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miércoles, 23 de abril de 2014

Capitulo 50 (Tercera Temporada)


-Las misiones se han cancelado debido a la tormenta eléctrica y las intensas precipitaciones, por lo que no hay registro de actividades hasta nuevo aviso.

-No juegues conmigo Balto.

-Si estuviera jugando, créeme cariño que esto sería una versión más sádica de Saw.

-¿Sabes de alguna mafia que no esté en pausa?

-De las grandes, no muchas. Creo que hay una en Italia, España y la tuya. Pero no hay negocios hasta nuevo aviso.

-¿Pantera?

-Nadie trabaja, ¿qué mejor época para fechorías?

-Pero la Cámara…

-Por si lo olvidaste, esa cosa perdió la seriedad, querida. ¡Ah! Mira qué coincidencia… en uno de los canales de televisión estás clarísima junto a este famoso cantante y… espera, ¿en su auto? ¡Qué guarra Invasora!

-Agh, cambia esa mierda en la televisión y ayúdame con lo que te digo pedazo de marica –gruñí apagando el televisor donde se mostraban las mismas imágenes que él estaba viendo.

-¡Eh, muy marica seré pero no se me pierde ni un pelo de mi cabeza, cabrona!

-Necesito que me reportes cualquier movimiento por mínimo que sea en tu mafia.

-¿A cambio de qué?

-Te daré una carta de invitación para el club “Femme” con membresías incluidas.

-Hecho. Soy todo oídos, vista y tacto, querida Invasora.

-Hablamos.

Tiré el teléfono al sofá frente a mí tachando el último nombre en la agenda. Ninguna mafia estaba funcionando, y por ende, las venganzas de tornaban a un nivel personal. Ya iban casi cinco días en donde no había señales de vida por parte de Alexander y la situación empezaba a tornarse desesperante, porque mis cartas empezaban a disminuir. Si las mafias no funcionaban, no podía moverme demasiado por las redes de contactos oscuras porque  nadie  estaba dispuesto a moverse por un chiquillo.

Estaba girando cuentas bancarias, retirando dinero a por montones y revisando constantemente las cámaras de seguridad de toda Berlín, porque ahora las tenía a todas a mi disposición, pero ni la patente de mi hijo ni él aparecían. Las cámaras de los aeropuertos y terminales de buses tampoco figuraban con rostros parecidos al de mi hijo.

Realmente empezaba a perder las casillas al no tener ninguna señal de él. Era la única que sólo dormía una hora diaria con tal de no perderme detalle alguno de nuestra búsqueda, no me daba ni hambre y empezaba a sentir el desgaste de la preocupación intensa.

-Llamó Cassandra.

-¿Alguna señal? –pregunté.

-No. Nadie lo ha visto en el instituto ni fuera de él.

-¿Le dijiste que no alertara a nadie allá?

-No lo ha hecho, pero todos empiezan a notar su ausencia.

-Bianca, necesito que sigas diciendo que tiene alguna especie de gripe con fiebre y cualquier drama.

-Lo haré, tía.

-Lo mismo para los profesores.

-¿No hay algo más útil que pueda hacer por ti? –noté su mano en mi hombro y la toqué notando lo caliente que estaba.

-Con eso es más que suficiente, mi niña.

-Papá dijo que haría un rastreo general por los barrios oscuros junto al tío Gaspard.

-Puedes quedarte acá si así lo deseas.

-Debo ayudar a mamá con los cuidados de la tía Lily… realmente lo siento porque…

-Oh, está bien Bianca, Andrea que quedará conmigo cuando vuelva del turno así que no me quedaré del todo sola.

-Bueno. Te dejé una manzana y un sándwich sobre la mesa de la cocina, por favor come algo.

-Lo haré querida.

-Nos vemos luego.

