-Realmente no entiendo las
intenciones de tu hermano de querer unirnos a tantos.
-Sabe lo que pienso, así que sabe
también lo que quiero.
Aumentó la calefacción del auto
mientras salíamos de su calle. Había insistido en tomar un taxi tras verlo,
pero incluso la mirada amenazante de Tom me dijo que era mejor que acatara las
órdenes de Bill.
Traía incluso la casaca de Bill,
cuyo olor me derretía y me hacía pensar en mil motivos para escapar de su lado.
A penas me vio empapada y con la ropa interior marcada por todos lados, sonrió
juguetonamente mientras me ofrecía su abrigo seco y caliente a cambio del de su
gemelo frío y húmedo. Ni tonta, acepté su propuesta cambiándomelo frente a sus
ojos y los de su hermano. Traté de olvidar su mirada en mi cuerpo, concentrarme
en que llegaría pronto a casa y en que seguramente Tom lanzaría indirectas que
por suerte nunca llegaron.
-Perdóname por lo de la otra
noche –dijo de repente mientras adelantaba a un escarabajo.
Lo observé detenidamente
aprovechando que tenía realmente una justificación para mirarlo. Andrea tenía
razón al decir que estaba realmente atractivo. Podía ver algunas gotitas de
agua que se deslizaban de su cabello hasta su cuello, ver la nuez de su cuello
desplazarse lentamente y sus labios apretarse debido a la concentración.
Mierda, realmente revolucionaba hasta mis neuronas.
-¿(Name)? –preguntó al ver que no
respondía por lo que rápidamente me enderecé y traté de no verlo. Pero Bill no
era tonto y sonrió al ver que lo observaba.
-E-em… vale.
-¿Pasa algo? –inquirió volviendo
la vista a la carretera pero más seguro.
-¿Contigo? Nada.
¡Jo! Qué mala.
-No me refería a mí –sonrió
aguantando una risita, disminuyó la velocidad en un semáforo quedando junto a
otro auto-. Pero si tu estado anímico se relaciona conmigo, me gustaría
saberlo.
-Sólo… avanza y da la vuelta al
parque.
Cero gente por las calles, todo
igual de vacío como si huyeran del agua, el frío y la lluvia. No los culpaba,
de hecho haría lo mismo que ellos. Por suerte Alexander estaba con Gaspard en
una “salida de hombres” cuyo significado prefería no entender. Así que… la casa
estaría vacía. Hum… no es como si quisiera que pasara algo entre él y yo, de
hecho, preferiría que no. Así me evito dañarlo a él y a Ian.
-Aquí es –señalé los números
dorados en la entrada y la gran reja con un guardia junto al recepcionista.
-¡Menudo lugar! –exclamó tras
silbar.
-Prefiero no presumir.
Tras bajarnos, saludé cortésmente
al recepcionista y el guardia, quienes parecían impresionados de ver al
mismísimo Bill Kaulitz siguiéndome los pasos. Claro, no era común ver a alguien
tan conocido ingresar a un edificio tan reservado como éste. No dije ni una
palabra, pero me alivió estar en casa por mucho que tuviera una compañía
agridulce.
Piso veinte, penúltimo
departamento. El único con triple cerradura más un teclado numérico cuya clave
digité frente a los ojos de Bill en caso de alguna emergencia. La puerta se abrió,
entré en la casa siendo seguido por Bill. Activé la calefacción y cerré la
puerta a mis espaldas activando los seguros.
-Siéntete como en tu casa –le
dije mientras sacaba dos copas de vino y una botella cuya etiqueta decía
“reserva”.
-Gracias.
Me saqué la casaca de Bill
colgándola en una silla, observé que no había rastros de mi hijo, por lo que
debía seguir en su día con Gaspard. Por suerte, había no habían fotografías
mías y de mi hijo debido a que muchas de ellas terminaron en las cenizas del
incendio. Todo el mobiliario era nuevo, los sillones negros de cuero, la
vajilla de porcelana, la alfombre persa, los paisajes retratados en las
paredes, incluyendo el bambú junto a la ventana. Un gran trabajo decorativo
hecho en dos días y medio.
