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miércoles, 23 de abril de 2014

Capitulo 50 (Tercera Temporada)


-Las misiones se han cancelado debido a la tormenta eléctrica y las intensas precipitaciones, por lo que no hay registro de actividades hasta nuevo aviso.

-No juegues conmigo Balto.

-Si estuviera jugando, créeme cariño que esto sería una versión más sádica de Saw.

-¿Sabes de alguna mafia que no esté en pausa?

-De las grandes, no muchas. Creo que hay una en Italia, España y la tuya. Pero no hay negocios hasta nuevo aviso.

-¿Pantera?

-Nadie trabaja, ¿qué mejor época para fechorías?

-Pero la Cámara…

-Por si lo olvidaste, esa cosa perdió la seriedad, querida. ¡Ah! Mira qué coincidencia… en uno de los canales de televisión estás clarísima junto a este famoso cantante y… espera, ¿en su auto? ¡Qué guarra Invasora!

-Agh, cambia esa mierda en la televisión y ayúdame con lo que te digo pedazo de marica –gruñí apagando el televisor donde se mostraban las mismas imágenes que él estaba viendo.

-¡Eh, muy marica seré pero no se me pierde ni un pelo de mi cabeza, cabrona!

-Necesito que me reportes cualquier movimiento por mínimo que sea en tu mafia.

-¿A cambio de qué?

-Te daré una carta de invitación para el club “Femme” con membresías incluidas.

-Hecho. Soy todo oídos, vista y tacto, querida Invasora.

-Hablamos.

Tiré el teléfono al sofá frente a mí tachando el último nombre en la agenda. Ninguna mafia estaba funcionando, y por ende, las venganzas de tornaban a un nivel personal. Ya iban casi cinco días en donde no había señales de vida por parte de Alexander y la situación empezaba a tornarse desesperante, porque mis cartas empezaban a disminuir. Si las mafias no funcionaban, no podía moverme demasiado por las redes de contactos oscuras porque  nadie  estaba dispuesto a moverse por un chiquillo.

Estaba girando cuentas bancarias, retirando dinero a por montones y revisando constantemente las cámaras de seguridad de toda Berlín, porque ahora las tenía a todas a mi disposición, pero ni la patente de mi hijo ni él aparecían. Las cámaras de los aeropuertos y terminales de buses tampoco figuraban con rostros parecidos al de mi hijo.

Realmente empezaba a perder las casillas al no tener ninguna señal de él. Era la única que sólo dormía una hora diaria con tal de no perderme detalle alguno de nuestra búsqueda, no me daba ni hambre y empezaba a sentir el desgaste de la preocupación intensa.

-Llamó Cassandra.

-¿Alguna señal? –pregunté.

-No. Nadie lo ha visto en el instituto ni fuera de él.

-¿Le dijiste que no alertara a nadie allá?

-No lo ha hecho, pero todos empiezan a notar su ausencia.

-Bianca, necesito que sigas diciendo que tiene alguna especie de gripe con fiebre y cualquier drama.

-Lo haré, tía.

-Lo mismo para los profesores.

-¿No hay algo más útil que pueda hacer por ti? –noté su mano en mi hombro y la toqué notando lo caliente que estaba.

-Con eso es más que suficiente, mi niña.

-Papá dijo que haría un rastreo general por los barrios oscuros junto al tío Gaspard.

-Puedes quedarte acá si así lo deseas.

-Debo ayudar a mamá con los cuidados de la tía Lily… realmente lo siento porque…

-Oh, está bien Bianca, Andrea que quedará conmigo cuando vuelva del turno así que no me quedaré del todo sola.

-Bueno. Te dejé una manzana y un sándwich sobre la mesa de la cocina, por favor come algo.

-Lo haré querida.

-Nos vemos luego.

Escuché que se cerraba la puerta y saqué de mi bolsillo una cajetilla de cigarrillos. Pausé todos los videos, puse un vaso sobre la mesa y derramé whisky en él. Necesitaba el ardor del alcohol correr por mi garganta junto al sabor amargo del humo de un cigarrillo. Afuera llovía a cántaros, y la señal telefónica estaba cortada en algunos sectores de Berlín. Una tormenta eléctrica se aproximaba a juzgar por el aire tibio, por suerte Bianca tomó un taxi y la casa de Erik no quedaba tan lejos.

Pero mi Sascha seguía en alguna parte de Alemania o el mundo perdido y esperaba con todas mis fuerzas que estuviera con vida. Con sólo una señal de él me conformaba para aliviar mis pensamientos aunque sea sólo un poco. Las preguntas sobre él inundaban mi mente, desde si veía el cielo hasta si tenía hambre o frío. Necesitaba un simple mensaje que me dijera que estaba bien y yo también lo estaría.




ALEXANDER

Dios, qué frio de puta medre hacían en esta celda. No veía ni mis manos y con suerte tenía una manta envuelta en mi cuerpo. Los tipos se han ensañado conmigo y ya me había ganado mis primeros cortes y heridas tratando de liberarme, pero ante unos gorilas de dos metros que hablaban entre gruñidos, era imposible.

Había perdido la cuenta de los días, de mi ubicación y de lo que me rodeaba con facilidad. Creo que con suerte he podido pensar las cosas con mayor tranquilidad y meditar respecto a lo que pasó en mi cumpleaños.

Primera conclusión: Soy un Kaulitz lo quiera o no.