Escuché que se cerraba la puerta y saqué de mi bolsillo una cajetilla de cigarrillos. Pausé todos los videos, puse un vaso sobre la mesa y derramé whisky en él. Necesitaba el ardor del alcohol correr por mi garganta junto al sabor amargo del humo de un cigarrillo. Afuera llovía a cántaros, y la señal telefónica estaba cortada en algunos sectores de Berlín. Una tormenta eléctrica se aproximaba a juzgar por el aire tibio, por suerte Bianca tomó un taxi y la casa de Erik no quedaba tan lejos.

Pero mi Sascha seguía en alguna parte de Alemania o el mundo perdido y esperaba con todas mis fuerzas que estuviera con vida. Con sólo una señal de él me conformaba para aliviar mis pensamientos aunque sea sólo un poco. Las preguntas sobre él inundaban mi mente, desde si veía el cielo hasta si tenía hambre o frío. Necesitaba un simple mensaje que me dijera que estaba bien y yo también lo estaría.




ALEXANDER

Dios, qué frio de puta medre hacían en esta celda. No veía ni mis manos y con suerte tenía una manta envuelta en mi cuerpo. Los tipos se han ensañado conmigo y ya me había ganado mis primeros cortes y heridas tratando de liberarme, pero ante unos gorilas de dos metros que hablaban entre gruñidos, era imposible.

Había perdido la cuenta de los días, de mi ubicación y de lo que me rodeaba con facilidad. Creo que con suerte he podido pensar las cosas con mayor tranquilidad y meditar respecto a lo que pasó en mi cumpleaños.

Primera conclusión: Soy un Kaulitz lo quiera o no.

Mamá no me ocultó del apellido de mi padre porque estaba en mi derecho de tener algo de él además de sus genes o rasgos o no sé qué otra mierda. Podría cambiarme el apellido, pero la sangre seguirá presente lo quiera o no y eso no cambiará jamás.

Segunda conclusión: Entendía la reacción de Bill.

Ahora sé que lo impulsivo lo saqué de mi padre más que de mamá, por lo que no se me dificulta pensar que yo también habría reaccionado así si fuera Bill. Vale, hay que ser bien objetivos. Quizás no le habría pegado, pero las ganas no me faltarían.

Tercera conclusión: Entendía la decisión de mamá.

Mis padres viven en mundos completamente opuestos donde uno se oculta y el otro reluce ante todos. Era obvio que si Bill Kaulitz tenía un hijo todos querrían tener las primeras imágenes de él y su madre, exponiéndonos a ambos a un mundo que pondría en peligro nuestras vidas. ¿Qué mejor que huir y no decirle a Bill que es padre? Porque eso fue lo que hizo para cuidarme a mí. Claro, me había vuelto su punto débil y lo mejor sería que me mantuviera en todo momento donde sus ojos me miraran.

Cuarta conclusión: Necesitaba salir de aquí cuanto antes.

Pero primero necesitaba saber quién está detrás de esta estupidez, para ver si valía la paliza que le daría o no. Milagrosamente, aún tenía en mi tobillo derecho el GPS que mamá me obligaba a llevar. Estaba apagado, pero no me arriesgaría a traer a mamá sin antes conocer al enemigo o lo que fuese el tipo que me tenía acá. Quité una costra pegajosa y de mi brazo, ignorando el dolor. Algo parecido a un trueno sonó desde el exterior por la pequeña ventanilla que me indicaba si era de día o noche. Lástima que esa ventana estaba al final del pasillo y yo estaba en esta jaula siendo vigilado por un gorila.

-Necesito hablar con el jefe –murmuró el gorila a uno de la entrada principal.

-Ve.

-Oye, chico –me llamó con su voz terriblemente grave como la de un gorila de verdad, joder qué parecido-. Prepárate para salir en un rato más.

-¿Con o sin condón? –bromeé pero mi voz no fue más que un murmullo ronco- Digo, por si las moscas.

-Avisa si intenta algo –le dijo al otro ignorándome.

Me paré y me apoyé en las vigas sintiéndome un verdadero reo encarcelado por hacer nada. Estaba aburrido, ni si quiera había música o un televisor y al parecer era el único que estaba tras las rejas en todo el lugar, lo que daba la opción de que todos estaban durmiendo o muertos.