-¿A qué se debe tanta seguridad?
–gritó para que lo oyera desde la cocina, mientras preparaba unos cafés.
-Creo que está demás responder
–caminé de vuelta a la sala notando que observaba el paisaje gris de un día
lluvioso.
-Pero llamarías más la atención.
-Es algo que debo arriesgar
–vaya, muy observador de su parte-. Iré a bañarme y…
-¿Quieres compañía?
Me miró con una sonrisa en sus
labios, de esas que te hacen querer gritar, caminar por las paredes y morder
almohadas. ¿Desde cuándo habíamos terminado con las formalidades? Daba por
sentado que aún no sacábamos los límites de respeto. Realmente me dejó
impresionada. Espera, ¿impresionada? Bueno, en parte lo estaba pero realmente
había encendido una llama en mí que creía extinta. Sentía mis mejillas arder
mientras me miraba de pies a cabeza con la copa de vino frente a su boca con el
borde paseando por su labio inferior.
-¿Desde cuándo tan osado? –puse
una mano en mi cadera disimulado el repentino ataque de timidez.
-Bueno, cualquiera se atrevería a
decir eso si te viera en esas pintas.
¡Joder Bill! Mejor ni me sigas mirando así o sino yo…
-Ya vuelvo –resolví volteándome e
ignorando su risa ronca.
Estaba nerviosa, necesitaba
recuperar un poco de confianza en mí y aún estaba pendiente el tema de mi
neurosis y mi auto. A eso, debía agregar que Bill estaba en mi casa, sí, el
mismísimo que me ha puesto a llorar mil veces con su sólo recuerdo. Y ahora…
no, lo nuestro sólo eran recuerdos y yo había seguido con mi vida al igual que
él había hecho.
Me sumergí en el agua caliente soltando
suspiros de alivio. Por fin en casa, por fin algo caliente rozaba mi cuerpo y
derretía aquel hielo que lo congelaba agresivamente. Todo a mi alrededor estaba
completamente blanco, el vapor lo llenaba todo como pidiéndome que abandonara
todas mis preocupaciones mientras estuvieran bajo la posesión del agua caliente
deslizándose por cada rincón de mi cuerpo. Mi mente, sin embargo, seguía
funcionando a una velocidad que me asustaba; creaba imágenes de manos y brazos
tatuados deslizándose por mi cuerpo a una lentitud abrumadora, imaginaba sus
labios recorriendo mi cuello de un lado a otro hasta tomar presa mi boca en un
ahogado suspiro.
-Basta –susurré golpeando la
pared fría de cerámicas a mi lado.
No podía seguir con esto. ¡Estoy
con Ian no con Bill! Ian, no
Bill. Ian, no Bill. Ian, no Bill. Neville, no Kaulitz. Malditos
pensamientos, maldito cuerpo, maldita (name).
Busqué la bata, corté el agua y
me la puse apresurándome para que el calor no se escapara de mi cuerpo. Cepillé
mi cabello y lo envolví en una toalla. Salí del baño y fui a mi pieza
asegurándome de cerrar con pestillo la puerta para que Bill no observara o se
colara. Me puse el buzo blanco con el que suelo entrenar en la mansión de
Pantera, sequé un poco mi pelo con la toalla y volví donde Bill.
-¿Bill? -¿dónde se había metido?
-¡En tu cocina!
Caminé despacio, notando que
hasta el piso estaba tibio con la calefacción. Me detuve en el marco de la
puerta sin saber si avanzar o no. Sus ojos me observaban como si fuera una
presa. Sólo nos separaba una mesa y unos cuantos pasos. Tomaba un café, y su
copa vacía yacía en el fregadero.
-¿Quieres café o vino?
-Pensé que la dueña de esta casa
era yo.
-Bueno, me tomé la libertad de
prepararme un café porque hace un frío de puta madre.
