-Las misiones se han cancelado debido a la tormenta eléctrica y las
intensas precipitaciones, por lo que no hay registro de actividades hasta nuevo
aviso.
-No juegues conmigo Balto.
-Si estuviera jugando, créeme cariño que esto sería una versión más
sádica de Saw.
-¿Sabes de alguna mafia que no
esté en pausa?
-De las grandes, no muchas. Creo que hay una en Italia, España y la
tuya. Pero no hay negocios hasta nuevo aviso.
-¿Pantera?
-Nadie trabaja, ¿qué mejor época para fechorías?
-Pero la Cámara…
-Por si lo olvidaste, esa cosa perdió la seriedad, querida. ¡Ah! Mira
qué coincidencia… en uno de los canales de televisión estás clarísima junto a
este famoso cantante y… espera, ¿en su auto? ¡Qué guarra Invasora!
-Agh, cambia esa mierda en la
televisión y ayúdame con lo que te digo pedazo de marica –gruñí apagando el
televisor donde se mostraban las mismas imágenes que él estaba viendo.
-¡Eh, muy marica seré pero no se me pierde ni un pelo de mi cabeza,
cabrona!
-Necesito que me reportes
cualquier movimiento por mínimo que sea en tu mafia.
-¿A cambio de qué?
-Te daré una carta de invitación
para el club “Femme” con membresías incluidas.
-Hecho. Soy todo oídos, vista y tacto, querida Invasora.
-Hablamos.
Tiré el teléfono al sofá frente a
mí tachando el último nombre en la agenda. Ninguna mafia estaba funcionando, y
por ende, las venganzas de tornaban a un nivel personal. Ya iban casi cinco
días en donde no había señales de vida por parte de Alexander y la situación
empezaba a tornarse desesperante, porque mis cartas empezaban a disminuir. Si
las mafias no funcionaban, no podía moverme demasiado por las redes de
contactos oscuras porque nadie estaba dispuesto a moverse por un chiquillo.
Estaba girando cuentas bancarias,
retirando dinero a por montones y revisando constantemente las cámaras de
seguridad de toda Berlín, porque ahora las tenía a todas a mi disposición, pero
ni la patente de mi hijo ni él aparecían. Las cámaras de los aeropuertos y
terminales de buses tampoco figuraban con rostros parecidos al de mi hijo.
Realmente empezaba a perder las
casillas al no tener ninguna señal de él. Era la única que sólo dormía una hora
diaria con tal de no perderme detalle alguno de nuestra búsqueda, no me daba ni
hambre y empezaba a sentir el desgaste de la preocupación intensa.
-Llamó Cassandra.
-¿Alguna señal? –pregunté.
-No. Nadie lo ha visto en el
instituto ni fuera de él.
-¿Le dijiste que no alertara a
nadie allá?
-No lo ha hecho, pero todos
empiezan a notar su ausencia.
-Bianca, necesito que sigas
diciendo que tiene alguna especie de gripe con fiebre y cualquier drama.
-Lo haré, tía.
-Lo mismo para los profesores.
-¿No hay algo más útil que pueda
hacer por ti? –noté su mano en mi hombro y la toqué notando lo caliente que
estaba.
-Con eso es más que suficiente,
mi niña.
-Papá dijo que haría un rastreo
general por los barrios oscuros junto al tío Gaspard.
-Puedes quedarte acá si así lo
deseas.
-Debo ayudar a mamá con los
cuidados de la tía Lily… realmente lo siento porque…
-Oh, está bien Bianca, Andrea que
quedará conmigo cuando vuelva del turno así que no me quedaré del todo sola.
-Bueno. Te dejé una manzana y un
sándwich sobre la mesa de la cocina, por favor come algo.
-Lo haré querida.
-Nos vemos luego.
Escuché que se cerraba la puerta
y saqué de mi bolsillo una cajetilla de cigarrillos. Pausé todos los videos,
puse un vaso sobre la mesa y derramé whisky en él. Necesitaba el ardor del
alcohol correr por mi garganta junto al sabor amargo del humo de un cigarrillo.