Mamá no me ocultó del apellido de mi padre porque estaba en mi derecho de tener algo de él además de sus genes o rasgos o no sé qué otra mierda. Podría cambiarme el apellido, pero la sangre seguirá presente lo quiera o no y eso no cambiará jamás.

Segunda conclusión: Entendía la reacción de Bill.

Ahora sé que lo impulsivo lo saqué de mi padre más que de mamá, por lo que no se me dificulta pensar que yo también habría reaccionado así si fuera Bill. Vale, hay que ser bien objetivos. Quizás no le habría pegado, pero las ganas no me faltarían.

Tercera conclusión: Entendía la decisión de mamá.

Mis padres viven en mundos completamente opuestos donde uno se oculta y el otro reluce ante todos. Era obvio que si Bill Kaulitz tenía un hijo todos querrían tener las primeras imágenes de él y su madre, exponiéndonos a ambos a un mundo que pondría en peligro nuestras vidas. ¿Qué mejor que huir y no decirle a Bill que es padre? Porque eso fue lo que hizo para cuidarme a mí. Claro, me había vuelto su punto débil y lo mejor sería que me mantuviera en todo momento donde sus ojos me miraran.

Cuarta conclusión: Necesitaba salir de aquí cuanto antes.

Pero primero necesitaba saber quién está detrás de esta estupidez, para ver si valía la paliza que le daría o no. Milagrosamente, aún tenía en mi tobillo derecho el GPS que mamá me obligaba a llevar. Estaba apagado, pero no me arriesgaría a traer a mamá sin antes conocer al enemigo o lo que fuese el tipo que me tenía acá. Quité una costra pegajosa y de mi brazo, ignorando el dolor. Algo parecido a un trueno sonó desde el exterior por la pequeña ventanilla que me indicaba si era de día o noche. Lástima que esa ventana estaba al final del pasillo y yo estaba en esta jaula siendo vigilado por un gorila.

-Necesito hablar con el jefe –murmuró el gorila a uno de la entrada principal.

-Ve.

-Oye, chico –me llamó con su voz terriblemente grave como la de un gorila de verdad, joder qué parecido-. Prepárate para salir en un rato más.

-¿Con o sin condón? –bromeé pero mi voz no fue más que un murmullo ronco- Digo, por si las moscas.

-Avisa si intenta algo –le dijo al otro ignorándome.

Me paré y me apoyé en las vigas sintiéndome un verdadero reo encarcelado por hacer nada. Estaba aburrido, ni si quiera había música o un televisor y al parecer era el único que estaba tras las rejas en todo el lugar, lo que daba la opción de que todos estaban durmiendo o muertos.

-¿Qué día es? –pregunté tratando de sonar amigable.

-¿Acaso importa? –me respondió.

Bueno, de importar, no importaba. Pero sólo quería obtener una referencia del tiempo que llevaba ahí siendo comida de ratas y absorbido por las mismas paredes casi como una fusión.

-¿Me puedes decir aunque sea la hora?

-Cinco de la tarde.

-Gracias.

Vale, y yo que sentía que era de mañana. Parece que mientras más rápido me sumía en mis pensamientos, el tiempo de apresuraba en correr para hacer las cosas más pasajeras. Me senté en la cama hasta que mi cuerpo se deslizó recostándose, sin nada más que hacer. Quizás inventaría historias, recordaría mi infancia o seguiría sacando conclusiones sobre mi último día con mamá, pero el GPS sólo lo activaría cuando el verdadero peligro (era un hecho que lo había) se avecinara y supiera con qué tipo de personas estaba tratando.

El guardia con pintas de gorila y voz grave volvió a ingresar unas cadenas siendo arrastradas y más armas de las que ya portaba cuando se retiró. Me empecé a marear, como si mi estómago de acobardara a último minuto y me reprochara el no haber aceptado bocado alguno en las últimas no sé cuántas horas. Mentalmente creé una oración si es que había algún Dios escuchándome que se basaba en pedir refugio y resguardo de un ser celestial antes de morir o ser torturado. Se apoyó en la pared silbando una canción que estaba seguro que recordaría hasta el fin de mis tiempos y empezó a jugar con las cadenas pasándolas de una mano a otra. Si ya no estaba en una película de terror, entonces estaba en pleno debate presidencial con Freddie Krueger. 

A lo lejos, bien lejos, escuché un gritó como de aviso en algún lenguaje que no figuraba en mi diccionario mental. Me asusté, pero me aterroricé de verdad cuando vi que ambos guardias avanzaban hasta mí con rostros serios como si se enfrentaran a un hombre lobo o peor aún a un terrorista con una bomba en la cabeza. No estaban asustados, pero parecían lobos a punto de cazar a su presa.

-Ya, qué va. No muerdo –alcé ambas manos y retrocedí cediéndoles el control.

Casi pude oír el suspiro de ambos antes de que el metal comenzara a chillar tras ellos. Me pusieron esposas, sí, de esas con cadenas sólo para brazos pero que estrangulaban mis muñecas como la mierda. Se pusieron uno a cada lado y me empujaron para seguir el ritmo de ellos. Podía sentir que el ambiente se ponía cada vez más frío con cada paso que daba fuera de la celda, las paredes estaban húmedas y las luces titilaban como cuando eres perseguido por un asesino serial.

Con cada paso, me sentía más cercano a mi muerte o a lo que fuera a venir con tanta lentitud, porque era un hecho que querían torturarme con tanto tiempo acá sin hacer nada.

