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martes, 23 de diciembre de 2014

Capitulo 60 (Tercera Temporada)

INVASORA

No quería abrir los ojos porque la realidad me golpearía y dejaría sin aliento. Prefería quedarme con la sensación de un sueño en aquella casa de campo donde crecí, e ignorar el presente.

Sabía dónde estaba y cómo terminé acá. Sabía que en alguna parte se encontraba mi hijo siendo atendido por especialistas que ayudarían a mejorar su estado de salud, y que Bill también debía estar en alguna sala con un vendaje donde le rozó la bala. Fue valiente, más de lo que creí que sería. No se transformó al tener la vida de Ian en sus manos ni al tener un arma en su poder.

Siendo sincera, no quería abrir los ojos porque me avergonzaba saber que la bala que Erik recibió debió llegarme y matarme a mí en vez de a él. No quería ver el rostro descompuesto de Rebbeca o Bianca porque Erik se fue para siempre. Me sentía tan culpable que realmente me dolería ver sus rostros.

Recuperé a mi hijo, pero perdí a mi amigo. Una emoción agridulce me invadía y no sabía cómo manejarla. Estaba feliz pero triste. Estaba tranquila pero nerviosa. Tenía ansias pero  miedo. Parecía una mala pesadilla, llena de secretos descubiertos, de venganzas, traiciones, muertes, gritos, sangre y miedos. Y si bien ya terminó, no parecía ser así.

Hay alguien acompañándome, no sé quién es pero su respiración es pausada como si estuviera durmiendo. No puedo distinguir entre hombre y mujer, y no quiero saberlo tampoco. ¿Bill? No, él no puede levantarse aún.

Dios, me duele el cuerpo completamente y no tengo ni fuerzas ni ánimo para mover un dedo. Quiero simplemente estar así, haciéndome la dormida en silencio y sin moverme.

Alguien abre una puerta. Es un hombre a juzgar por el fuerte aroma a madera y pinos propios de un perfume masculino. Sus pasos son silenciosos pero siendo el susurro de sus dedos en la hoja de papel. Algo lee, siento su mirada en mí y la creciente intensidad de su aroma. Está cerca y por primera vez no puedo controlar mi pulso porque no sé quién es.

-Soy el doctor Jones, y tú debes ser (name).

Su vos era suave y tranquila, sin temor o dobles intenciones. Puso dos dedos en mi muñeca calculando mi puso pese al ruidito molesto de la máquina.

-Pulso normal, palidez, buena cicatrización y de apariencia demasiado joven para su edad –murmuró volviendo a escribir algo con una risa inaudible.

Sentí un dedo invadiendo mis párpados. Vi forzosamente borroso y una luz iluminó mi vista cegándome por unos segundos. Pestañeé fuerte sintiendo un retorcijón de tripas por la molestia que me atravesaba.

-Buenos días –sonrió mostrando sus dientes perfectos y sus ojos verdes.

-No son buenos –grazné con la garganta reseca.

No quería abrir los ojos, y sigo arrepintiéndome por hacerlo. Sus ojos grises se iluminaron aún más al verme y realmente debía tener mi edad o un poco más. ¿Estaba muerta? Porque acababa de ver al doctor más ardiente del mundo. Vale, Bill no tiene comparación, pero este doctor podría derretir las bragas de cualquier mujer con solo pestañear. Espera, Bill…

-¿Cómo se siente señora Ulliel?

Espera, ¿Ulliel? ¿De qué me perdí?

-¿Qué día es?

-Es jueves.

-¿¡HE DORMIDO POR DOS DÍAS!?

No debí sentarme en la cama con tanta rapidez, sentí algo rasgándose en mi hombro y casi grito del dolor. Miré el vendaje teñido con una mancha roja y maldije mentalmente por dormir dos días y por moverme demasiado brusco.

En dos días pudieron pasar demasiadas cosas, y yo no estuve ahí para mi hijo o para Bill. La había cagado durmiendo demasiado y esperaba no haberme perdido de mucho.

-Tuvimos que operarte porque la bala penetró algunos músculos y dañó tu clavícula.

-Espera, pensé que me la habían sacado cuando empecé a preguntar por mi hijo y todos se hicieron los sordos.

-Sólo frenamos el sangrado. Necesité una radiografía para saber la ubicación exacta y extraer la bala. Perdiste mucha sangre pero tu pulso fue totalmente estable, lo cual es extraño pero bueno.