Afuera llovía a cántaros, y la señal telefónica estaba cortada en algunos
sectores de Berlín. Una tormenta eléctrica se aproximaba a juzgar por el aire
tibio, por suerte Bianca tomó un taxi y la casa de Erik no quedaba tan lejos.
Pero mi Sascha seguía en alguna
parte de Alemania o el mundo perdido y esperaba con todas mis fuerzas que estuviera
con vida. Con sólo una señal de él me conformaba para aliviar mis pensamientos
aunque sea sólo un poco. Las preguntas sobre él inundaban mi mente, desde si
veía el cielo hasta si tenía hambre o frío. Necesitaba un simple mensaje que me
dijera que estaba bien y yo también lo estaría.
ALEXANDER
Dios, qué frio de puta medre
hacían en esta celda. No veía ni mis manos y con suerte tenía una manta
envuelta en mi cuerpo. Los tipos se han ensañado conmigo y ya me había ganado
mis primeros cortes y heridas tratando de liberarme, pero ante unos gorilas de
dos metros que hablaban entre gruñidos, era imposible.
Había perdido la cuenta de los
días, de mi ubicación y de lo que me rodeaba con facilidad. Creo que con suerte
he podido pensar las cosas con mayor tranquilidad y meditar respecto a lo que
pasó en mi cumpleaños.
Primera conclusión: Soy un
Kaulitz lo quiera o no.
Mamá no me ocultó del apellido de
mi padre porque estaba en mi derecho de tener algo de él además de sus genes o
rasgos o no sé qué otra mierda. Podría cambiarme el apellido, pero la sangre
seguirá presente lo quiera o no y eso no cambiará jamás.
Segunda conclusión: Entendía la
reacción de Bill.
Ahora sé que lo impulsivo lo
saqué de mi padre más que de mamá, por lo que no se me dificulta pensar que yo
también habría reaccionado así si fuera Bill. Vale, hay que ser bien objetivos.
Quizás no le habría pegado, pero las ganas no me faltarían.
Tercera conclusión: Entendía la
decisión de mamá.
Mis padres viven en mundos
completamente opuestos donde uno se oculta y el otro reluce ante todos. Era
obvio que si Bill Kaulitz tenía un hijo todos querrían tener las primeras
imágenes de él y su madre, exponiéndonos a ambos a un mundo que pondría en
peligro nuestras vidas. ¿Qué mejor que huir y no decirle a Bill que es padre?
Porque eso fue lo que hizo para cuidarme a mí. Claro, me había vuelto su punto
débil y lo mejor sería que me mantuviera en todo momento donde sus ojos me miraran.
Cuarta conclusión: Necesitaba
salir de aquí cuanto antes.
Pero primero necesitaba saber
quién está detrás de esta estupidez, para ver si valía la paliza que le daría o
no. Milagrosamente, aún tenía en mi tobillo derecho el GPS que mamá me obligaba
a llevar. Estaba apagado, pero no me arriesgaría a traer a mamá sin antes
conocer al enemigo o lo que fuese el tipo que me tenía acá. Quité una costra
pegajosa y de mi brazo, ignorando el dolor. Algo parecido a un trueno sonó
desde el exterior por la pequeña ventanilla que me indicaba si era de día o
noche. Lástima que esa ventana estaba al final del pasillo y yo estaba en esta
jaula siendo vigilado por un gorila.
-Necesito hablar con el jefe
–murmuró el gorila a uno de la entrada principal.
-Ve.
-Oye, chico –me llamó con su voz
terriblemente grave como la de un gorila de verdad, joder qué parecido-.
Prepárate para salir en un rato más.
-¿Con o sin condón? –bromeé pero
mi voz no fue más que un murmullo ronco- Digo, por si las moscas.
-Avisa si intenta algo –le dijo
al otro ignorándome.