-¿Qué día es? –pregunté tratando de sonar amigable.

-¿Acaso importa? –me respondió.

Bueno, de importar, no importaba. Pero sólo quería obtener una referencia del tiempo que llevaba ahí siendo comida de ratas y absorbido por las mismas paredes casi como una fusión.

-¿Me puedes decir aunque sea la hora?

-Cinco de la tarde.

-Gracias.

Vale, y yo que sentía que era de mañana. Parece que mientras más rápido me sumía en mis pensamientos, el tiempo de apresuraba en correr para hacer las cosas más pasajeras. Me senté en la cama hasta que mi cuerpo se deslizó recostándose, sin nada más que hacer. Quizás inventaría historias, recordaría mi infancia o seguiría sacando conclusiones sobre mi último día con mamá, pero el GPS sólo lo activaría cuando el verdadero peligro (era un hecho que lo había) se avecinara y supiera con qué tipo de personas estaba tratando.

El guardia con pintas de gorila y voz grave volvió a ingresar unas cadenas siendo arrastradas y más armas de las que ya portaba cuando se retiró. Me empecé a marear, como si mi estómago de acobardara a último minuto y me reprochara el no haber aceptado bocado alguno en las últimas no sé cuántas horas. Mentalmente creé una oración si es que había algún Dios escuchándome que se basaba en pedir refugio y resguardo de un ser celestial antes de morir o ser torturado. Se apoyó en la pared silbando una canción que estaba seguro que recordaría hasta el fin de mis tiempos y empezó a jugar con las cadenas pasándolas de una mano a otra. Si ya no estaba en una película de terror, entonces estaba en pleno debate presidencial con Freddie Krueger. 

A lo lejos, bien lejos, escuché un gritó como de aviso en algún lenguaje que no figuraba en mi diccionario mental. Me asusté, pero me aterroricé de verdad cuando vi que ambos guardias avanzaban hasta mí con rostros serios como si se enfrentaran a un hombre lobo o peor aún a un terrorista con una bomba en la cabeza. No estaban asustados, pero parecían lobos a punto de cazar a su presa.

-Ya, qué va. No muerdo –alcé ambas manos y retrocedí cediéndoles el control.

Casi pude oír el suspiro de ambos antes de que el metal comenzara a chillar tras ellos. Me pusieron esposas, sí, de esas con cadenas sólo para brazos pero que estrangulaban mis muñecas como la mierda. Se pusieron uno a cada lado y me empujaron para seguir el ritmo de ellos. Podía sentir que el ambiente se ponía cada vez más frío con cada paso que daba fuera de la celda, las paredes estaban húmedas y las luces titilaban como cuando eres perseguido por un asesino serial.

Con cada paso, me sentía más cercano a mi muerte o a lo que fuera a venir con tanta lentitud, porque era un hecho que querían torturarme con tanto tiempo acá sin hacer nada.

Bien, éste es el plan, Sascha: Ves quién está detrás de todo esto e inmediatamente activas el GPS, hablas y haces preguntas hasta donde te dé la lengua y… bueno, sólo quedará resistir lo suficiente antes que venga la ayuda o…

-Déjenlo acá. Con las cadenas bastará para que permanezca quieto.

Observé fijamente a la persona que me habló, viendo entre las sombras esos rasgos que creía difícil de olvidar. ¿De qué iba esto? De repente no sabía si sentirme a salvo o en peligro, era como una sensación de estar en un limbo vertiginoso. Fue imposible quedarme callado sin buscarle algún sentido a toda esta pesadilla viviente.

-¿Tú?

-Es bueno verte de nuevo, Alexander.

Oh, mierda. Ahora sí que sentía que debía activar el puto GPS a penas se me presentara la oportunidad.




INVASORA

-¿Dónde vas?

Enrollé mi bufanda, tomé el bolso que contenía lo necesario en caso de emergencias y tomé las llaves sin contestar su respuesta. Quizás se debía a la valentía del alcohol o al frío que recorría mi cuerpo y me ponía impaciente, pero me encontraba decidida ante lo que haría y no estaba dispuesta a pensarlo dos veces.

