jamás –sonreí arrogante cruzándome de brazos frente a él.

-Algún día me buscarás, (name). Me seguirás tal y como lo hice en el parque.

-Estoy ocupada con Ian, así que… oh, verdad que tú tienes a Lena.

Sonrió soltando una risita y se acercó lo suficiente como para que mis brazos cruzados rozaran la tela tibia de su abrigo.

-Ya no estoy con Lena.

-Bueno, eso no es lo que dicen los programas de chismes –murmuré evitando su mirada.

-¿Los ves? –se rió soltando carcajadas juveniles y estridentes que mi hicieron morderme los labios para evitar una sonrisa o algo más-. Pensé que no veías televisión.

-Bueno, a veces hay días de lluvia y tiempo libre sin querer hacer algo. Así que veo televisión.

-Programas de cotilleo barato en específico –se burló con una sonrisa torcida que me dieron ganas de borrar como fuese.

-¿Y qué si a veces veo eso? –le reté empezando a molestarme. Al principio todo iba bien y ahora… el día en que no peleemos lloverá con mayor intensidad que ahora.

-Bueno, da igual. Pero ahora sabes de fuente directa y oficial que estoy disponible. Lena ya no existe para mí porque lo nuestro fue un simple acuerdo entre discográficas.

-¿Acuerdo?

-Sí. Ella se hacía famosa, vendía discos y su música, sólo si salía con Bill Kaulitz frente a todos. Y no terminó como ella creía ya que sólo las ventas de Tokio Hotel se alzaron.

-¿Es enserio? ¿Cómo fue que caíste tan bajo para tener una relación falsa y plástica con ella?

-Bueno, no fue tan plástica. Follamos unas cuantas veces, alguno que otro morreo en público y…

-¿¡Morreos públicos!? Bill… tú no eres así –pasé mi mano por mis cabellos casi secos y me alejé de él sintiéndome repentinamente contaminada, sucia y con mucho que pensar.

-Tú tampoco eras así –respondió con voz clara, firme y un deje de burla.

-¿Qué? –me volteé para observarlo fijamente viendo una nueva sonrisa deslizarse por su boca, una con maldad y diversión.

-Tú tampoco eras tan mojigata como ahora, (name). Que yo recuerde, tuvimos relaciones sexuales hasta en los probadores de tiendas cuyos nombres no importan. ¿Ya no lo recuerdas? El auto, los probadores, camas, creo que hasta baños…

-Ya no tengo veinte años, Bill. Mis responsabilidades han cambiado a unas mucho mayores que las de una estrella de rock.

-¿Y eso te hizo perderte? Te conocí como la Invasora y ahora… ahora no eres más que una simple réplica falsa de ella.

Abrió la puerta del departamento, su rostro totalmente serio y con dos arrugas pronunciadas entre sus cejas que indicaban su molestia frente a mí. ¿Cómo había terminado todo así, un momento dulce y agradable en uno agrio e incómodo? Por vez que nos veíamos terminábamos odiándonos y sacando a flote las heridas que creía olvidadas en el pasado. Con Bill es difícil olvidar, porque todo él me recuerda a aquella época en la que mi vida dio un giro absoluto y creí en el amor tras la muerte de mis padres.

-Y por si no lo sabías, terminé con Lena porque tú volviste a mi vida, (name). Porque a penas te vi me sentí completamente vivo como en los viejos tiempos.

Cerró la puerta, dejando sus palabras flotando por cada rincón y cada ácaro en el aire. Me encontré con las manos en el piso, las yemas de los dedos acariciando el frío suelo mientras el eco de sus palabras revolvía cada minúsculo pensamiento creado de Bill. Sentí el agujero en mi echo arder por los bordes, quemando con rapidez mis sentimientos y protegiéndome del frío y lúgubre abismo. Bill había terminado con Lena por 
mí, y yo… yo le había dicho a su hermano que estaba comprometida con Ian. ¿Qué podía ser peor en estos momentos? Ahora todo era silencio en esta casa, y yo sólo quería escuchar bulla, ruidos ensordecedores que cesaran el rumbo de mis lágrimas mojando mi cuello. Encendí la televisión y el rostro de Bill con una sonrisa brillante apareció ante mis ojos.