Me paré y me apoyé en las vigas
sintiéndome un verdadero reo encarcelado por hacer nada. Estaba aburrido, ni si
quiera había música o un televisor y al parecer era el único que estaba tras
las rejas en todo el lugar, lo que daba la opción de que todos estaban
durmiendo o muertos.
-¿Qué día es? –pregunté tratando
de sonar amigable.
-¿Acaso importa? –me respondió.
Bueno, de importar, no importaba.
Pero sólo quería obtener una referencia del tiempo que llevaba ahí siendo
comida de ratas y absorbido por las mismas paredes casi como una fusión.
-¿Me puedes decir aunque sea la
hora?
-Cinco de la tarde.
-Gracias.
Vale, y yo que sentía que era de
mañana. Parece que mientras más rápido me sumía en mis pensamientos, el tiempo
de apresuraba en correr para hacer las cosas más pasajeras. Me senté en la cama
hasta que mi cuerpo se deslizó recostándose, sin nada más que hacer. Quizás
inventaría historias, recordaría mi infancia o seguiría sacando conclusiones
sobre mi último día con mamá, pero el GPS sólo lo activaría cuando el verdadero
peligro (era un hecho que lo había) se avecinara y supiera con qué tipo de
personas estaba tratando.
El guardia con pintas de gorila y
voz grave volvió a ingresar unas cadenas siendo arrastradas y más armas de las que
ya portaba cuando se retiró. Me empecé a marear, como si mi estómago de
acobardara a último minuto y me reprochara el no haber aceptado bocado alguno
en las últimas no sé cuántas horas. Mentalmente creé una oración si es que
había algún Dios escuchándome que se basaba en pedir refugio y resguardo de un
ser celestial antes de morir o ser torturado. Se apoyó en la pared silbando una
canción que estaba seguro que recordaría hasta el fin de mis tiempos y empezó a
jugar con las cadenas pasándolas de una mano a otra. Si ya no estaba en una
película de terror, entonces estaba en pleno debate presidencial con Freddie
Krueger.
A lo lejos, bien lejos, escuché
un gritó como de aviso en algún lenguaje que
no figuraba en mi diccionario mental. Me asusté, pero me aterroricé de verdad
cuando vi que ambos guardias avanzaban hasta mí con rostros serios como si se
enfrentaran a un hombre lobo o peor aún a un terrorista con una bomba en la
cabeza. No estaban asustados, pero parecían lobos a punto de cazar a su presa.
-Ya, qué va. No muerdo –alcé
ambas manos y retrocedí cediéndoles el control.
Casi pude oír el suspiro de ambos
antes de que el metal comenzara a chillar tras ellos. Me pusieron esposas, sí,
de esas con cadenas sólo para brazos pero que estrangulaban mis muñecas como la
mierda. Se pusieron uno a cada lado y me empujaron para seguir el ritmo de
ellos. Podía sentir que el ambiente se ponía cada vez más frío con cada paso
que daba fuera de la celda, las paredes estaban húmedas y las luces titilaban
como cuando eres perseguido por un asesino serial.
Con cada paso, me sentía más
cercano a mi muerte o a lo que fuera a venir con tanta lentitud, porque era un
hecho que querían torturarme con tanto tiempo acá sin hacer nada.
Bien, éste es el plan, Sascha:
Ves quién está detrás de todo esto e inmediatamente activas el GPS, hablas y
haces preguntas hasta donde te dé la lengua y… bueno, sólo quedará resistir lo
suficiente antes que venga la ayuda o…
-Déjenlo acá. Con las cadenas
bastará para que permanezca quieto.
Observé fijamente a la persona
que me habló, viendo entre las sombras esos rasgos que creía difícil de
olvidar. ¿De qué iba esto? De repente no sabía si sentirme a salvo o en
peligro, era como una sensación de estar en un limbo vertiginoso. Fue imposible
quedarme callado sin buscarle algún sentido a toda esta pesadilla viviente.
-¿Tú?