-Llevo mi teléfono, GPS, armas y lo suficiente como para lo que tenga que hacer.

-¡Pero no sabes dónde está! Dios, no puede ir así por la vida sin esperar una señal de…

-Llevo cinco días esperando a por una señal, Andrea –abrí la puerta con la necesidad de encender un cigarrillo y aspirar todo el humo de una vez.

-No hagas ninguna locura, por favor, y trata de estar atenta por si llama Sascha –susurró y noté la dolencia de su voz, por lo que la abracé una última vez antes de desaparecer tras las puertas del ascensor.

Estaba decidida a hacer las cosas bien, a empezar de nuevo y conservar la calma, porque la impaciencia no me llevaría a ningún buen camino. El problema era que mi sangre estaba agitada y envuelta por la adrenalina, como una bomba en sus últimos segundos antes de explotar. Casi corrí hasta mi auto mientras mi consciencia hacía su trabajo tratando de detenerme de lo que hacía. Necesitaba verlo, explotar con la verdad y sentirlo tan cerca como siempre quise.

Los semáforos parecieron ponerse de mi lado, las calles estaban vacías debido a la tormenta y la incesante lluvia, pero me dio igual. Aceleré vertiginosamente la velocidad queriendo pender mi vida de un solo hilo, pero lo duró lo suficiente cuando empecé a transitar por el camino que me llevaba hasta él.

Estacioné unas cuadras antes, llevando mi bolso conmigo esperando a que mis armas no se mojaran. Mi cabello se mojó a los pocos segundos fuera del auto y caminé a paso apretado hasta lo que recordé que era su casa. Ensayé palabras a base de borrones y sinónimos, pero no estaba del todo lista para verlo, en especial sabiendo que olía a cigarrillos y whisky. Ya en frente, toqué el timbre insistentemente, rogando para que la abrieran y no muriera ahogada entre tanta lluvia y frío… mi Alexander debía estar congelado con este clima. El portón se abrió electrónicamente, entré en un abrir y cerrar de ojos y corrí hasta la puerta esperando a que la abriera la persona correcta.

-¿Tú… qué haces acá?

Vaya, no todo lo que brilla es oro al parecer. Hizo un gesto para que entrara, tomando una toalla de no sé dónde y ofreciéndomela cuando ya estuve bajo techo. Cerró la puerta y pude sentir el aroma a canela y manzanas. Jamás había estado en esa casa, pero el estilo se parecía mucho a la que tenían en Los Ángeles.

-¿Apareció? –preguntó tomando mi bolso, lo que fue gracioso porque casi se cae con su peso, más aún no me reí.

-No.

-¿Qué traes acá? ¿Piedras? ¿Un saco con cemento?

-Armas –vale, demasiado sincera a juzgar por su rostro sorprendido-. Necesito que dejes en bolso en un lugar seco y donde nadie pueda verlas.

-¿A qué se debe esta visita? Porque realmente no le encuentro sentido al venir y dejar esto por acá habiendo miles de lugares o…

-Tom, necesito hablar con tu hermano.

Ahora sí que se sorprendió. Vale, hasta yo parecía impresionada con la seguridad de mi voz pese a estar tiritando con el frío. U n aire de duda inundó su rostro, sin embargo permaneció en silencio hasta recobrar la misma confianza.

-¿Andrea se quedó contigo?

-Está sola en el departamento, ¿y Cassandra?

-Mamá se la llevó a su casa esta tarde para distraerla un poco.

-¿Simone sabe…?

-Sí.

-Oh… humm… vale.

-Bill está arriba, espero que tengas un poco de suerte si te abre la puerta.

-¿Te habla?

-Sí, pero con un poco de distancia. Es la última habitación a la izquierda.

-Gracias.