-“…sí, tal y como la ha confirmado su hermano, la relación de Bill Kaulitz con la cantante Lena ha llegado a su fin, señoras y señores.

-¿Alguien explicó los motivos, o aún quedan por confirmar?

-En su Twitter, Lena explicó que se debían a desacuerdos de opiniones.

-Según la entrevista que le hizo la revista Vogue hace unos días, la relación no dio para más debido al carácter intenso del cantante y…”


Bill lo dijo, había terminado con su falsa novia por mí. Y yo… yo aún le amaba con el dolor de mi alma.


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Disfruten el capitulo! ;-)

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Para quienes quieren psicopatearme por todas partes!

viernes, 24 de enero de 2014

Capitulo 39 (Tercera Temporada)


INVASORA


-Como usted bien sabrá, la ciencia ha ido avanzando a pasos enormes en los últimos diez años. Se han creado medicinas y curas para muchas enfermedades, se han prevenido patologías bizarras y muchas cosas más que me demoraría una eternidad en nombrar.

-Prosiga, doctor.

-Te he analizado durante años, (name), tratando de entender tu nivel de razonamiento y el de mi colega que te atendió durante tu adolescencia, según lo que me relatas. Realmente tu caso es complejo debido a la falta de información médica, ya que sólo cuento con lo que me indicas de acuerdo a lo que recuerdas y a los nombres de los medicamentos que has tomado para controlar la neurosis.

-No logro entender con tanto rodeo –me quejé cruzándome de brazos.

-Bueno, tal y como te conté al principio, estoy en Berlín debido a que estoy dirigiendo un doctorado para profesionales y han solicitado de mi ayuda para liderarlo.

-Doctor…

-Déjame explanar correctamente mis ideas porque por muy psiquiatra que sea, también necesito explanarme correctamente –sonrió amablemente enderezándose en el sofá frente a mí.

-Está bien –murmuré tamborileando los dedos.

-No te pongas ansiosa, ese movimiento de dedos podría producirte una futura tendinitis –se burló tomando de su taza de té verde.

-Será mejor que siga con su relato.

-Debido a la complejidad de tu caso, decidí compartirlo con otros colegas para ver si mi conclusión era correcta. Les mostré los videos de nuestras sesiones, los exámenes, y todo lo que respecta a ti. Ellos fueron muy decisivos al respaldar el diagnóstico, por lo que me di la libertad de llevarlo a un hospital psiquiátrico en Núremberg.

-¿Y qué pasó ahí?

-Concluyeron lo mismo que todos los psiquiatras que vieron tu caso detalladamente. Nunca tuviste neurosis, fue un diagnóstico completamente errado.

Me ahogué con el té que acababa de tomar obteniendo una tos asfixiante. Todo este tiempo, todos estos años, todos esos pensamientos ¿y no tengo neurosis?... ¿qué está pasando? Porque era claro que antes no podía ni controlar mis arranques de ira y que me encerraban debido a que era un peligro andante ¡yo misma estaba consciente de lo descontrolada que estaba! En mi cabeza todo estaba mal cuando mataron a mis padres, ninguna pieza encajaba con la otra porque simplemente no había un orden lógico de mis pensamientos. He tomado por años diferentes medicamentos para calmar la ansiedad, asistido miles de veces a ver al doctor Harrison para un control mental que me diga que sigo estando cuerda y ahora…

-¿Está… completamente seguro? –murmuré dejando la taza en la mesita frente a mí.