-Está bien, no quiero que mueras
de hipotermia en mi casa.
Nuevamente silencio. ¿Por qué
siempre nos quedábamos sin palabras cuando estábamos frente al otro? No eran
incómodos, y eso realmente me preocupaba porque sabía lo que significaba. Era
un sentimiento prohibido. Derramé un poco de vino en la copa, con sus ojos
atentos al movimiento de mis manos. Olí el líquido rojo oscuro, una mezcla
entre madera y frutos silvestres.
-¿Cómo fue que chocaste el auto
de Tom? –preguntó corriendo su silla hasta mi lado, como si habláramos de
secretos en una casa llena de gente.
¿Se lo digo o no se lo digo? Humm… será mejor que se entere por mí
antes de su jodido hermano que me tiene colgando por las bolas. Claro, no en un
sentido literal.
-Estaba distraída –le confesé sin
observarlo.
Porque si lo miraba por un
momento aunque sea, todo empeoraría. El dolor se expandiría por el agujero que
hay en mi pecho, y luego se convertiría en un placer casi masoquista. No quería
sentir eso. Quería que esto fuese una simple conversación de adultos aburridos,
después dejarlo ir, y avisar en portería que si lo veían alguna vez entrar,
avisaran previamente. Así de simple. Algo formal.
-¿Distraída?
-Sí.
-¿Algún motivo en especial?
-Humm…
-¿Sí?
-Sí.
-Ok… emmm, ¿puedo saber el por
qué?
-Creo que sí.
-Bueno, comienza. Te escucho
atentamente.
Sabía cómo empezar, le diría
dónde fui y lo que me dijeron. Simplemente debía abrir la boca. ¿Por qué me da
por callar tan fácilmente? ¿Qué pasa por mi mente? Estoy segura de que tendré
que ir de nuevo donde el doctor Harrison, ésta vez por consejos. O si no,
tendría que hablar con Lily o Rebbeca. Seguramente ellas entienden más cosas de
chicas de las que yo he logrado entender a lo largo de mi vida. Las manos de
sudaban, algo muy raro que sólo me pasa de vez en cuando. Las sequé en los
pantalones sin dejar de mirar la copa. Tenía que unir las palabras y dejar que
fluyeran pero… joder.
-Hey –dijo en voz baja.
Puso sus manos sobre las mías, y
por ende, sobre mis muslos. El movimiento de ellas de detuvo, y me pude dar el
lujo de observar los tatuajes en sus dedos. Sus manos eran cálidas y suaves,
podía notar pequeñas cicatrices en sus nudillos, como de peleas. Mi mente pedía
que tocara más, que tocara mis mejillas, mis brazos, mi cabello húmedo.
-Puedes decirme lo que quieras,
(name) –murmuró con voz gruesa y profunda.
Observé su rostro como efecto de
sus palabras. No estaba cerca, pero podía verme reflejada en sus ojos, ver
aquel líquido café de ellos moviéndose para hacer el espacio a mi imagen. Su
boca estaba seria, y todo él me indicaba que lo que decía era verdad.
-Nunca tuve neurosis –confesé
volviendo a observar nuestras manos.
Las separé levantando las suyas
de las mías. Seguramente pensaría que ahora realmente toda mi vida era una
mentira, que con suerte mi nombre era verdadero. Pero sus manos siguieron
estáticas en mis rodillas, como si realmente estuvieran descansando allí.
Observé su rostro, cuyas cejas estaban alzabas, su boca medio abierta y sus
ojos abiertos cómicamente, estaba para sacarle una foto. Sentí mis mejillas
arder al sentirme tan observada por él y desvié la vista hacia la ventana de la
cocina.
-Así que…
-Ajá.
-¿Y cómo supiste?
-Tengo controles con un
psiquiatra cada cierto tiempo. Como sabes, el de mi adolescencia murió dejando
el tratamiento sin terminar y quemé mis fichas médicas. Así que… bueno, tras
irme de tu casa, tuve que retomar el tratamiento con otro doctor.