-¿Y mi hijo?

Se sentó en la camilla y pudo ver las enredadas notas que había completado en la ficha médica antes de quedarme pegada viendo las pelusas grises en sus ojos. No estaba enamorada, pero me atraía un poco con su amabilidad.

-¿Alexander Ulliel?

¿De nuevo? ¿Enserio? Esperaba que Bill no lo supiera o de ser así le restara importancia.

-Ajá.

-Despertó esta mañana. Preguntó por usted y por el señor Kaulitz. Su hermana está cuando de él y obligándolo a comer. No le daremos el alta hasta que recupere un poco de peso y controlemos su anemia.

-¿Anemia? –Dios mío…

-Sí. No se preocupe que hasta ahora su tratamiento ha ido de maravillas, su presión está normal para un adolescente de su edad y está desesperado por irse a su casa.

-¿Qué hay de Bill Kaulitz?

-Está bien, de hecho acabo de verlo junto a su hermano.

-¿Y su herida?

-Va bien y ya no siente tanto dolor. Eso sí, debe volver en cuatro días más para quitarle los puntos. ¿Alguien más por quien quieras preguntar?

-Yo… no, gracias.

-Le diré a la enfermera que te traiga algo para comer. Le diré a sus familiares que se encuentra bien, ¿deseas recibir visitas?

-Yo… -miré a la señora sentada a los pies de la cama, sin reconocerla en lo absoluto. Se hacía la dormida, pero escuchaba claramente mis palabras-. Aún no.

-Oh… la señora Kaulitz decidió quedarse contigo mientras los demás descansaban.

Espera ¿Simone? ¿Era ella? Dios… ni si quiera recuerdo la última vez que la vi. ¿Cómo no la reconocí? Quizás su cabello elegantemente recogido y los lentes en la punta de la nariz ocultaron su identidad ante mis ojos, pero era inconfundible que se tratase de la madre de Bill y Tom.

-Vendré más tarde para cambiar el vendaje. Trata de no moverte mucho y ante cualquier cosa puedes presionar el botón rojo a tu izquierda y la enfermera de turno vendrá a verte.

Desapareció por la puerta dándome una última mirada con sus intensos ojos grises. Me volví hacia la mujer frente a mí, que abrió sus ojos cafés igualmente intensos y serios. Siempre supe que si Bill se enteraba de la existencia de Alexander, también me tendría que enfrentar a su familia y especialmente a Simone. Había negado su derecho de ser abuela, de disfrutar a su nito y verlo crecer y convertirse en el hombre que hoy es. Podía ver en sus ojos la ira siendo controlada pero no disipada. Era como ser iluminada por un foco y no saber qué esperan que hagas con toda la atención puesta sobre ti.

-Lo que hiciste es imperdonable.

Su voz, que algún tiempo atrás era la de una madre acogedora y dulce, se había transformado en una carente de emociones y calidad. Los escalofríos recorrieron mi columna de arriba abajo, presintiendo la amenaza que significaban sus palabras.

-Pusiste en peligro la vida de mis hijos y mi nieto.

-Yo no obligué a Bill y a Tom a participar en el recate de mi hijo o en la búsqueda de él –me defendí de su acusación-. Insistí en que no se involucraran con esto y…

-Tus acciones fueron las que hicieron que tomaran esta decisión. Si no hubieses ocultado a Alexander de nosotros nada de esto habría pasado.

-¿Y arruinar la carrera de sus hijos? ¡Estaban en la cima de la gloria, Simone! Un hijo sólo  congelaría la carrera de Tokio Hotel y usted y yo sabemos que eso no les convenía.

-¿Estás diciendo que un niño habría sido un estorbo para ellos? –Sus facciones se arrugaron no furia a medida que se levantaba del asiento con rapidez-. ¿Te estás escuchando (name)? Un hijo es una bendición, no un estorbo. Y por muy jóvenes que hubiesen sido, habrían enfrentado las adversidades que involucra ser padre. Lo habrían hecho juntos y te habrías ahorrado darle el pésame a una chiquilla viuda y haber matado a tanta gente.

-¿Y arriesgar la vida de su familia?

-Estábamos a salvo en Los Ángeles –afirmó sin moverse y con la cabeza en alto.