Los brazos me pesaban, me sentía repentinamente hecha de plomo o algún metal pesado. Nada encajaba, absolutamente nada. ¿Cómo puede ser que diferentes personas hayan llegado a la misma conclusión respecto a mí? Se paró y prendió su televisor, se metió a diferentes carpetas hasta dar con una donde se veían diferentes figuras.

-Quiero que veas cómo actúa una persona que tiene neurosis por más de diez años.

Activó el video y mis ojos no podían creer lo que veían porque me confirmaban las palabras del doctor. Mujeres y hombres, daba igual. Todos tenían aquella especie de paranoia mientras hablaban, limpiaban sus asientos antes de sentarse y sus manos al saludar al doctor frente a mí. Se irritaban cuando pintaban y se salían de los bordes, se irritaban con facilidad, preguntaban detalles mismos de los objetos que habían a su alrededor, ordenaban secuencias con rapidez, facilidad y casi histerismo. ¿Por qué nunca me di cuenta de que no encajaba dentro de este grupo de neuróticos? La lista de acciones seguía; vomitaban, pedían ir al baño, mordían sus uñas, despeinaban y peinaban su cabello, no podían quedarse quietos.

-Sólo en un video te mostraste nerviosa, pero fue porque tu hijo se empezaba a dar cuenta de lo que eres en realidad –detuvo el video en la imagen de una mujer de ojos muy abiertos-. Así estarías tú si realmente padecieras de neurosis. Si bien no la catalogan como una enfermedad mental, puede terminar como una, y tú estás lejos de ello.

-Entonces… Dios, realmente estoy confundida.

-Es normal. Cualquiera lo estaría si se da cuenta de esto.

-Tengo un hijo cuando me dijeron que soy infértil, y ahora me entero de que la neurosis que me diagnosticaron no era eso… ¡esto es una locura!

-Lo sé.

-¿Y qué pasa con lo que me sucedió en la adolescencia luego de que mataran a mis padres?

-Se llama depresión.

-¿Qué? –de un cuadro clínico a otro, ¡este era mi día de suerte!

-No todos reaccionan de la misma manera cuando se enfrentan a una condición tan dolorosa como la pérdida de los padres. A eso debes sumarle que fuiste raptada y obligada a vivir en un régimen donde el más fuerte sobrevive. Tu reacción fue una mezcla de desesperación, angustia y depresión. No hay más.

-¿Eso quiere decir que…?

-Eres normal. Estás sana y n debes tomar nada. Si te dan ataques de ansiedad, es normal, a todo el mundo le da. Y lo que tuviste cuando viste a un ex novio fue eso, estabas tan ansiosa que reaccionaste de forma alterada y a la defensiva.

-¿Y qué paso con esa depresión que usted dice?

-¿Qué pasó para que volvieras a sonreír y olvidarte de la muerte de tus padres?

-Yo…

Bill, apareciste en mi vida… Oprimí una sonrisa ante el simple pensamiento.

-Las distracciones ayudan más que los antidepresivos –me guiñó un ojo y apagó la televisión.

-Entonces no debo tomar más pastillas.

-Te recomendaría que mañana te tomes la mitad de una, al día siguiente un cuarto, y luego no la tomes nunca más. Así el cambio no será tan drástico –nos levantamos al mismo tiempo dando por terminada la sesión, tomé mi bolso y lo colgué de mi hombro derecho-. Ya tienes mi número si deseas contactarme en caso de problemas o dudas.

-¿No más sesiones?

-No lo veo necesario –se encogió de hombros abriéndome la puerta mientras se subía los lentes.

Ya en mi auto, ignoré todo a mi alrededor mientras recordaba las palabras del doctos Harrison. Sentía que estaba en un punto muerto donde no había palabras correctas. Debería estar feliz, pero me sentía jodidamente confundida. ¿Diagnóstico erróneo? ¿Cómo se supone que debo asimilar un error médico que he llevado durante mi vida? Dios… insisto en que debería estar feliz pero estoy mal.