-Es bueno verte de nuevo,
Alexander.
Oh, mierda. Ahora sí que sentía
que debía activar el puto GPS a penas se me presentara la oportunidad.
INVASORA
-¿Dónde vas?
Enrollé mi bufanda, tomé el bolso
que contenía lo necesario en caso de emergencias y tomé las llaves sin
contestar su respuesta. Quizás se debía a la valentía del alcohol o al frío que
recorría mi cuerpo y me ponía impaciente, pero me encontraba decidida ante lo
que haría y no estaba dispuesta a pensarlo dos veces.
-Llevo mi teléfono, GPS, armas y
lo suficiente como para lo que tenga que hacer.
-¡Pero no sabes dónde está! Dios,
no puede ir así por la vida sin esperar una señal de…
-Llevo cinco días esperando a por
una señal, Andrea –abrí la puerta con la necesidad de encender un cigarrillo y
aspirar todo el humo de una vez.
-No hagas ninguna locura, por
favor, y trata de estar atenta por si llama Sascha –susurró y noté la dolencia
de su voz, por lo que la abracé una última vez antes de desaparecer tras las
puertas del ascensor.
Estaba decidida a hacer las cosas
bien, a empezar de nuevo y conservar la calma, porque la impaciencia no me
llevaría a ningún buen camino. El problema era que mi sangre estaba agitada y
envuelta por la adrenalina, como una bomba en sus últimos segundos antes de
explotar. Casi corrí hasta mi auto mientras mi consciencia hacía su trabajo
tratando de detenerme de lo que hacía. Necesitaba verlo, explotar con la verdad
y sentirlo tan cerca como siempre quise.
Los semáforos parecieron ponerse
de mi lado, las calles estaban vacías debido a la tormenta y la incesante
lluvia, pero me dio igual. Aceleré vertiginosamente la velocidad queriendo
pender mi vida de un solo hilo, pero lo duró lo suficiente cuando empecé a
transitar por el camino que me llevaba hasta él.
Estacioné unas cuadras antes,
llevando mi bolso conmigo esperando a que mis armas no se mojaran. Mi cabello
se mojó a los pocos segundos fuera del auto y caminé a paso apretado hasta lo
que recordé que era su casa. Ensayé palabras a base de borrones y sinónimos,
pero no estaba del todo lista para verlo, en especial sabiendo que olía a
cigarrillos y whisky. Ya en frente, toqué el timbre insistentemente, rogando
para que la abrieran y no muriera ahogada entre tanta lluvia y frío… mi
Alexander debía estar congelado con este clima. El portón se abrió
electrónicamente, entré en un abrir y cerrar de ojos y corrí hasta la puerta
esperando a que la abriera la persona correcta.
-¿Tú… qué haces acá?
Vaya, no todo lo que brilla es
oro al parecer. Hizo un gesto para que entrara, tomando una toalla de no sé
dónde y ofreciéndomela cuando ya estuve bajo techo. Cerró la puerta y pude
sentir el aroma a canela y manzanas. Jamás había estado en esa casa, pero el
estilo se parecía mucho a la que tenían en Los Ángeles.
-¿Apareció? –preguntó tomando mi
bolso, lo que fue gracioso porque casi se cae con su peso, más aún no me reí.
-No.
-¿Qué traes acá? ¿Piedras? ¿Un
saco con cemento?
-Armas –vale, demasiado sincera a
juzgar por su rostro sorprendido-. Necesito que dejes en bolso en un lugar seco
y donde nadie pueda verlas.
-¿A qué se debe esta visita?
Porque realmente no le encuentro sentido al venir y dejar esto por acá habiendo
miles de lugares o…
-Tom, necesito hablar con tu
hermano.
Ahora sí que se sorprendió. Vale,
hasta yo parecía impresionada con la seguridad de mi voz pese a estar tiritando
con el frío. U n aire de duda inundó su rostro, sin embargo permaneció en
silencio hasta recobrar la misma confianza.