Dicho esto, él tomó las llaves de su auto, sacó una casaca y salió dejándome completamente sola. La lluvia se escuchaba como un susurro más en la casa, pero aparte de ella, ningún sonido parecía delatar la presencia de Bill.  Me quité el abrigo y lo dejé colgado en una silla junto a la chimenea clásica con un reloj sobre ella. Caminé despacio, sintiéndome intimidada por la magnitud de las paredes y el lugar en general. Abrí el bolso, verificando que las armas estuviesen aún secas y tomé la pequeña memoria llena de la vida de Alexander entre mis manos dispuesta a subir hasta su cuarto.

No fue necesario como creí, porque mientras pensaba en lo que le diría los pasos de alguien bajando las escaleras muy rápido me dejaron estática por un instante. Era él, pero no sentí miedo en ningún instante, quizás porque el miedo debió alejarse de mí cuando me dispuse a buscar a mi hijo peinando cada calle de Berlín.

-¿Tom?

Su cuerpo, sólo cubierto por unos pantalones de lino blanco y una sudadera gris que dejaba entrever sus tatuajes, apareció frente a mí llamando al mío como si fuera un imán. Su cabeza se giró en mi dirección con su cabello desaliñado, sus ojos luminosos y serios vieron que preguntó por la persona equivocada y algo pareció despertarse en su interior. Contuve la respiración por el tiempo suficiente antes de escuchar de nuevo su voz hablándome directamente.

-¿Acaso no tienes modales para saludar o anunciarte?

-¿Y tú te atreves a hablarme de modales cuando entraste a mi casa sin mi permiso?

Suspiró y por primera vez pude notar a lo lejos en la distancia que nos separaba, que lucía cansado, pero me mantendría firme.

-Tengo algo que espero que te interese.

-Vaya manera de preguntar cómo estoy.

-¿Acaso no debería decir eso yo? Nuestro hijo lleva cinco días sin dar señales de vida y no hay rastros de él.

-Lo sé.

-Sí, lo sabes y no haces nada al respecto.

-No puedo llamar a la policía –se acercó hasta el la luz del fuego lo iluminó completamente para mí-. No tengo contactos con la mafia ni con nadie que me pueda ayudar, ¿cómo puedo entonces buscarlo más que recorrer todo Berlín en busca de él?

Vaya, si no llamaba a la policía era por mí. Si no contactaba a cualquier tipo de la mafia era porque no quería que supieran de Alexander. ¿Acaso ese era el motivo responsable de sus ojeras? Se veía tan molesto y serio, que me sentía levemente reducida en mi interior. Me acerqué a él, recordando que debía mantener la calma y sonar pacífica mientras estuviera cerca de él porque ya no tenía fuerzas para pelear.

-Toma –comencé ofreciéndole el pequeño objeto de mi mano-. Esto es todo lo que tengo de Alexander.

Titubeó o quizás simplemente dudó con lo que recibiría, pero finalmente aceptó con un asentimiento y un agradecimiento en susurros. Di media vuelta, dispuesta a irme por donde mismo llegué y seguramente pasar la noche en el auto mientras esperaba a que amaneciera y con ello, los mafiosos más peligrosos estuvieran disponibles para negociar conmigo.

-Puedes quedarte.

Me giré lentamente, sintiendo su mirada recorrerme por completo haciendo que mi piel soltara escalofríos de la pura emoción de tenerlo frente a mí. La sonrisa aún no quería aparecer en su rostro, pero podía ver una pequeña luz en sus ojos que me hacía ilusiones respecto a lo que sentía.

-Terminaré de ver lo que hay aquí y podrás irte.

-No es necesario –ya sentía que todo salía mal entre nosotros-, es una copia.

-Bueno, me gustaría que te quedaras mientras yo veo esto.

Algo se revolvió en mi interior, un chillido adolescente explotó en mi cabeza totalmente ilusionada con la idea de quedarme junto a Bill. ¿Qué me pasaba? Ah… debía ser el whisky y su efecto alentador revolucionando mi inconsciente y mi cuerpo entero.

-Además, estás empapada.