Y sin quererlo comencé a llorar como una niña descontrolada. Y afuera… afuera comenzó a llover. Quizás el destino se había puesto de acuerdo conmigo a modo de burla, pero yo no le veía la gracia. Tenía una llamada perdida de Gaspard que ignoré junto con la de Andrea. Alexander se encontraba en el instituto por lo que tendría tiempo suficiente para descargar lágrimas en nuestro departamento nuevo, ni si quiera tendría a Aki ya que ahora estaba con Erik.

Encendí el auto, activé el limpia parabrisas y me dirigí rumbo a la autopista central. El doctor dijo que las distracciones habían cambiado el rumbo de la depresión, que algo había cambiado mi manera de pensar haciendo que quedara en el olvido la muerte de mis padres. Durante todos los años de entrenamiento estuve pensando en ser la mejor, en hacerme fuerte a base del dolor que sentía. Y luego conocí a Bill y todo lo que me importó fue protegerlo de lo que era y de mi mundo. Bill fue quien me cambió, entonces. Su manera de ver la vida, sus besos, sus palabras, su risa… la forma en la que me llamaba… todo él me cambió. ¿Qué más puedo pedir? ¿Qué más puedo agradecer? Y luego llegó Alexander para reemplazar el lugar de su padre y curar las heridas. Ambos me ayudaron a sanar. Bill y Alexander. Padre e hijo.

El semáforo cambió a rojo, el auto frente a mí paró en seco y rápidamente calculé el tiempo con la distancia. Sólo pude aminorar el resultado.

-¡MIERDA! –sentí el impacto del metal chocando contra el metal, el airbag se accionó y estampó mi cabeza contra el asiento.

¡Qué tonta! ¡Lo que más piden es concentración y yo acabo chocando a un tipo en pleno semáforo! Escuché gritos junto a la lluvia, una sobra acercarse mientras yo quitaba de mi rostro la puta bolsa con aire. Era excelente conductora, ¿y la primera vez que fallo es en un semáforo? ¡Qué patético! ¡Y más a mi edad!

-Puto auto –maldije logrando hacer a un lado la bolsa y quitarme el cinturón de seguridad.

El tipo de afuera llamaba con su teléfono a alguien mientras esperaba a que saliera del auto. Lo que menos quería escuchar eran puteadas de otros. Al menos sabía que mi cuenta tenía demasiados ceros para comprarle el mismo auto en un modelo nuevo, por lo que no me preocupaba lo de sus condiciones, seguro, etcétera. Simplemente quería que las cosas fueran tranquilas y no me dijera algo como “¿¡Dónde mierda tienes los ojos!?”. Suspiré y abrí la puerta saliendo a la lluvia con solo uno vestido blanco, tacones y mi dignidad.

-Mira, lo siento –empecé mientras cerraba la puerta del auto y veía que la punta de mi auto estaba prácticamente incrustada en el culo del suyo lo que me pareció algo gracioso-.  Frenaste rápido y mi auto no alcanzó a frenar a una buena distancia y bueno, yo…

-¿(Name)?

Su voz, ¿por qué se me hacía tan conocida? Joder, entre la lluvia,  la cortina de cabello mojado que me tapaba la vista y el frio, no tenía mucha elección para pensar con claridad el origen de la voz. Volteé la cabeza encontrándome con aquel piercing en el labio, las mismas cejas, un lunar en su mejilla y esa sonrisa que creía olvidada. ¿No debería odiarme por ser uno de los motivos por el cual terminó con Andrea? ¿Por qué de repente sonreí de oreja a oreja ignorando que su auto estaba destrozado?

-Hola –traté de sonreír, traté.

-¿No nos vemos hace años y tú lo único que dices es “hola”? ¡Ven acá! –me empujó hacia su cuerpo y me abrazó mientras reía.