Bien, éste es el plan, Sascha: Ves quién está detrás de todo esto e inmediatamente activas el GPS, hablas y haces preguntas hasta donde te dé la lengua y… bueno, sólo quedará resistir lo suficiente antes que venga la ayuda o…

-Déjenlo acá. Con las cadenas bastará para que permanezca quieto.

Observé fijamente a la persona que me habló, viendo entre las sombras esos rasgos que creía difícil de olvidar. ¿De qué iba esto? De repente no sabía si sentirme a salvo o en peligro, era como una sensación de estar en un limbo vertiginoso. Fue imposible quedarme callado sin buscarle algún sentido a toda esta pesadilla viviente.

-¿Tú?

-Es bueno verte de nuevo, Alexander.

Oh, mierda. Ahora sí que sentía que debía activar el puto GPS a penas se me presentara la oportunidad.




INVASORA

-¿Dónde vas?

Enrollé mi bufanda, tomé el bolso que contenía lo necesario en caso de emergencias y tomé las llaves sin contestar su respuesta. Quizás se debía a la valentía del alcohol o al frío que recorría mi cuerpo y me ponía impaciente, pero me encontraba decidida ante lo que haría y no estaba dispuesta a pensarlo dos veces.

-Llevo mi teléfono, GPS, armas y lo suficiente como para lo que tenga que hacer.

-¡Pero no sabes dónde está! Dios, no puede ir así por la vida sin esperar una señal de…

-Llevo cinco días esperando a por una señal, Andrea –abrí la puerta con la necesidad de encender un cigarrillo y aspirar todo el humo de una vez.

-No hagas ninguna locura, por favor, y trata de estar atenta por si llama Sascha –susurró y noté la dolencia de su voz, por lo que la abracé una última vez antes de desaparecer tras las puertas del ascensor.

Estaba decidida a hacer las cosas bien, a empezar de nuevo y conservar la calma, porque la impaciencia no me llevaría a ningún buen camino. El problema era que mi sangre estaba agitada y envuelta por la adrenalina, como una bomba en sus últimos segundos antes de explotar. Casi corrí hasta mi auto mientras mi consciencia hacía su trabajo tratando de detenerme de lo que hacía. Necesitaba verlo, explotar con la verdad y sentirlo tan cerca como siempre quise.

Los semáforos parecieron ponerse de mi lado, las calles estaban vacías debido a la tormenta y la incesante lluvia, pero me dio igual. Aceleré vertiginosamente la velocidad queriendo pender mi vida de un solo hilo, pero lo duró lo suficiente cuando empecé a transitar por el camino que me llevaba hasta él.

Estacioné unas cuadras antes, llevando mi bolso conmigo esperando a que mis armas no se mojaran. Mi cabello se mojó a los pocos segundos fuera del auto y caminé a paso apretado hasta lo que recordé que era su casa. Ensayé palabras a base de borrones y sinónimos, pero no estaba del todo lista para verlo, en especial sabiendo que olía a cigarrillos y whisky. Ya en frente, toqué el timbre insistentemente, rogando para que la abrieran y no muriera ahogada entre tanta lluvia y frío… mi Alexander debía estar congelado con este clima. El portón se abrió electrónicamente, entré en un abrir y cerrar de ojos y corrí hasta la puerta esperando a que la abriera la persona correcta.

-¿Tú… qué haces acá?

Vaya, no todo lo que brilla es oro al parecer. Hizo un gesto para que entrara, tomando una toalla de no sé dónde y ofreciéndomela cuando ya estuve bajo techo. Cerró la puerta y pude sentir el aroma a canela y manzanas. Jamás había estado en esa casa, pero el estilo se parecía mucho a la que tenían en Los Ángeles.

-¿Apareció? –preguntó tomando mi bolso, lo que fue gracioso porque casi se cae con su peso, más aún no me reí.

-No.

-¿Qué traes acá? ¿Piedras? ¿Un saco con cemento?

-Armas –vale, demasiado sincera a juzgar por su rostro sorprendido-. Necesito que dejes en bolso en un lugar seco y donde nadie pueda verlas.

-¿A qué se debe esta visita? Porque realmente no le encuentro sentido al venir y dejar esto por acá habiendo miles de lugares o…

-Tom, necesito hablar con tu hermano.

Ahora sí que se sorprendió. Vale, hasta yo parecía impresionada con la seguridad de mi voz pese a estar tiritando con el frío. U n aire de duda inundó su rostro, sin embargo permaneció en silencio hasta recobrar la misma confianza.

-¿Andrea se quedó contigo?

-Está sola en el departamento, ¿y Cassandra?

-Mamá se la llevó a su casa esta tarde para distraerla un poco.

-¿Simone sabe…?

-Sí.

-Oh… humm… vale.

-Bill está arriba, espero que tengas un poco de suerte si te abre la puerta.

-¿Te habla?

-Sí, pero con un poco de distancia. Es la última habitación a la izquierda.

-Gracias.

Dicho esto, él tomó las llaves de su auto, sacó una casaca y salió dejándome completamente sola. La lluvia se escuchaba como un susurro más en la casa, pero aparte de ella, ningún sonido parecía delatar la presencia de Bill.  Me quité el abrigo y lo dejé colgado en una silla junto a la chimenea clásica con un reloj sobre ella. Caminé despacio, sintiéndome intimidada por la magnitud de las paredes y el lugar en general. Abrí el bolso, verificando que las armas estuviesen aún secas y tomé la pequeña memoria llena de la vida de Alexander entre mis manos dispuesta a subir hasta su cuarto.