¡Gracias lluvia sagrada por dejar que Bill me tenga un poco de piedad y me contenga por un momento! Pero me retenía la parte orgullosa, que sentía que Bill me tenía lástima y por eso me dejaba acá. Me sentía indecisa, pero apelé al sentido común y me quedé con los pies plantados (y mojados) donde estaba.

-Iré a buscar algo seco para que te cambies de ropa.

Seguramente ahora leía mentes o cuerpos, pero mi cuerpo agradeció su atención cuando desapareció por las escaleras. Me acerqué más al frío, revisando mi teléfono y mi billetera. Todo seguía igual, no había señales y me costaba mantener la calma en este estado. Quizás, si no fuera porque tuve el impulso de venir a la casa de los Kaulitz, seguiría buscando a Sascha entre las calles o atrapada entre cuatro paredes debido a la tormenta eléctrica.

Los rayos y relámpagos parecían querer traspasar las paredes con aquella intensidad. No les tenía miedo, nunca les temí. Más aún, me habría gustado tener a mi hijo junto a mí mientras veíamos alguna película de su ocurrencia o dibujaba lo primero que pasara por su mente.

Bill me tendió una camiseta de algodón negra lo suficientemente grande para tapar mi ropa interior. No acepté los pantalones porque realmente no los necesitaba. No se trataba de lucir sexy frente al padre de mi hijo, sino que era una cuestión práctica para cambiarme de ropa por si surgía alguna emergencia. En el otro brazo, portaba su laptop encendida, la cual depositó sobre una mesa de vidrio y él se sentó tras ella. Me cambié de ropa en el primer baño que encontré, estrujando mi cabello al máximo hasta que quedó húmedo y no empapado, lavé mi rostro y volví con mi ropa en un brazo.

Bill me miró de pies a cabeza sólo por un momento. Quise ofrecerle una sonrisa pero no salió de la comisura de mis labios. Volvió la vista a la pantalla apoyando su rostro con una mano mientras yo me introducía en la sala.

-Puedes dejar eso en la lavadora.

-No es…

-Sólo déjala ahí.

Vaya, un Bill mandatario era lo menos que esperaba incluso estando en su territorio. Obedecí sus palabras sin rechistar siguiendo la fácil indicación de la ubicación de la lavandería. Volví sin emitir sonido alguno en busca de un par de calcetines de mi bolso, y me senté en el sofá junto a la chimenea esperando a que mi cuerpo se calentara.

-¿Chocolate o café?

Más valía que respondiera si no quería recibir otra respuesta mandona.

-Chocolate estaría bien.

Pero un whisky podría estar de lujo.

Al rato volvió con dos tazas rebalsadas con chocolate caliente que me quemó el paladar al primer sorbo. Él, volvió a su lugar lo más lejos posible de mí como si le repeliera el sólo hecho de pensar en todo lo que le hice pasar. Pude observar a lo lejos que las imágenes pasaban lentamente, como si examinara cada detalle por muy minúsculo que fuese. En algunos casos, acercó más la imagen examinando la carita de Alexander con su pelo castaño y sus ojos expresivos como si no quisiera perderse detalle alguno de su pequeño hijo.




3 comentarios:

  1. Muerooo! Cada cap hace que ame mas la fic Nina, no me imagino quien tiene a Alexander! :o ojala todo salga bien, y espero el prox! Danke

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  2. Quien tendrá a Sascha q no sea el q estoy pensando :S pobresitooo ojala La Invasora lo encuentre y q Bill la ayude a buscarlo xq también es su responsabilidad.. huyy se nota a leguas q La Invasora y Bill siguen enamorados, q lindooo Bill q se quedo viendo una imagen de Sascha examinando la carita de su hijo, de su pelo castaño y sus ojos obvio q no quería perderse ningún detalle de su hijo ya q no estuvo con el desde pequeño, síguela nina me encanta tu fic cada vez amo mas los caps y ps espero q ya aparezca Sascha y ps ojala La Invasora y Bill se reconcilien me gustaría muchooo!!!

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  3. ay por dios que cosa mas preocupante espero con ansias el siguiente un beso

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