-MI gente, esa que mata, ofrece vidas, esclaviza a mujeres, consigue donantes para enfermos, trafica drogas, roba documentos confidenciales, y una barbaridad de cosas, estaba acechándolos desde que reanudé mi contacto con Bill. Y no fue hasta después de abandonarlos para que terminaran las amenazas que recibía, que en Nueva York supe que estaba embarazada.

-¿Qué amenazas? Nosotros no vimos nada extraño.

-Llegaban cartas amenazando con matarlos, seguían a Bill, a Tom y a Andrea. Pero ellos nunca lo notaron, sólo Andrea porque sabe detectar el peligro con facilidad.

-No tienes pruebas.

-No son necesarias. No podía volver con ustedes porque también pondría en peligro la vida de Alexander. Si le decía a Bill que estaba embarazada, la noticia se filtraría en los medios y ya estaríamos muertos, incluyéndola.

-¿Entonces a qué viniste a Alemania? ¿A matarnos?

-Yo los maté antes que nos mataran –murmuré de repente sintiéndome incómoda con la confesión. No me avergonzaba, pero dejaba claro que era una asesina.

-¿A eso viniste? ¿A matar gente? Hace mucho tiempo que este dejó de ser un país de asesinos.

-Vine porque Alexander quiso venir. Y yo no soy quien para negarle eso a mi hijo.

-Sin embargo le negaste conocer la identidad de su padre –tomó la manilla de la puerta y me miró una última vez antes de escupirme las palabras más dolorosas que haya recibido en mucho tiempo-. Eres un monstruo.

Cerré mis ojos deseando no existir, estar muerta o seguir durmiendo por el resto de mis días. Era un pensamiento egoísta, pero por una vez en mi vida deseaba pensar sólo en mí y no en el resto. “¿Entonces a qué viniste a Alemania? ¿A matarnos?”. No, vine porque no podía seguir huyendo de lo que tarde o temprano me tocaría vivir. Muy profundo en mi ser, había una parte que gritaba a mares por ver a Bill o tener sólo un pedacito más de él en mí.

“Eres un monstruo”. Lo sé, y esa es la peor parte de todo. Soy un monstruo que mató a uno de sus mejores amigos, que engañó durante dieciocho años a su hijo, que arriesgó la vida de Bill y Tom. Soy igual que mi padre biológico, igual que Alphonse Solarin. La maldad estaba en mí y recorría mi sangre como el más puro veneno. He manchado a cada uno de los que me rodean con el veneno de mi piel, mis palabras y el mismo aire que respiro. Ian no es la excepción a la regla, tampoco lo fue Lizbeth, el Pintor, y todos aquellos a quienes maté o terminaron muertos por mi culpa. Simone me abrió los ojos a lo que yo no había visto o no quería ver.

Siempre he sido un monstruo, desde que la semilla de Pantera se plantó en el vientre de mi madre. ¿Por qué aún no he muerto? Llevo demasiadas heridas de guerra en mi piel y mi alma, he estado al borde de la muerte más de veinte veces, me he desangrado, desmayado, me han disparado y violado, y aun así… aun así sigo con vida como un maldito roble.


ALEXANDER

Si comía esta mierda de hospital una vez más, juro que le escupiría todo a la enfermera en su cara. ¿Acaso el cocinero usa sus pies para cocinas y los calzones de su abuela? ¡Esta comida es un asco! Y lo peor es que la mezclan con un puñado gigante de píldoras llena de mierdas para volver a mi peso normal y a no sé qué otra cosa.

A penas salga de esto, encerraré a mamá en la cocina para que me haga todas esas cosas internacionales que lee en revistas y ve en la televisión cuando está aburrida. Mamá… nadie me quería decir algo sobre ella porque querían que me centrara en recuperarme. Sé que está bien, eso fue lo que dijo la tía Andrea. Sí, la  muy jodida es la mejor tía del mundo y se merece el título de “tía”. ¡Hasta maldice sin arrepentirse y frente a mí! Ella, definitivamente es la mejor.

Bianca vino a verme mientras revisaban mi pulso tras despertar esta mañana. Dijo que estaba bien y que estaba tranquila. No le creo ni una mierda, pero ella sabe que estoy a su lado cuando me necesite y con eso me basta. La pérdida de un padre no debe ser nada fácil, así como lo es la pérdida de uno de mis tíos favoritos. Bianca me contó que su madre guardaba un duelo personal, pero que aún así estaba tranquila porque el tío Erik murió tal y como el algún día le dijo que quería morir; en su propia ley.