-¿Y tanto demoró en saberlo?
Fruncí el entrecejo por un
momento mientras elegía bien las palabras para no dejar en evidencia que decidí
cambiar por Alexander, mi hijo. No, nuestro hijo.
-Bueno, nuestros horarios no
siempre coincidían, yo estaba ocupada con… mi trabajo y mi vida, y él trabajaba
en otro país, por lo que viajar se me hacía complicado.
-Entonces... ¿ahora recién
supiste?
-Humm… sí. Coincidimos ya que se
encuentra realizando unos doctorados entre otras cosas cuyos nombres no
recuerdo, así que aprovechó de dar a conocer con sus colegas mi ficha médica y
todos llegaron a la conclusión de que nunca hubo neurosis.
-Pero no podías vivir sin tus
medicamentos y…
-Me hice dependiente o algo así
como drogadicta. Pero con la diferencia de que todo era un error.
-¿Y qué tenías?
-Mencionó algo de depresión y no
sé que más, pero se debía a una forma de tomar la muerte de mis padres.
-Vaya, realmente es un motivo
para llegar a distraerte y chocar con el auto de Tom –sonrió lanzando una
pequeña carcajada sin rastros de maldad o molestia.
-No quise hacerlo.
-Lo sé.
-Al menos ahora sabes el fin de
la historia de mi supuesta enfermedad.
-Seré sincero contigo, (name). Me
has sorprendido totalmente con tu declaración y es bueno, realmente bueno,
saber que no tienes nada.
Observé su rostro sonriente y
lleno de alegría. Una alegría contagiosa que se adhirió a la comisura de mis
labios y las elevó, devolviéndole una sonrisa totalmente sincera. Creo que me
ayuda hablar con Bill, porque me hace ver el mejor lado de las cosas. Me
escucha atentamente, me mira como si no hubiese nadie más en el mundo que capte
su atención y me brinda una confianza que llega a doler en el fondo de mi
corazón. Sí, duele porque sé que cuanto Tom o Andrea abran la boca y digan la
verdad, se quebrantará con un chasquido que dolerá más que la misma separación
a la fuerza aquella vez en Los Ángeles.
-Gracias Bill.
-¿Por qué?
-Sólo… gracias.
Acerqué mi asiento al suyo hasta
que sus rodillas chocaron con las mías obligando de abrirlas. Sus manos tomaron
las mías, armando un nudo de dedos enredados entre ellos en un orden sin
sentido. Sentía el agujero de mi pecho doliendo más que nunca, ardiendo de
tanto pedir un poco de su tacto, unas palabras bonitas y un beso que
seguramente no llegaría jamás. Sentía su aroma intenso, una mezcla entre menta,
cigarrillos y cuero. Si no me controlaba, hasta mis ojos se blanquearían, pero
debía estar cerca de él. Un poco quizás, o mucho.
-(Name)… -suspiró enredando un
mechón de mi cabello en sus dedos.
Estaba yendo demasiado lejos, más
de lo que realmente podía estar. Estaba expandiendo los límites como si fueran
de goma de marcar, pero no me podía separar de ellos. Solté un suspiró sin ver
sus ojos, que debían ser la mejor de las perdiciones, y sólo apoyé la frente en
su hombro izquierdo, dándome por vencida ante las emociones arremolinadas en mi
mente.
Pude notar que sus manos
vacilaban un instante, debatiéndose entre tocar y no tocar. Un quejido brotó de
lo más profundo de su garganta y finalmente enredó una de sus manos en mi
cabello húmedo, mientras la otra contenía mi espalda.
Requería de esto hace años, un
simple hombro donde apoyarme y descansar de mis problemas y ataduras mentales.
Necesitaba respirar su aroma, saber que todo iría bien y que sólo debía dejar
que todo siguiera su rumbo. Todo mi ser lo demandaba, a él y a nadie más.