Realmente no le veía la gracia a esto. ¡Choqué su auto! Hay que tener dos dedos de frente para abrazarme cuando en realidad debería odiarme por arruinar su auto. Pero ahí estaba él, cubriéndome con sus brazos. Sentía mi pelo gotear y el agua meterse en las partes más increíbles de mi cuerpo. ¿Por qué me puse un vestido? Ah, amaneció soleado. Me separó observándome de pies a cabeza y luego me facilitó su casaca sin decir nada.

-No creo que a Bill le guste que se exhiba tu ropa interior –sonrió aguantando la risa.

Observé mi vestido que ahora resultaba ser una perfecta transparencia pegada a mi piel, por lo que cubrí todo lo que pude con su prenda. Me sentí avergonzada y sin palabras mientras observaba a ambos autos con abolladuras gigantes.

-¿Estás bien? –me preguntó-. Te noto muy callada.

-¿Será porque no nos vemos hace unos dieciocho años y que acabo de chocar tu auto?

-Ah… lo olvidaba –observó nuestros autos y a la gente alrededor de nosotros señalando al guitarrista famoso y a la mujer cuya ropa interior quedó descubierta-. Bueno, da igual.

-¿¡Qué!? ¿Estás loco? ¡Acabo de arruinar a tu auto!

-¡Bah! Lo material da igual, me importa que tú estés bien.

-Estoy bien –afirmé.

-Bueno, ya llamé a una grúa para que se lleven tu auto y el mío. Sólo tenemos que esperar –miró de nuevo a su alrededor y sonrió-. Te invito a un café.

¿Qué tienen en la cabeza los Kaulitz? Cada uno con su rollo. Incluyendo a mi hijo, por supuesto.

-Si no aceptas, realmente me sentiré ofendido. Y hace frío… y llueve mucho.

-Está bien –murmuré caminando detrás de él con la cabeza agachada ante los espectadores.

Al parecer, al entrar en la cafetería, le hicimos el día (o Tom se lo hizo) a la dueña, quien nos atendió personalmente cerrando las puertas para que no entrara más gente al local. Nos sentamos en la mesa más apartada por petición de Tom, quien además pidió chocolate caliente para ambos.

-Sigues igual –dijo sin parar de observarme mientras revolvía su taza.

-Me gustaría poder decir lo mismo de ti –sonreí a medias mientras miraba su apariencia y sus brazos con tatuajes.

-Bueno, a veces Bill influencia demasiado –se rió mientras giraba los brazos para una perspectiva mejorada.

-Hmm…

-¿Pasa algo? Tú nunca has sido totalmente callada o seria, más bien…

-¿Por qué me hablas? Fui yo la culpable de que tu matrimonio con Andrea no resultara, Tom. Huí de tu hermano y le ocasioné mucho daño a tu familia, ¿cómo puedes hablarme sabiendo eso?

Pestañeó rápido sorprendido de mis palabras. Observé avergonzada mi taza con chocolate humeante. Definitivamente este era uno de esos días que preferiría olvidar y enterrar en un hoyo muy hondo. Le oí suspirar con pesadez, como si se hubiese estado guardando todo este tiempo detrás de esa sonrisa.

-Yo fui quien hizo que nos separáramos. Fui el factor detonante, y ella lo sabe.

-Pero ella me dijo que…

-Tú no tienes la culpa de eso. De otras cosas sí, pero de esto no.

Lo observé fijamente, sintiéndome podridamente culpable por dentro porque sabía que decía eso sólo para hacerme sentir mejor. Tomó mi mano, deteniendo el rumbo destructivo de mis pensamientos como si me conociera lo suficiente. Sonrió, pero la sonrisa no tocó sus ojos tristes que parecían guardar una pena inmensa en ellos.

-Lo que sea que te haya dicho ella o mi hermano es mentira. Realmente yo jodí nuestra relación.

-¿Por qué?
-Calentura –dijo encogiéndose de hombros. Guau, realmente lo tenía asumido-. Me metí con mi novia actual estando ya casado con Andrea. Me sentía presionado con el sólo hecho de portar un anillo de bodas en mi dedo y tener que ser un padre responsable. Me sentía… anti yo.