-¡Qué asco! –exclamó la tía Andrea desde su asiento junto a mí.

-Si te refieres a la comida, lo es. Parece vómito de tortuga recién nacida.

Me miró sobre la revista blanqueando los ojos con una sonrisa en su rostro. Mamá me habría gritado que no dijera esas cosas y seguramente ya estaría con una cuchara obligándome a abrir la boca.

-Nunca me gustaron las perforaciones en los pezones, en como de putas.

-Una vez lamí unas tetas perforadas y se sintió extraño. Creo que la chica se llamaba Sally.

-Sally es nombre de bruja.

-Era toda una chillona. Creo que toda la disco se enteró que estábamos follando en un cubículo.

-Deberías usar tapones en los oídos a prueba de chillonas.

-Lo recordaré la próxima vez.

-¿Sabes quién tiene perforados los pezones? –enarcó la ceja haciéndose la interesante y bajando la revista a su regazo.

-¿Megan Fox? ¿Sasha Grey? ¿Ronald Mc’Donalds? ¿Bart Simpson?

-Tu…

-Yo.

Ambos levantamos la vista dando un pequeño saltito. Mierda, esto no debía ser bueno. Había tratado de postergar esta conversación haciéndome el dormido de camino al hospital y asegurando estar cansado para visitas, siendo la tía Andrea la única que comprendía que quería aplazar a Bill.

¡Qué cosas decía! No podía seguir aplazando esto. No soy un cobarde ni jamás lo seré. ¿No era esto lo que querías, tener frente a ti al padre del que nunca supiste? Toda historia tiene diferentes caras, versiones o lados. Era justo escuchar lo que él tenía que decirme y no juzgarlo desconociendo su verdad. La tía Andrea me miró atenta a mi expresión y sólo asentí, dejando que abandonara en silencio la sala. Cerró la puerta en silencio, dejándonos en una conversación padre e hijo… la primera de muchas.

-El doctor dijo que ya estás mucho mejor y que posiblemente en dos días más puedan darte el alta médico –empezó, sentándose donde antes estaba mi nueva tía.

Ahora que lo tenía cerca, podía notar las ojeras oscuras bajo sus ojos y la barba de días. Si bien puede ser una de las más reconocidas estrellas alemanas, no dejaba de ser un simple mortal en el mundo.

Este es mi padre… un simple ser humano.

Sonreí pensando en que ahora mi árbol genealógico crecería un poco  más, aunque no estaba dispuesto a memorizarme nombres y conocer primas lesbianas o tíos gays.

-¿Tú… cómo estás? –comencé tratando de no prolongar los silencios.

Levantó ambas cejas, seguramente sorprendido por mi pregunta.

-Estoy bien. El médico dijo que debía volver en cuatro días más para sacar los puntos en mi costado, pero no dejaré de venir hasta que (name) y tú estén bien.

-¿Cómo está ella?

-Aún no ha despertado y mi madre, tu abuela, se quedó con ella esta mañana.

Tengo abuela…

-¿Aún no hablas con ella?

-No ha despertado –levantó la cabeza, mirándome fijamente con seriedad y ambas cejas casi juntas formando una línea que a simple vista no se notaba-. La preocupaste mucho, Alexander. Nos preocupaste demasiado. Te buscamos sin descansar todo es te tiempo y casi perdimos los nervios cuando vimos en un video que te trasladaron inconsciente en un auto. No puedes ser tan impulsivo porque las cosas se solucionan hablando.

Espera, ¿me está retando? ¿Enserio? ¿Justo ahora?

-¿Con qué cara me hablas de no ser impulsivo cuando tú fuiste quien llegó en mi cumpleaños hecho un toro a mi casa? Golpeaste a mi madre y gritaste como un loco por si lo olvidas.

Su rostro decayó, la seriedad y preocupación anterior se esfumaron dando paso a la vergüenza y el desánimo. Enterró su rostro entre sus manos y despeinó aún más su cabello. Él sabía que no tenía excusas y pretextos para lo que hizo, y esperaba que entendiera lo criminal que fue. Bill vivía su propio infierno interno, tal y como todas las personas lo hacemos, sólo que el suyo estaba manchado por lastimar a mi madre, desconocer mi existencia y presenciar la muerte del tío Erik.