-¿Andrea se quedó contigo?
-Está sola en el departamento, ¿y
Cassandra?
-Mamá se la llevó a su casa esta
tarde para distraerla un poco.
-¿Simone sabe…?
-Sí.
-Oh… humm… vale.
-Bill está arriba, espero que
tengas un poco de suerte si te abre la puerta.
-¿Te habla?
-Sí, pero con un poco de
distancia. Es la última habitación a la izquierda.
-Gracias.
Dicho esto, él tomó las llaves de
su auto, sacó una casaca y salió dejándome completamente sola. La lluvia se
escuchaba como un susurro más en la casa, pero aparte de ella, ningún sonido
parecía delatar la presencia de Bill. Me
quité el abrigo y lo dejé colgado en una silla junto a la chimenea clásica con
un reloj sobre ella. Caminé despacio, sintiéndome intimidada por la magnitud de
las paredes y el lugar en general. Abrí el bolso, verificando que las armas
estuviesen aún secas y tomé la pequeña memoria llena de la vida de Alexander
entre mis manos dispuesta a subir hasta su cuarto.
No fue necesario como creí,
porque mientras pensaba en lo que le diría los pasos de alguien bajando las
escaleras muy rápido me dejaron estática por un instante. Era él, pero no sentí
miedo en ningún instante, quizás porque el miedo debió alejarse de mí cuando me
dispuse a buscar a mi hijo peinando cada calle de Berlín.
-¿Tom?
Su cuerpo, sólo cubierto por unos
pantalones de lino blanco y una sudadera gris que dejaba entrever sus tatuajes,
apareció frente a mí llamando al mío como si fuera un imán. Su cabeza se giró
en mi dirección con su cabello desaliñado, sus ojos luminosos y serios vieron
que preguntó por la persona equivocada y algo pareció despertarse en su
interior. Contuve la respiración por el tiempo suficiente antes de escuchar de
nuevo su voz hablándome directamente.
-¿Acaso no tienes modales para
saludar o anunciarte?
-¿Y tú te atreves a hablarme de
modales cuando entraste a mi casa sin mi permiso?
Suspiró y por primera vez pude
notar a lo lejos en la distancia que nos separaba, que lucía cansado, pero me
mantendría firme.
-Tengo algo que espero que te
interese.
-Vaya manera de preguntar cómo
estoy.
-¿Acaso no debería decir eso yo?
Nuestro hijo lleva cinco días sin dar señales de vida y no hay rastros de él.
-Lo sé.
-Sí, lo sabes y no haces nada al
respecto.
-No puedo llamar a la policía –se
acercó hasta el la luz del fuego lo iluminó completamente para mí-. No tengo
contactos con la mafia ni con nadie que me pueda ayudar, ¿cómo puedo entonces
buscarlo más que recorrer todo Berlín en busca de él?
Vaya, si no llamaba a la policía
era por mí. Si no contactaba a cualquier tipo de la mafia era porque no quería
que supieran de Alexander. ¿Acaso ese era el motivo responsable de sus ojeras?
Se veía tan molesto y serio, que me sentía levemente reducida en mi interior.
Me acerqué a él, recordando que debía mantener la calma y sonar pacífica
mientras estuviera cerca de él porque ya no tenía fuerzas para pelear.
-Toma –comencé ofreciéndole el
pequeño objeto de mi mano-. Esto es todo lo que tengo de Alexander.
Titubeó o quizás simplemente dudó
con lo que recibiría, pero finalmente aceptó con un asentimiento y un
agradecimiento en susurros. Di media vuelta, dispuesta a irme por donde mismo
llegué y seguramente pasar la noche en el auto mientras esperaba a que
amaneciera y con ello, los mafiosos más peligrosos estuvieran disponibles para
negociar conmigo.
-Puedes quedarte.
Me giré lentamente, sintiendo su
mirada recorrerme por completo haciendo que mi piel soltara escalofríos de la
pura emoción de tenerlo frente a mí. La sonrisa aún no quería aparecer en su
rostro, pero podía ver una pequeña luz en sus ojos que me hacía ilusiones
respecto a lo que sentía.