No fue necesario como creí, porque mientras pensaba en lo que le diría los pasos de alguien bajando las escaleras muy rápido me dejaron estática por un instante. Era él, pero no sentí miedo en ningún instante, quizás porque el miedo debió alejarse de mí cuando me dispuse a buscar a mi hijo peinando cada calle de Berlín.

-¿Tom?

Su cuerpo, sólo cubierto por unos pantalones de lino blanco y una sudadera gris que dejaba entrever sus tatuajes, apareció frente a mí llamando al mío como si fuera un imán. Su cabeza se giró en mi dirección con su cabello desaliñado, sus ojos luminosos y serios vieron que preguntó por la persona equivocada y algo pareció despertarse en su interior. Contuve la respiración por el tiempo suficiente antes de escuchar de nuevo su voz hablándome directamente.

-¿Acaso no tienes modales para saludar o anunciarte?

-¿Y tú te atreves a hablarme de modales cuando entraste a mi casa sin mi permiso?

Suspiró y por primera vez pude notar a lo lejos en la distancia que nos separaba, que lucía cansado, pero me mantendría firme.

-Tengo algo que espero que te interese.

-Vaya manera de preguntar cómo estoy.

-¿Acaso no debería decir eso yo? Nuestro hijo lleva cinco días sin dar señales de vida y no hay rastros de él.

-Lo sé.

-Sí, lo sabes y no haces nada al respecto.

-No puedo llamar a la policía –se acercó hasta el la luz del fuego lo iluminó completamente para mí-. No tengo contactos con la mafia ni con nadie que me pueda ayudar, ¿cómo puedo entonces buscarlo más que recorrer todo Berlín en busca de él?

Vaya, si no llamaba a la policía era por mí. Si no contactaba a cualquier tipo de la mafia era porque no quería que supieran de Alexander. ¿Acaso ese era el motivo responsable de sus ojeras? Se veía tan molesto y serio, que me sentía levemente reducida en mi interior. Me acerqué a él, recordando que debía mantener la calma y sonar pacífica mientras estuviera cerca de él porque ya no tenía fuerzas para pelear.

-Toma –comencé ofreciéndole el pequeño objeto de mi mano-. Esto es todo lo que tengo de Alexander.

Titubeó o quizás simplemente dudó con lo que recibiría, pero finalmente aceptó con un asentimiento y un agradecimiento en susurros. Di media vuelta, dispuesta a irme por donde mismo llegué y seguramente pasar la noche en el auto mientras esperaba a que amaneciera y con ello, los mafiosos más peligrosos estuvieran disponibles para negociar conmigo.

-Puedes quedarte.

Me giré lentamente, sintiendo su mirada recorrerme por completo haciendo que mi piel soltara escalofríos de la pura emoción de tenerlo frente a mí. La sonrisa aún no quería aparecer en su rostro, pero podía ver una pequeña luz en sus ojos que me hacía ilusiones respecto a lo que sentía.

-Terminaré de ver lo que hay aquí y podrás irte.

-No es necesario –ya sentía que todo salía mal entre nosotros-, es una copia.

-Bueno, me gustaría que te quedaras mientras yo veo esto.

Algo se revolvió en mi interior, un chillido adolescente explotó en mi cabeza totalmente ilusionada con la idea de quedarme junto a Bill. ¿Qué me pasaba? Ah… debía ser el whisky y su efecto alentador revolucionando mi inconsciente y mi cuerpo entero.

-Además, estás empapada.

¡Gracias lluvia sagrada por dejar que Bill me tenga un poco de piedad y me contenga por un momento! Pero me retenía la parte orgullosa, que sentía que Bill me tenía lástima y por eso me dejaba acá. Me sentía indecisa, pero apelé al sentido común y me quedé con los pies plantados (y mojados) donde estaba.

-Iré a buscar algo seco para que te cambies de ropa.

Seguramente ahora leía mentes o cuerpos, pero mi cuerpo agradeció su atención cuando desapareció por las escaleras. Me acerqué más al frío, revisando mi teléfono y mi billetera. Todo seguía igual, no había señales y me costaba mantener la calma en este estado. Quizás, si no fuera porque tuve el impulso de venir a la casa de los Kaulitz, seguiría buscando a Sascha entre las calles o atrapada entre cuatro paredes debido a la tormenta eléctrica.

Los rayos y relámpagos parecían querer traspasar las paredes con aquella intensidad. No les tenía miedo, nunca les temí. Más aún, me habría gustado tener a mi hijo junto a mí mientras veíamos alguna película de su ocurrencia o dibujaba lo primero que pasara por su mente.

Bill me tendió una camiseta de algodón negra lo suficientemente grande para tapar mi ropa interior. No acepté los pantalones porque realmente no los necesitaba. No se trataba de lucir sexy frente al padre de mi hijo, sino que era una cuestión práctica para cambiarme de ropa por si surgía alguna emergencia. En el otro brazo, portaba su laptop encendida, la cual depositó sobre una mesa de vidrio y él se sentó tras ella. Me cambié de ropa en el primer baño que encontré, estrujando mi cabello al máximo hasta que quedó húmedo y no empapado, lavé mi rostro y volví con mi ropa en un brazo.

Bill me miró de pies a cabeza sólo por un momento. Quise ofrecerle una sonrisa pero no salió de la comisura de mis labios. Volvió la vista a la pantalla apoyando su rostro con una mano mientras yo me introducía en la sala.

-Puedes dejar eso en la lavadora.