-Bien, ya que no puedes reprocharme por mi comportamiento porque soy igual que tú, quisiera que me contaras sobre tu historia con mamá desde el comienzo de todo.

Me observó fijamente, evaluando reacciones y conductas que lo culparan aún más. Puse mis brazos tras mi cabeza con cuidado de no desconectar ningún cable. Esperé su respuesta pacientemente observando frente a mí el paisaje de un Berlín ya despierto a plena luz del día.


-Nos conocimos en la Maldivas, ella yo, Tom y Andrea, a la orilla del mar… éramos jóvenes y me bastó con mirarla para quedar totalmente hechizado por ella, pero no la habría notado si Andrea no hubiese golpeado el pie de Tom y él hubiese protestado…

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Estoy de vacaciones, por un corto período de tiempo (hasta el 8 de enero), pero trataré de subirles un capítulo más antes de podrirme trabajando.

lunes, 15 de diciembre de 2014

Capítulo 59 (Tercera Temporada)

-Quédate con Alexander.

-Ella estará bien, Bill. Sascha es quien no está bien.

-¡Le dispararon Gaspard!

-Ha recibido peores, créeme. Dile Tom que acerque el auto a una cuadra de distancia.

-Llámalo tú –le gruñí tirándole mi teléfono con saña.

Alexander no tenía fuerzas suficientes para cuidar de sí mismo, y miraba con pánico cómo su madre gemía en mi regazo mientras trataba de hacerle una compresa con mi camiseta. Quería ayudarle, enserio lo quería, pero no podía hacer demasiado con (name) presionando mi brazo contra ella descargando todo su dolor con las uñas enterradas en mi piel. Dolía, pero no lo suficiente como ver al amor de tu vida y a tu hijo totalmente débiles.

-Llama a Abel –le ordené buscando una mano de ayuda.

-Bill… -gimió (name).

-Están desviando la atención policial en el perímetro. Necesitamos salir ahora –tomó el teléfono y en unos segundos pude oir el murmullo de la voz de mi gemelo-. Necesitamos que acerque el auto, Tom… Sí, Bill está bien y tenemos a Alexander… después te pondré al día ¿vale? Ahora sólo trae el puto auto que no tenemos mucho tiempo para el que este lugar explose.

Cortó y guardó el teléfono a un lado. Miré de reojo a Rebbeca, que mecía el cuerpo inerte de su esposo. Dios, odia distraerla de su dolor, pero teníamos que movernos o moriríamos calcinados. Tenía que dejar el cuerpo de Erik acá e irnos a un hospital antes de que todo empeorara. Miré a Ulliel, de nuevo, indicándole a la desconsolada mujer a unos metros de distancia que parecía no estar presente. Asintió y se movió a su lado, haciendo que diera un saltito de la impresión.

Quizás no hablé mucho con Erik durante el tiempo que lo conocí, pero podía asegurar que fue un buen hombre y que siempre cuidó de (name). Al igual que Rebbeca, me habría gustado tomarme un tiempo y despedirme de él o esperar una palabra más de él, quizás simplemente decirle unas últimas palabras. Peró sé que donde sea que esté ahora, él entiende que realmente no hay tiempo para mucho.

-Era como un hermano para mí, Rebby. Entiendo tu dolor o al menos lo intento, pero créeme que él hubiese querido que lucharas por mantenerte a salvo, tal y como él te ha protegido a ti y a Bianca.

-No tenía por qué irse –sollozaba sin despegar las manos de su marido.

-Sé que no es fácil, pero debemos dejarlo aquí. Debemos ir a un hospital antes que la hemorragia de (name) aumente y Alexander empeore. Por favor, Rebbeca. Hazlo por Erik y por Bianca.

-Dijo que todo estaría bien… que él era fuerte y… y… Dios, sólo una bala lo mató.

-Sabes mejor que yo que siempre estaremos indefensos ante la muerte, no somos de hierro. Erik no lo era, pero siempre estuvo a tu lado para protegerte de todo lo que quisiera dañarte. Te ama a ti y a Bianca, y esto es lo mejor que puedes hacer por tu familia, sólo… sólo déjalo ir.

-¡Oh… Bianca! –Sollozó más fuerte-. ¿Cómo podré decirle?