Inhalé su aroma, queriendo aspirarlo completamente y guardarlo por siempre, sin
importar que el dolor de mi pecho se hiciera más agudo junto a Bill. Expulsé el
aire contenido y cerré los ojos, imaginando que todo estaba bien entre
nosotros, que él sabía toda la verdad y que aún así me amaba…una especie de
paraíso personal.
-Y así es como cedes a mis
encantos –repuso y casi pude ver una sonrisa contenida en sus labios.
-Sueña –golpeé suavemente su
pierna dejando que se deslizara una nueva sonrisa por mi boca.
-¡Pff! Sé lo que digo, y créeme
cuando te digo que no serías capaz de resistirte ante este galán. Si no lo
hiciste antes, ahora tampoco lo harás.
-¿Qué? –Solté una carcajada ante
sus palabras llenas de seguridad- Tú fuiste quien se acercó primero de los dos.
Así que quien no se resistió fuiste tú.
-¿Y la segunda vez? ¿Qué me dices
de ella, eh? Tú llegaste a mi casa, no al revés. Me acompañaste incluso cuando
enfermé y ahí sí que no fui yo quien llegó a tu casa.
Me separé de su hombro sin borrar
la sonrisa de mis labios y lo observé fijamente. Él también sonreía. Era como
bromear sobre algo que realmente dolía en nuestro interior.
-¿Y qué me dices de ahora? Tú me
buscaste, yo estaba bien solita y tú caíste en mis encantos naturales.
Parpadeó sorprendido sin parar de
mirarme. Su sonrisa se borró un instante y luego volvió a lucir su dentadura
perfecta. Puso un mechón de cabello tras mi oreja y acarició mi mejilla con el
dorso de mi mano.
-La verdad es que te necesité
siempre –confesó dejando caer su mano con un suspiro.
-Bill…
-Tengo que irme. Se supone que
debería estar en el estudio regrabando algunas canciones que no me gustaron y
arreglando cosas con la banda.
Ambos parecíamos avergonzados de lo que
hicimos, pero algo que creía olvidado empezó a crecer en mi interior. Quizás,
la alegría de poder estar con él sin pelear. Sí, eso era gratificante porque me
servía para evitar la gran pelea que seguramente se generaría cuando el supiera
la verdad. Por suerte, con la calefacción al máximo, su casaca se alcanzó a
secar y calentar sin problema alguno por lo que debió ser un verdadero alivio
para él ponerse algo caliente y seco sobre su cuerpo.
Sus cabellos estaban despeinados,
algunos cayeron por sus ojos cuando ajustaba el cierre y lo subía hasta el
pecho, y sentí las ganas de sujetarlo entre mis dedos y correrlo hacia atrás.
Observó por última vez a vista desde las alturas y se volvió hacía mi
totalmente serio.
-Espero que nos volvamos a ver.
-¿Sabes? Empiezo a creer que no
importa donde esté, siempre me encontraré contigo.
-¿Ah, sí?
-Las Maldivas, París, Los
Ángeles, Alemania… la lista es larga si te digo todo con más detalle.
-Bueno, o tú me sigues o yo te
sigo.
-¿Yo? ¿A ti? Jamás –sonreí
arrogante cruzándome de brazos frente a él.
-Algún día me buscarás, (name).
Me seguirás tal y como lo hice en el parque.
-Estoy ocupada con Ian, así que…
oh, verdad que tú tienes a Lena.
Sonrió soltando una risita y se
acercó lo suficiente como para que mis brazos cruzados rozaran la tela tibia de
su abrigo.
-Ya no estoy con Lena.
-Bueno, eso no es lo que dicen
los programas de chismes –murmuré evitando su mirada.
-¿Los ves? –se rió soltando
carcajadas juveniles y estridentes que mi hicieron morderme los labios para evitar una sonrisa o algo más-. Pensé que no veías televisión.
-Bueno, a veces hay días de
lluvia y tiempo libre sin querer hacer algo. Así que veo televisión.
-Programas de cotilleo barato en
específico –se burló con una sonrisa torcida que me dieron ganas de borrar como
fuese.