-Y te metiste con Ria.

-Sí. Al principio no le tomé mucha importancia porque éramos como “follamigos”, ¿entiendes? Pero al final creí enamorarme de ella y por eso sigo con Ria.

-Espera, ¿”creíste”? ¿Acaso ya no?

-Tengo al fiel retrato de ella en mi casa –sonrió levantando las manos-. Mi hija Cassandra es la viva imagen de ella, y cuando la veo siento la necesidad de pelear con ella y discutir por cualquier tontería.

-Aún la amas –sonreí notando que sus mejillas se ruborizaban-. ¿Y qué hay de Ria? ¿Aprendiste a quererla un poco?

-Yo… no creo poder querer a alguien que no quiera a los demás –murmuró con su voz gruesa, más que la de su gemelo.

-Pero llevas años con ella.

-Lo sé –suspiró algo hastiado de la conversación por lo que me obligué a callar.
Tenía hambre, y sólo lo pude notar cuando pedí una segunda taza de chocolate caliente. Tom me hablaba sobre todas las cosas que han pasado con la banda en los últimos años, y en cómo su hija se codeaba amistosamente con otros adolescentes famosos además de imponer moda en las chicas de su edad. La grúa que se llevó ambos vehículos llegó a la media hora después, firmamos unos documentos y Tom se rehusó a que pagara por arreglar su auto.

-Qué curiosa la forma en que lo chocaste –se rió y levantó las cejas en juego.

-Quedaron incrustados –me avergoncé mordiendo mi labio inferior para contener la risa.

-Esto lo tiene que ver Bill –sacó su teléfono del bolsillo y fotografió en distintos ángulos el choque-. Se va a matar de la risa cuando vea las fotos.

El conductor y el corredor del seguro automotriz preguntaron por los últimos detalles de la compra de ambos vehículos y se fueron junto a la grúa. No me serviría esperar a que el auto esté completamente arreglado cuando el daño había influido en el motor, por lo que lo mejor sería venderlo y comprar uno nuevo que sólo se demoraría un día en llegar a mis manos. Saqué mi billetera viendo si venía algún taxi para llegar a casa, pero al parecer la lluvia les producía alergia a los choferes.

-¡Eh! –Me llamó Tom desde la entrada de la cafetería- no te preocupes por un taxi, ya llamé a mi chofer privado.

-No es necesario, Tom. Creo que ya has hecho suficiente por mí.

-Bueno, yo creo que aún tenemos una conversación pendiente y que no estoy dispuesto a dejar pasar, así que te conviene no tomar ningún taxi y esperar conmigo. Además, está lloviendo más fuerte y pescarás un resfriado.

-No tenemos ningún tema pendiente.

-¿Ah no? Creo que tu memoria está fallando. Mejor entremos y resolvemos esto, a fin de cuentas, me debes un favor muy grande por no cobrarte nada por mi auto –tomó mi mano y me introdujo de nuevo dentro del local.

Ésta vez, nos sentamos juntos, no frente a frente, así nadie nos escucharía o eso pensé por su repentina cercanía. La yemas de mis dedos estaban húmedas, sentía las gotitas de agua deslizarse de mi cabello a mi piel produciéndome ligeros escalofríos. La seriedad apareció en sus ojos, lució menos joven y realmente me sentí pequeña ante su mirada por lo que la esquivé observando mis dedos.

-Ya sé que tienes pareja pero… está Bill.

Bill, Bill, Bill…

-Tu hermano tiene una manera demasiado insistente de encontrarme.

-Ustedes siempre coinciden, y ya es hora de…

-Me casaré, Tom.

Me arrepentí a penas lo dije. No era cierto, pero tampoco era mentira. Ian quería que nos casáramos y le pedí tiempo para pensar sin separarnos el uno del otro. Tom se lo diría a Bill, Bill me buscaría y me encararía, y luego me arrepentiría de haber dicho esto. Observé de reojo a Tom, quien me miraba con la boca abierta totalmente sorprendido.