-No es…

-Sólo déjala ahí.

Vaya, un Bill mandatario era lo menos que esperaba incluso estando en su territorio. Obedecí sus palabras sin rechistar siguiendo la fácil indicación de la ubicación de la lavandería. Volví sin emitir sonido alguno en busca de un par de calcetines de mi bolso, y me senté en el sofá junto a la chimenea esperando a que mi cuerpo se calentara.

-¿Chocolate o café?

Más valía que respondiera si no quería recibir otra respuesta mandona.

-Chocolate estaría bien.

Pero un whisky podría estar de lujo.

Al rato volvió con dos tazas rebalsadas con chocolate caliente que me quemó el paladar al primer sorbo. Él, volvió a su lugar lo más lejos posible de mí como si le repeliera el sólo hecho de pensar en todo lo que le hice pasar. Pude observar a lo lejos que las imágenes pasaban lentamente, como si examinara cada detalle por muy minúsculo que fuese. En algunos casos, acercó más la imagen examinando la carita de Alexander con su pelo castaño y sus ojos expresivos como si no quisiera perderse detalle alguno de su pequeño hijo.




jueves, 17 de abril de 2014

Capitulo 49 (Tercera Temporada)

-¿Sí?

-Soy yo.

-Ah… ¿pasó algo con Cassandra?

-Ella está bien –observé de reojo a mi hija que dormía plácidamente en el sofá de su casa.

-¿A qué se debe tu llamada entonces?

-¿Estás de turno?

-Estoy en casa –respondió cansada de tanto misterio-. Sólo dime.

-Necesitamos tu ayuda.

-¿Mi ayuda?

Y esta es la parte en donde tiro todo por la borda sin importar que me odie por la tontería que cometí al confesarle todo de una vez a mi hermano. Si Andrea no terminaba odiándome de una vez por todas, creo que es porque éste era el motivo faltante.

-Bill lo sabe todo, llegó al cumpleaños de Alexander terminando con la fiesta, Sascha lo supo de rebote y (name) está… no sabría cómo definirlo.

-¿¡Cómo…!? Oh, Thomas realmente eres un idiota. Ni si quiera puedes tratar con delicadeza las cosas porque es obvio que se enteró por tu parte, ¿no es así?

Vale, al menos no la tenía frente a mí o sus palabras no se compararían con la paliza que recibiría de su parte. Toqueteé como un acto reflejo mi piercing, pero me dolió más que cuando lo desinfecté. Joder, Bill, la cagaste con no golpearme el otro lado, ahora me quedarán unas cicatrices terribles.

-Ya sé que empeoré todo, pero me gustaría tener un poco de ayuda de tu parte. Para empezar, estoy herido por culpa de Bill y…

-Bien merecido lo tenías -¿Acaso nunca se pondrá de mi lado sólo un poquito? Por mucho que la amaba, a veces me preguntaba si había un espacio para mí en su corazón.

-Bueno, (name) está como en un estado de inconsciencia.

-¿Inconciencia? Descríbelo.

-No está desmayada, pero parece estar en una especie de trance. No come, no habla y no se mueve casi nada.

-¿Es por Bill?

-Yo creo que es porque Alexander se fue anoche y no ha vuelto.

-Ok, envíame la dirección a mi teléfono e iré.

-Vale, ¿Andrea?

-¿Qué?

-Gracias.

Corté sin darle tiempo para responderme con insultos y rencores. Ella era la única que podría ayudar a (name) y en lo posible, sacarla de ese estado tan depresivo. Caminé hacia la entrada observando con mayor atención las cosas que había ahí. Definitivamente Bill estaba en casa ya que no sale sin sus llaves, así que debía estar encerrado en su cuarto con llave. Mamá había vuelto a su casa en busca de tranquilidad y la buena compañía de Gordon, con la excusa de extrañar a su esposo. La verdad es que estaba tan incómoda y angustiada con lo que presenció, que entendía que quisiera tomarse un respiro de esta casa de locos por primera vez en su vida.

Había vuelto a casa como a eso de las seis de la mañana con Cassandra en brazos durmiendo. Todos nos desvelamos armando un plan de búsqueda que nos permitiera abarcar toda la ciudad y los posibles lugares en los que estaría Alexander. Rebbeca se quedó con (name), velando por su sueño y Lily durmió acompañada de Bianca. Sólo quedamos Cass, Gaspard, Erik y yo en la sala buscando posibles lugares en donde encontrar a Sascha pero era imposible dar con alguien tan impredecible como él en una ciudad tan grande y con muchos rincones desconocidos. Hoy seguiría el plan, pero por ahora lo mejor sería descansar un poco antes de reanudar la búsqueda.


ALEXANDER

-¡Hey chico! Este es un lugar para adultos, regresa a la guardería.

-¡Bah qué va! Déjalo hombre, seguro quiere ver por primera vez un buen par de tetas.

-Una corona.

-¿Tu identificación?

Y por primera vez, accedí sin quejas ni gruñidos a mostrar mi identificación. El que me conociera y me viera, aplaudiría ante ese hecho tan civilizado que no buscaba golpes ni groserías por parte del barman. Calculó mi edad con los dedos y me la devolvió poniéndose un paño húmedo sobre el hombro mientras iba en busca de mi pedido.