-Sabe que su padre fue un buen padre, y le costará asimilarlo pero tendrá el apoyo de todos nosotros. Por favor, Rebbeca. Tenemos que irnos antes de que llegue la policía o que se active alguna bomba.

Esto era difícil para ella. Lo entendía porque también lo ha sido para mi cuando muere alguno de mis perros. Y quizás no es del todo correcto comparar un animal con una persona, pero siempre se sentirá ese dolor cuando lo recuerdes. Mis manos estaban rojas con la sangre de (name) al igual que mi pecho. Miré a Alexander y me temí lo peor cuando noté que volvía a estar inconsciente. Ella también lo notó y quiso separarse de mi lado, pero su herida dolió aún más.

-Gaspard –insistí apurando las cosas.

Él y Rebbeca se volvieron al mismo tiempo, viendo la palidez cadavérica de Alexander. Presioné a (name) contra mi cuerpo impidiendo que escapara mientras  Gaspard tomaba el cuerpo de Sascha y esperaba una reacción de Rebbeca. Ella lo entendió, lo vi en sus ojos. Se volvió al cuerpo de Erik depositando un beso en sus labios, susurró unas palabras inaudibles y arrancó un collar de su cuello junto con el anillo de casamiento de oro blanco.

Se volvió a nosotros con una expresión lastimada y nos guio hacia la salida haciéndose de las armas de los cuerpos en el piso. Acuné a (name) en mis brazos depositando un beso en su frente e insistiéndole en que no dejara de hacer presión en su hombro dañado. A cada paso de daba, el recuerdo de todo lo sucedido hace unos minutos atrás se hacía presente y quedaba grabado en mi memoria las paredes ensangrentadas a mi alrededor junto con los cuerpos de personas buenas y malas.

Jamás vi un cadáver en mi vida, incluso me negué a hacerlo cuando mis abuelos murieron. El simple hecho de ver un cuerpo sin esa chispa que nos da vida cada día y nos hace humanos, me hacía sentir vulnerable. Y ahora, es como si el destino se hubiese vuelto sobre mí y me hubiese mostrado su cara menos amigable. Había disparado, vi cómo mataban a un amigo, a Pantera y a Ian, tomé un arma en mis propias manos y vi cómo (name) volvía a ser la Invasora. Era demasiada información que procesar pese a que este es el momento inadecuado para hacerlo.

Tom, para mi alivio, se encontraba dentro del auto esperando a por nuestra llegada. Depositamos con cuidado el cuerpo de Alexander ante un alterado Thomas que lo primero que pensó fue que estaba muerto.

-El muerto es otro –susurró Rebbeca.

Él lo comprendió sin más explicaciones. Pude sentir cómo la pena y la impresión emanaban de él y divisé que estaba guardando sus lágrimas para otro momento. Sólo guardó silencio a la espera de que yo y (name) nos introdujéramos en el reducido espacio trasero del vehículo. Gaspard insistió en conducir, pero yo conocía a mi gemelo, y obviamente se negó a hacerlo pese a su repentina seriedad.

La policía no tardó en llegar al igual que la explosión de las bombas instaladas por el equipo de Abel. Tom superó los límites de velocidad, se saltó uno que otro semáforo y casi atropelló a un transeúnte. Miré la hora en el tablero. Ya iban a ser las seis treinta de la mañana y el flujo vehicular aumentaría a medida que pasaban las horas. Muchos vehículos de canales de televisión nos pasaban a velocidades abismantes con tal de llegar al lugar de los hechos y captar la imagen de algo o alguien. Daba igual, jamás sabrían la verdadera historia tras todo este plan y seguramente inventarían hipótesis sobre lo ocurrido.

-¿Bill estás herido? –preguntó Tom viéndome desde el espejo retrovisor.

-No…

-Una bala rozó su tórax, nada grave pero probablemente quedará una cicatriz.

-Estoy bien, sólo concéntrate en llegar pronto.

No me importaba estar herido porque no había dolor en mí más grande que ver a quienes amas totalmente débiles. Tomé la mano de Alexander, tan fría y blanca como una hoja de papel. Jesucristo, ¿cómo no noté antes que tenía mis manos? Era tan obvio que hasta tenía las mismas durezas de Tom en la yema de los dedos por tocar la guitarra.