-Terminaré de ver lo que hay aquí
y podrás irte.
-No es necesario –ya sentía que
todo salía mal entre nosotros-, es una copia.
-Bueno, me gustaría que te
quedaras mientras yo veo esto.
Algo se revolvió en mi interior,
un chillido adolescente explotó en mi cabeza totalmente ilusionada con la idea
de quedarme junto a Bill. ¿Qué me pasaba? Ah… debía ser el whisky y su efecto
alentador revolucionando mi inconsciente y mi cuerpo entero.
-Además, estás empapada.
¡Gracias lluvia sagrada por dejar
que Bill me tenga un poco de piedad y me contenga por un momento! Pero me
retenía la parte orgullosa, que sentía que Bill me tenía lástima y por eso me
dejaba acá. Me sentía indecisa, pero apelé al sentido común y me quedé con los
pies plantados (y mojados) donde estaba.
-Iré a buscar algo seco para que
te cambies de ropa.
Seguramente ahora leía mentes o
cuerpos, pero mi cuerpo agradeció su atención cuando desapareció por las
escaleras. Me acerqué más al frío, revisando mi teléfono y mi billetera. Todo
seguía igual, no había señales y me costaba mantener la calma en este estado.
Quizás, si no fuera porque tuve el impulso de venir a la casa de los Kaulitz,
seguiría buscando a Sascha entre las calles o atrapada entre cuatro paredes
debido a la tormenta eléctrica.
Los rayos y relámpagos parecían
querer traspasar las paredes con aquella intensidad. No les tenía miedo, nunca
les temí. Más aún, me habría gustado tener a mi hijo junto a mí mientras
veíamos alguna película de su ocurrencia o dibujaba lo primero que pasara por
su mente.
Bill me tendió una camiseta de
algodón negra lo suficientemente grande para tapar mi ropa interior. No acepté
los pantalones porque realmente no los necesitaba. No se trataba de lucir sexy
frente al padre de mi hijo, sino que era una cuestión práctica para cambiarme
de ropa por si surgía alguna emergencia. En el otro brazo, portaba su laptop
encendida, la cual depositó sobre una mesa de vidrio y él se sentó tras ella.
Me cambié de ropa en el primer baño que encontré, estrujando mi cabello al
máximo hasta que quedó húmedo y no empapado, lavé mi rostro y volví con mi ropa
en un brazo.
Bill me miró de pies a cabeza
sólo por un momento. Quise ofrecerle una sonrisa pero no salió de la comisura
de mis labios. Volvió la vista a la pantalla apoyando su rostro con una mano
mientras yo me introducía en la sala.
-Puedes dejar eso en la lavadora.
-No es…
-Sólo déjala ahí.
Vaya, un Bill mandatario era lo
menos que esperaba incluso estando en su territorio. Obedecí sus palabras sin
rechistar siguiendo la fácil indicación de la ubicación de la lavandería. Volví
sin emitir sonido alguno en busca de un par de calcetines de mi bolso, y me
senté en el sofá junto a la chimenea esperando a que mi cuerpo se calentara.
-¿Chocolate o café?
Más valía que respondiera si no
quería recibir otra respuesta mandona.
-Chocolate estaría bien.
Pero un whisky podría estar de lujo.
Al rato volvió con dos tazas
rebalsadas con chocolate caliente que me quemó el paladar al primer sorbo. Él,
volvió a su lugar lo más lejos posible de mí como si le repeliera el sólo hecho
de pensar en todo lo que le hice pasar. Pude observar a lo lejos que las
imágenes pasaban lentamente, como si examinara cada detalle por muy minúsculo
que fuese. En algunos casos, acercó más la imagen examinando la carita de
Alexander con su pelo castaño y sus ojos expresivos como si no quisiera
perderse detalle alguno de su pequeño hijo.