El lugar era de lo más rancio: cinco chicas bailaban con el juego de luces y la música aburrida, hombres les gritaban como perros hambrientos y el aire olía a madera podrida y ron. Era más asqueroso que un basural, pero por lo menos serviría para distraerme por un rato. Apestaba, tenía frío y no había pegado un ojo desde que monté mi motocicleta, de eso ya debían ser casi veinte horas. Tenía un dolor de cabeza que debía superar a cualquiera que haya tenido antes, y notaba el estómago vacío. ¿Qué mejor que una cerveza? Ah sí, un café con tostadas y…

-Aquí tienes.

-Vale –hasta mi voz sonaba disecada. Len pasé un par de billetes y bebí de una el contenido con tal de humedecer mi garganta.

-Hey, no es por nada pero…

Observé al chico que me sirvió la cerveza por primera y parecía totalmente inseguro sobre lo que decir pese a ser mayor que yo. Vale, cualquiera podría ser mayor que yo con tan solo lucir una barba que a mí me costaría años luz en que salga. Tiré de la capucha para que cubriera mi estado miserable y volví la vista a la botella.

-¿Estás bien?

-¿Acaso luzco de maravilla?

-Hummm… hey, acaso no eres ese de ahí.

Vi la dirección que apuntaba y giré la cabeza para encontrarme el televisor dispuesto en una esquina estratégica al que no le llegaba el reflejo de las luces multicolores. Increíble, ahora me podía ver en ese cuadrado sentado frente a Bill, no, mi padre. Ah… olvidaba que esa noche un montón de fotógrafos acapararon los ventanales de esa cafetería sólo para obtener la primicia del nuevo “amigo” de Bill Kaulitz. Claro, mi cara se veía desde antes que Bill advirtiera la presencia de ellos.

-Vaya, hasta me veo demacrado en la televisión –murmuré sintiendo el sabor amargo de la corona en mi boca. Seguramente esto es lo que los piratas llamarían “aliento de capitán”.

-¿Amigo de Kaulitz? –murmuró el gordo a mi lado mientras reía estruendosamente.

Ojalá fuera tan simple como ser su amigo y no ser su hijo. Desearía borrar el pasado y dejar en el misterio de la vida la identidad de mi padre. Vaya, ahora puedo decir que tengo un padre y que se llama Bill… no, esto es ridículo.

Me sentía fuera de este mundo, como si de repente fuera ajeno a todo lo que pasara a mi alrededor. No quería ver a nadie ni hablar con nadie, sólo patear piedras en el cemento y sentir la velocidad de mi motocicleta con el viento helando mi cara. Es como cuando insistes tanto en tener una cosa que cansas a los demás con tu quejas y deseos, y de repente obtienes lo que querías pero no experimentas el sabor de la victoria.

¿No querías un padre? Pues sí.

Ahora lo tienes, Alexander. No era el que quería.

No todo en la vida será como quieras. Un cantante de rock no puede ser un padre.

¿Por qué no? Además, nadie elige a sus padres.

¿Qué habrá visto mamá en él? No entendía nada y la verdad era que no encajaban. Mamá siempre ha vivido oculta en la mafia, y Bill siempre ha estado en el ojo del huracán siendo observado por todos. ¿En qué momento dos personas así podrían encajar? Esto era ridículo por donde se le vieran. En una comparación burda, ellos serías dos imanes que se repelen y que de alguna u otra forma terminaron juntos.

¿Entonces la foto de mi billetera era un recuerdo de él? ¿Mis habilidades musicales se las debía a mi padre? Era extraño pensar que había heredado tanto de ese hombre con sólo saber que era mi padre. Tenía sus rasgos, sus movimientos y no me pararía a averiguar que también mi conducta es parecida a la de él, porque yo era un Kaulitz lo quisiera o no. No obstante, mi cabeza no paraba de darle vueltas a la molestia que sentía al verlo hiriendo a mi madre y a ella no hacer nada al respecto para defenderse. Es por eso que no quería ver a nadie, porque si veía a alguno de ellos no sabría si odiarlo o quererlo como se supone que deba ser. Mis pensamientos se debatían entre el deber y el querer con un sólido debate que emparejaba las puntuaciones de ambas posturas.

Las imágenes en el televisor cambiaron a las de una figura oscura montando una motocicleta a toda velocidad… ah, era yo saliendo de casa. Y luego mostraron a mamá haciéndole un enfoque principal a su rostro lleno de lágrimas y a… ¿Tom? Oh, olvidaba que era mi tío. El título decía “misteriosa mujer es consolada por Kaulitz”, y podía escuchar las voces chillonas que hablaban de ella como si fuera la princesa de Jordania.

-¡Eh chiquillo!

No sé de dónde saqué fuerzas para esquivar la botella vacía que iba directo a mi cabeza, sin embargo, la caída dolió más cuando me clavé en la mano los pedazos rotos de vidrio. ¿Qué me pasaba que estaba tan torpe?

-¿Estás… contra el pi… so?

Oh, ¿qué mierda bebí que hasta escuchaba a medias? Miré mi mano tratando de enfocar la vista en las heridas de la palma, pero era imposible ver con claridad. Insistí pestañeando con fuerza, pero a medida que más lo intentaba se ponía peor.

-¡Eh… haces!

-¡Déj… ahí!

-¡Hey, chic…!

Oh, mierda. Mis oídos zumbaban como si tuviera un enjambre en cada oreja. Me sentía mareado y las piernas no me respondían. Pequeños puntos negros invadieron mi visión y me sentí caer mientras una oración religiosa invadió mi mente…oh, la Invasora… mamá. ¿Acaso es ella quién me hace flotar? Porque eso es lo que siento. Es como si nadara entre las nubes del cielo y… mamá.