-Mierda –murmuró cubriendo sus ojos con una mano.

-Bueno, en realidad estoy a un paso de comprometerme con Ian, sólo falta mi respuesta y…

-Y lo tuyo con Bill quedará por siempre en el olvido, ya entiendo.

-Tom…

-Dime una cosa, ¿aún sientes aunque sea algo pequeño por él?

-Claro que sí. O sea no. Bueno, sí. En realidad…

-Vale, con la primera respuesta está bien –sonrió un poco medio burlándose de mi indecisión-. Y esa es la razón por la que no deberías olvidar lo tuyo con él. Sé que a veces Bill se pone medio obseso por ti, pero en realidad te ama.

-Estoy con Ian.

-¿Acaso lo tuyo con él tiene la misma intensidad que lo tuyo con Bill? No me respondas, sólo piénsalo.

-No me hagas esto Tom –apoyé la frente en la mesa frente a mí, cerrando los ojos.

-Bueno, me bastan mis propias conclusiones –soltó una carcajada y despeinó aún más mi cabello mojado.

-¿Algo más que se te ocurra antes de salir a por un taxi?

-Te dije que mi chofer vendría por nosotros.

-Estoy cansada de esperar –gemí levantando la cabeza-. Tengo sueño y tengo cosas que hacer.

-Aún no termino.

-¿Desde cuándo esto es un interrogatorio?

-¿Por qué no nos dijiste que tenías un hijo?

Observé sus ojos viendo el pánico de los míos reflejados en ellos. ¿Cómo lo supo? Ah… mi hijo va a su casa siempre, casi olvidaba ese estúpido detalle. Seguramente Alexander dijo algo sobre las pistas que le he dado durante estos años y Tom unió todo. Debí observas más a Sascha y quizás así habría evitado llegar a este momento o aplazarlo lo necesario hasta que a mi hijo ya no le importe quien es su progenitor.

¿Qué sacaba mintiendo? Seguramente le preguntaría a Andrea y ella confirmaría todo. Sólo un poco de persuasión bastaría para que abriera la boca lo justo y necesario. ¿Y ahora qué entonces? Ir con la verdad era tentador, pero las consecuencias son desconocidas. Sentí su mano en mi brazo con una orden ni mencionada y presente en su mirada.

Vamos… dilo. Nada puede ser tan malo.

Claro que podía ser malo. Bill se enteraría, me haría trizas y luego pelearía por la custodia de mi hijo y se ganaría su cariño. A cambio, obtendría el odio de Sascha por no decirle que su padre al parecer está frente a sus narices. Espera, si Bill y Alexander ya se han visto, ¿cómo es que Sascha no ha notado el tatuaje de Bill siendo tan observador? ¿Realmente se han visto entonces? Dios, si no obtenía una aspirina en estos instantes, mi cabeza reventaría de tantas preguntas y dudas. ¡Y lo peor era que no podía preguntarle sobre esto a Alexander! Si le hacía la más mínima pregunta, uniría los cabos sueltos y sabría la verdad.

-(Name) –insistió Tom sacudiendo mi brazo.

Por algo te lo pregunta… aún no saben.

-Sólo dilo. Si quieres, guardaré el secreto y no le diré nada a Bill –prometió con una mirada de lo más sincera y limpia.

Ojalá fuera tan fácil. ¡Vamos! Abre la boca, encuentra tu voz, modula y listo. Así de fácil como se dice.  

Tomé su mano entre las mías observando mis dedos fríos en contacto con su piel morena y tibia. Si lo guardaba, lo aplazaría más y todo iría peor. De eso estaba segura. Y si Tom me lo confiaba como un secreto, realmente sentiría que ya no miraría con otros ojos a Alexander, sino que ayudaría en su protección. Todo es por el bien de mi hijo, todo lo que hago es por su bien.