-Escuchen, la historia es la siguiente. Estábamos cerca de los barrios bajos porque recibimos una llamada de Alexander. La zona es peligrosa, y (name) ignoró eso por lo que caminó normalmente y recibió un disaro. Encontramos a Sascha y vinimos, ¿entienden?

-Vale.

-Quitémonos las armas –sugirió Rebbeca con voz ronca-. Todo lo que implique ser un arma, levantará sospechas en el hospital.

-Tu traje… -le recodó Gaspard.

-Andrea pensó que necesitarían ropa. Así que en la maletera hay dos bolsos llenos de ella.

-Dirígete a la gasolinera a dos calles del hospital –le dije a Tom.

Él giró a la derecha y divisamos la gasolinera que solía frecuentar antes de ir a la disquera. Lo mejor de todo, era que en la parte trasera, donde estaban los baños, no habían cámaras de seguridad cerca y todo solía estar oscuro. Ya iba a amanecer, y no contábamos con mucho tiempo. Thomas aparcó junto a la entrada de los baños y sacó los bolsos de atrás en un pestañeo. (Name) gemía, algo malo pasaba con ella.

-Rebbeca te ayudará a…

-No me dejes… por favor.

Miré a Rebbeca, quien nos esperaba con la puerta abierta junto a nosotros, asintió al ver mi pregunta no verbal y tomé en brazos a (name), antes de correr hasta el baño de mujeres.

-Sascha…

-Nuestro hijo está bien, Tom lo está cuidando –murmuré abriendo la puerta del cubículo más grande para discapacitados, y sentándola sobre la tapa del inodoro.

Rompí su camiseta con las manos y pasé sobre ella una blusa celeste, ignorando su piel pálida contrastando con el rojo del vendaje improvisado. Pasé sus brazos con sumo cuidado por cada manga y abroché los botones con una rapidez que creí imposible. Tiré de sus bototos y la levanté con un brazo mientras con el otro bajaba los pantalones tratando de no arrastrar con ellos su ropa interior. Era difícil desvestirla cuando era como una muleca de porcelana en mis brazos.

-Si no fuera por la situación, juraría que estás a punto de follarme contra la pared por la manera en que tiras de mi ropa… como en los viejos tiempos –murmuró con una leve risita.

-Sólo hace presión en la herida y colabora con tus piernas –gruñí más por la fuerza bestial que usaba para arrancar sus ajustados pantalones, que por la excitación de recordar nuestros encuentros en lugares públicos.

Cuando (¡al fín!) pude quitar los putos pantalones de cuero, cambié su indumentaria por una falta de tela hasta la rodilla y tacones azules. La blusa estaba teñida cuando volvimos con los demás al auto. Todos lucíamos normales, como si hubiésemos tenido el peor día de nuestras vidas, pero nada relacionado con mafiosos.

Tom se puso en marcha, e ingresó a los estacionamientos subterráneos del hospital hecho un rayo. Tiré de (name) a penas salimos del auto y la guie hacia el ascensor más cercano sin perder de vista a mi hermano que sostenía a su sobrino en sus brazos.

-Tercer piso. Pabellón de Urgencias.

Las voces tranquilas de los ascensores, no ayudarían a calmar ni a quien estuviese agonizando dentro de él. Era estúpido poner la voz de una mujer cachonda en un ascensor, tratando de imponer la paz que jamás recibirías en un hospital. Dios, los hospitales te mantienen con los pelos de punta. Uno no viene a tomar clases de yoga, sino que se curarse. Y la voz en el ascensor no lo hará. ¿Qué mierdas hablo? ¿Desde cuándo odio tanto una simple voz? Las puertas del tercer piso se abrieron y por suerte habían tres enfermeras hablando cuando nos adentramos en el pabellón enfermizamente blanco.

-¡Oh mi Dios! –exclamó una cuando nos vio.

Las demás de siguieron y gritaron en busca de más personal. Una de ellas habló por su radio antes de tomar una silla de ruedas y guiarla frente a mí.

-Será mejor que  siente a la chica, señor –me indicó una de lentes cuadrados con borde rosa que debía superar la edad de mi madre-. Y será mejor que nos siga ara tratar lo que sea que tenga haya teñido su camiseta.