INVASORA

-¿Esos niños han vuelto a decirte algo?

-No, mamá.

-¿Te han pegado?

-No.

-¿Te hicieron algo?

Y por primera vez me observó con sus brillantes ojos claros que parecían querer observar el mundo entero si pudieran. Mi pequeño había esperado pacientemente a mi llegada a casa, y ahora que estábamos en nuestro patio sentados en la banca rodeada de flores, sus cuadernos y lápices de colores. Estaba triste, lo sentía en el fondo de mi alma como un dolor punzante.

-Mami, nadie quiere ser mi amigo.

Oh… quería llorar por él, ser yo quien viviera todas esas cosas malas  y librarlo de esa soledad que lo tenía triste. Lo senté en mis faldas, acaricié su cabello brillante y un poco largo pero adorable. Sus mejillas sonrosadas por el sol fueron suaves al tacto de mis labios y una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios.

-Sascha, hay niños que son malos y otros que te tienen miedo.

-¿Miedo? Yo no soy un monstruo.

-No, no lo eres. Tú eres un valiente caballero con su espada.

-Esos no existen, mamá.

-¿Quién dijo que no? –A sus cinco años, realmente me impresionaba su carácter tan madura-. Yo creo en ellos y en los dragones. Esos niños no ven lo que realmente eres porque están ciegos, cariño.

-Pero ellos ven.

-Pero no lo suficiente. Es por eso que debes mostrarles el mundo y tu verdadera identidad, así ellos se acercarán a ti y querrán imitar tus actos.

-¿Resultará? –sus ojos brillaron con mayor intensidad producto de la ilusión que eso le hacía.

-Al patito feo le resultó mostrar quién era realmente.

-Pero yo no soy un patito feo, mami.

-No, tú eres el valiente Alexander.



Una mano demasiado fría toco la mía rompiendo el hilo de mis recuerdos, mis pensamientos y mis rezos. Sin querer boté el pequeño denario de mi mano y por primera vez pude ver el mundo que había dejado atrás durante un tiempo. La misma mano me detuvo antes de recoger la pequeña joya religiosa y reparé en su dueña. Vi una sonrisa que no pude corresponder, unos ojos tristes de pestañas largas y una cabellera que muchas veces quise tener.

-Andy…

Mi voz sonó como el primer trueno de una noche oscura reventando el silencio y convirtiéndolo en bullicio. Era consciente de no haber pronunciado palabra alguna durante horas producto del sedante que me administraba Rebbeca para calmar mis nervios. Pero ahora que veía a mi amiga de años, a quien realmente podría consolar tanto dolor, mis ojos reventaron en lágrimas y sollozos que venían desde lo más profundo de mi corazón, como si no fuera suficiente haber llorado por todo este tiempo.

-(Name)… está bien, todo estará bien.

-No está, Andy –fue todo lo que salía de mi boca para demostrar la angustia de mis pensamientos.

-Lo encontraremos, no te preocupes… además, él sabe cuidarse muy bien gracias a ti.

-¿Y si está mal o enfermo o herido? Dejó todo aquí y…

-Oye, cuentas con un grupo de personas que no han parado de buscar a Alexander durante todo el día y…

-¿Todo el día? -¿cuánto había dormido? Dios, se me había hecho como un abrir y cerrar de ojos.

-Está a punto de atardecer –murmuró y pude notar el cuidado en su tono de voz.

No, esto estaba mal. No podía dejar a los demás iniciar con una tarea que me correspondía a mí como la madre de Alexander. Mientras yo seguía ciega y ahogándome en un mar de lágrimas, los demás se preocupaban por mi hijo y cubrían lo que yo debería estar haciendo. No podía seguir así.

-¿Adónde vas? –me preguntó cuando volví a calzarme las botas.

-¿Dónde están los amigos de Alexander?

-Se fueron tras almorzar. Erik los fue a dejar a sus casas y les hizo jurar que no comentarían esto a nadie o les iría mal.

-Suena a amenaza.

-Bueno, entonces es una.

-¿Y los demás? ¿Tu hija y Tom?

-Tom y Cass están en su casa. Se fueron esta mañana luego de pasar la noche despiertos ante cualquier señal. Los demás están verificando las cámaras de seguridad de algunos sitios.

-¿Qué?

-Bueno, hay hackers de las mafias que facilitaron sus equipos de vigilancia porque le debían favores a Gaspard y Lily.

-Vaya…

Realmente me sorprendía saber que no se quedaron quietos mientras yo lo hacía. Estaba completamente avergonzada por mi actitud, porque con años de experiencia, debí ser más metódica y no cerrarme en mis sentimientos depresivos y ciegos por la fuga de mi hijo y la pérdida de Bill. Oh… ya casi olvidaba lo que había pasado la noche anterior, y si no fuera porque con sólo decir su nombre toqué mi rostro en la parte donde antes presionaron sus dedos, seguramente seguiría pensando que todo fue un terrible sueño.

-Thomas… él me contó lo de Bill.

-Lo merecía, Andy. Era lo mínimo que obtendría por ocultarle todo.

-No lo es. Bill es impulsivo por naturaleza y lo que hizo en injustificable.

-No me golpeó, Andrea, enserio.

-Pero dejó sus dedos marcados en tu cara como si fuera tinta, lo que también cuenta como violencia por si no te habías dado cuenta.

-¿Acaso no quisiste golpear a Thomas cuando supiste que te engañaba?