-¿Y qué si a veces veo eso? –le
reté empezando a molestarme. Al principio todo iba bien y ahora… el día en que
no peleemos lloverá con mayor intensidad que ahora.
-Bueno, da igual. Pero ahora
sabes de fuente directa y oficial que estoy disponible. Lena ya no existe para
mí porque lo nuestro fue un simple acuerdo entre discográficas.
-¿Acuerdo?
-Sí. Ella se hacía famosa, vendía
discos y su música, sólo si salía con Bill Kaulitz frente a todos. Y no terminó
como ella creía ya que sólo las ventas de Tokio Hotel se alzaron.
-¿Es enserio? ¿Cómo fue que
caíste tan bajo para tener una relación falsa y plástica con ella?
-Bueno, no fue tan plástica.
Follamos unas cuantas veces, alguno que otro morreo en público y…
-¿¡Morreos públicos!? Bill… tú no
eres así –pasé mi mano por mis cabellos casi secos y me alejé de él sintiéndome
repentinamente contaminada, sucia y con mucho que pensar.
-Tú tampoco eras así –respondió
con voz clara, firme y un deje de burla.
-¿Qué? –me volteé para observarlo
fijamente viendo una nueva sonrisa deslizarse por su boca, una con maldad y
diversión.
-Tú tampoco eras tan mojigata
como ahora, (name). Que yo recuerde, tuvimos relaciones sexuales hasta en los
probadores de tiendas cuyos nombres no importan. ¿Ya no lo recuerdas? El auto,
los probadores, camas, creo que hasta baños…
-Ya no tengo veinte años, Bill.
Mis responsabilidades han cambiado a unas mucho mayores que las de una estrella
de rock.
-¿Y eso te hizo perderte? Te
conocí como la Invasora y ahora… ahora no eres más que una simple réplica falsa
de ella.
Abrió la puerta del departamento,
su rostro totalmente serio y con dos arrugas pronunciadas entre sus cejas que
indicaban su molestia frente a mí. ¿Cómo había terminado todo así, un momento
dulce y agradable en uno agrio e incómodo? Por vez que nos veíamos terminábamos
odiándonos y sacando a flote las heridas que creía olvidadas en el pasado. Con
Bill es difícil olvidar, porque todo él me recuerda a aquella época en la que
mi vida dio un giro absoluto y creí en el amor tras la muerte de mis padres.
-Y por si no lo sabías, terminé
con Lena porque tú volviste a mi vida, (name). Porque a penas te vi me sentí
completamente vivo como en los viejos tiempos.
Cerró la puerta, dejando sus
palabras flotando por cada rincón y cada ácaro en el aire. Me encontré con las
manos en el piso, las yemas de los dedos acariciando el frío suelo mientras el
eco de sus palabras revolvía cada minúsculo pensamiento creado de Bill. Sentí
el agujero en mi echo arder por los bordes, quemando con rapidez mis
sentimientos y protegiéndome del frío y lúgubre abismo. Bill había terminado
con Lena por
mí, y yo… yo le había dicho a su hermano que estaba comprometida
con Ian. ¿Qué podía ser peor en estos momentos? Ahora todo era silencio en esta
casa, y yo sólo quería escuchar bulla, ruidos ensordecedores que cesaran el
rumbo de mis lágrimas mojando mi cuello. Encendí la televisión y el rostro de
Bill con una sonrisa brillante apareció ante mis ojos.
-“…sí, tal y como la ha confirmado su hermano, la relación de Bill
Kaulitz con la cantante Lena ha llegado a su fin, señoras y señores.
-¿Alguien explicó los motivos, o aún quedan por confirmar?
-En su Twitter, Lena explicó que se debían a desacuerdos de opiniones.
-Según la entrevista que le hizo la revista Vogue hace unos días, la
relación no dio para más debido al carácter intenso del cantante y…”
Bill lo dijo, había terminado con
su falsa novia por mí. Y yo… yo aún le amaba con el dolor de mi alma.
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