-Sí –asentí en un débil susurro que fue todo lo que mi voz soltó.

-¿Sí qué? –preguntó tras una pausa seguramente procesando las palabras.

-Tengo un hijo –mi voz aumentó a un leve murmullo.

Quitó su mano entre las mías, como si de repente le repeliera mi tacto. Observé su rostro realmente atónito y pálido, como si hubiese visto un fantasma. Ya, ya estaba. Lo había confesado y ahora lo sabía de mi propia boca. Sólo quedaba esperar a que no le dijera nada a Bill, porque perdería a Sascha para siempre, eso estaba más que claro. Pedí un trozo de tarta de fresas mientras esperaba su reacción, para evitar ver su rostro y aprovechar de ordenas mis ideas.

-Así que…

-¿Qué?

-¿Cuántos años tiene?

Lo observé con toda la seguridad del mundo dejando el tenedor a un lado con una fresa pequeña atrapada en los dientes. ¿Por qué preguntaba tal estupidez? Él sabe perfectamente que nos referimos a la misma persona y aún así insiste en darle vuelta al asunto como si no conociera nada. Puse el plato en el centro de la mesa, alejándolo completamente de mí ya que había perdido el apetito.

Había mucho en qué pensar, desde mi enfermedad hasta mi hijo. Y ahora estaba envuelta en una conversación que esperé no tener tan pronto, pero que desde que Alexander decidió venir supe que llegaría. Estaba completamente empapada, con mi ropa interior a la vista de quien quisiera mirarla, y tenía frío. ¿Qué más podía agregar? ¡Ah! No tengo auto y está lloviendo. Solo a mí me pasan estas cosas.

-Ya basta Tom –exploté parándome repentinamente hastiada-, ¿Para qué preguntas si ya sabes la respuesta?

-Pensé que lo negarías –sonrió socarronamente.

-No.

-¿Alexander, verdad?

-¿Algo más que te falte por saber?

-¿Tiene nuestro apellido? –se puso a mi altura totalmente serio.

-Es un Kaulitz, no se lo negaría por mucho que ni su padre lo sepa.

-¿Por eso te fuiste, verdad? Estabas embarazada y como se te hace difícil manejar tu vida privada con tu vida laboral, decidiste huir.

-¿Acaso no te lo dijo Andrea?

-¿Decirme qué? –levantó una ceja y me aseguré de que nadie nos observara, pero podía ver que la dueña de la cafetería nos seguía observando con sus ojos depredadores.

-Olvídalo, Tom –suspiré observando que cerca de nosotros, un auto estacionaba.

-¡Bah! ¿Ya te retractas? ¿Tan pronto? Recuerda que me lo…

-No te debo nada. Ya sabes que tienes un sobrino del que debes impedir que se enamore de tu hija.

-No me digas que…

-Por suerte no. He hablado con Andrea e indirectamente con él y no hay nada entre ellos, pero eso no significa que no pueda ocurrir. Y más te vale que no le digas a Bill ¿entiendes?

-¿Por qué? Él tiene que saberlo, no puede andar por la vida sin saber que tiene un hijo.

-Aún no es tiempo, Tom.

-¿Y cuándo será, eh? ¿Cuando cumpla la mayoría de edad o entre en la universidad? ¿Cuándo tenga hijos o nietos? ¿Cuándo estemos muertos?

-Se lo diré pronto, pero tú debes callar –sentencié observando a quien abría la puerta del café de repente, con una chaqueta abrigadora-. No me dijiste que él era tu chofer.

Observó la dirección de mi mirada y esbozó una sonrisa lobuna, de esas peligrosas de las que debes cuidarte si no quieres terminar como la abuela de la Caperucita Roja. Una sonrisa llena de maldad. Reaccioné pegándole un puntapié con mi zapato, a lo que él gimió mientras le hacía señas a Bill.

Nuevamente nos encontrábamos. Y el juego se ponía peligroso.