-Para de justificarlo, (name). Ambas sabemos que fue un error ocultarle la verdad a Bill, pero no es motivo suficiente para que lo domine la violencia.

Con Andrea no podía ahondar demasiado en este tema, en especial porque no entendía la rabia que surgió de Bill cuando llego la noche anterior hasta acá. No valía la pena desgastar las pocas energías de mi cuerpo en una discusión en vez de buscar a mi hijo.

Caminé por el pasillo siendo seguida por mi amiga mientras refunfuñaba algo en voz baja sobre mí que realmente no me importó. Los demás estaban sentados, frente a dos computadoras portátiles, teléfonos en mano, tazas de café dispersas en la mesita frente al sofá y papeles revueltos. Quizás no notaron mi presencia mientras observaba las sobras bajo sus ojos, sus rostros serios y más viejos de lo normal. Seguían con los mismos atuendos y sus cuerpos parecían reclamar por un poco de agua caliente para destensar los músculos y eliminar esa posición tan rígida que tenían. La única que parecía más despierta era Lily, quien dormitaba en un sofá con una camiseta gruesa y grande que disminuía el volumen de su panza.

-Descansa –dijo Erik.

Observé su rostro cansado, con una sonrisa directa que parecía amenazar con desaparecer. No se la pude devolver porque ya no había lugar para ellas en mis pensamientos. Me senté junto a él ignorando los remilgos repetidos de Andrea.

-No hasta dar con Alexander.

Rebbeca, Gaspard y Erik se giraron hacia mí con sorpresa, como si esperaran cualquier otra palabra de obediencia. En las pantallas, había seis imágenes con movimientos acelerados. En los papeles sobre la mesa, había un listado de nombres donde algunos estaban tachados y otros con un asterisco, las tazas con café estaban vacías.

-¿De qué lugares son esas cámaras?

Los tres se giraron como si estuvieran avergonzados, me hicieron un espacio en el sofá y me enseñaron las cámaras, en donde se registraban personas en distintos puntos de la ciudad.

-Estamos buscando en distintos puntos de la ciudad. Pubs, discos, bares… lugares que frecuentan chicos como Sascha.

-¿Consiguieron el registro del perímetro?

-En eso estamos –dijo Rebbeca-. Uno de los cerebritos de la mafia de Pantera se ha ofrecido a buscar a Alexander a través de los videos de las cámaras de seguridad, registro de internet, chats, teléfonos, y no sé qué mas dijo.

-¿Ian?

Gaspard lanzó una carcajada al aire como si fuera de lo más graciosa la pregunta, y casi pude esperar una broma de su parte, pero su rostro fue suficiente como para decirme que tenía un humor de perros.

-¿Tu novio no se ha manifestado ni en espíritu y piensas que es él? Qué ingenua.

-Gaspard… -le codeó Rebbeca.

-¡Pero si es la verdad! Si hubiese estado acá al menos de habría dado una paliza a Kaulitz y no tendrías esa marca en la cara.

Vaya… él nunca me había hablado con tanta furia. Pero prefería atribuírsela al hecho de no haber pegado un ojo en todo el día. En cambio Erik parecía demasiado concentrado en las imágenes, sin pestañear y creo que sin respirar.

-¿Cuál es el nombre del club que tiene una media luna caricaturizada? –habló de repente.

-“7 Lunas” –respondí -¿está ahí?

-No cantes victoria –dijo.

-¿Entonces…?

-Identifiqué su patente en la calle paralela.

-Oh…

-Y el GPS aún no se ha encendido, así que supongo que no ha parado en ninguna parte de reponer el estanque.

-¿Instalaste un GPS? –preguntó Rebbeca por mí.

-En la motocicleta por si alguna vez se la robaban. No tuve tiempo para mencionarle esos detalles pero aún tengo el código del GPS y la moto anclado a mi teléfono móvil.

-¿No se puede activar a larga distancia?

-No estamos en un perímetro cercano y tardaríamos seguramente un par de semana en dar con la moto.

-Se fue en dirección sur –concluyó Erik pausando las 6 imágenes de la pantallas en la misma persona sobre la moto sin el casco.

-¿Podemos rescatar las imágenes de las autopistas?

-Llamaré a Sang para ver si puede.

-¿Sang? –no me sonaba ni de rebote el nombre.

-El chico hacker que nos está ayudando.

-Oh… vale.

-Lo ideal sería que pensaras en qué lugares suele frecuentar Sascha.

-Si no es la casa de sus amigos, es alguna disco o pub –y de eso estaba más segura que nadie-, incluso algún parque puede llegar a servir.

-Ok, iré a buscar a Aki y hacer un rastreo general. Necesito una prenda de Alexander –se levantó estirando los brazos y enrollando una bufanda en su cuello.

-Su casaca y su gorro están colgados junto a la puerta.

-Ok, necesito que te quedes acá y veas los videos que siguen de las cámaras de seguridad. Cuando vuelva conseguiré los registros del transporte público, hospitales y tiendas.

-Gracias Erik. Realmente aprecio mucho que busques a mi hijo. Igual que a todos ustedes.

-Todavía no agradezcas –gruñó Gaspard-. Aún no lo encontramos.

¿Cómo puedo encontrar a mi hijo sin contar con señales de él? Era como buscar una hormiga en medio de tantos pies. Y debía utilizar todos los medios que tuviera en mis manos para dar con él. Derrumbaría rascacielos si era necesario dar con el paradero de Alexander Kaulitz.


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Drama, drama y más drama ;-)

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