Claro, olvidaba que yo también estaba herido. Thomas depositó a Alexander en una camilla, siendo mi hijo conectado a un montón de cables antes de perderse de mi vista. Seguí a la enfermera de lentes rosa y en un momento a otro (name) ingresó por una puerta que prohibía el paso a personal no autorizado. A los demás también se los llevaron, dejando al único que lucía bien en la sala de espera. Médicos, enfermeras, y miles de personas vestidas con delantales blancos empezaron a correr de un lado a otro con nuestra llegada, como si hubiésemos repartido un virus.

Después de un jodidamente doloroso proceso de curación con una enfermera que me guiñaba el ojo cuando la miraba, lo único que pedía era tener una botella de cerveza en la mano y pensar que esto sólo fue una puta pesadilla. Ingresé mis datos, y relaté lo que me había pasado tal y como habíamos acordado antes de llegar al hospital. No hubieron más preguntas, simplemente me dejaron descansar un poco mientras esperaba el alta médica y un par de pastillas para calmar el dolor.

Me quedé recostado sin camiseta, observando cómo cambiaban las tonalidades del cielo a medida que amanecía en Berlín. No quería mirar la habitación, odiaba los hospitales y no me animaba descubrir qué había en los cajones y repisas blancas. Empezaba a sentir el cansancio en mis huesos, como si hubiese pasado 48 horas ejercitando sin parar en un gimnasio. ¿Así eran las verdaderas misiones a las que (name) ha asistido durante toda su vida? ¡Era un infierno! Mis músculos estaban agarrotados y si pudiera pedir un deseo, sería un baño con agua caliente en la soledad de mi casa.

-Gaspard me lo dijo… todo.

Miré a mi gemelo sentarse frente a mí dándole la espalda a la ventana. Estaba serio, realmente molesto y preocupado, y a juzgar por sus ojeras, no había pegado un ojo en toda la noche atento a nuestros pasos. Pasó las manos por su cabello y se reclinó en la silla sin mirarme.

-Tom…

-¿Estás bien? –me cortó.

-Lo estoy. Sólo fue un simple roce en…

-¿Y si hubiese perforado tus pulmones? ¿Si te hubiese atravesado las tripas o alguna vena importante? ¡Estás jodidamente loco Bill!

-Ya te dije que estoy bien –insistí evitando pensar en el dolor de cabeza que se avecinaba desde alguna parte de mi cerebro. Odio discutir con él y en estos momentos lo odio aún más-. Todos estamos bien y…

-¿¡Y SI EN VEZ DE ERIK ERAS TÚ!? –Gritó ignorando el cartel de silencio en la puerta.

Esa era su preocupación principal. Que en vez de ser Erik quien estuviera junto a Rebbeca hace unas horas atrás, hubiese sido yo. Lo entendía, claro que lo hacía… sentía su agonía a medida que una situación opuesta se recreaba en su mente. Tomé su mano igual a la mía y esperé a que me mirara dentro de su preocupación.

-Prometimos morir juntos, ¿lo recuerdas?

La preocupación se disipó de su rostro, recordando la tonta promesa que hicimos cuando sólo éramos unos niños. Era mi deber calmarlo pese a las circunstancias que nos tenían aquí y no en casa o en el estudio, ¿pero cómo calmarlo cuando ni yo podía estar tranquilo?

-Estabilizaron a Alexander –me informó-. Están rehidratándolo con suero y no sé qué otras cosas. Pero tiene anemia, baja presión y una notoria desnutrición que tiene preocupado al doctor.

De milagro sobrevivió tanto tiempo. Dios, juro que cuando despierte, lo llevaré a un Mc’ Donalds y le compraré toda la mierda que haga que engorde hasta que se le dé vuelta el ombligo. Y eso no era ni el comienzo de lo que haré cuando le den el alta… hablar de mi relación con su madre encabezaba mi lista de cosas por hacer.

Alexander sólo era un adolescente y ya tenía demasiados problemas, lo vi en su rostro cuando hablamos una madrugada. Vi su disconformidad pese a tenerlo todo. Me necesitó todo este tiempo y sé que yo también. Es imposible no necesitar de un hijo o un padre, y lo único que imploraba era su perdón para recuperar una relación que jamás tuvimos. Mis pensamientos me ahogaban y empezaba a sofocarme por quedarme inmóvil sin hacer nada, y si no fuera por la enfermera entrando en el cuarto con una bandeja y el notorio rubor por reconocerme, juraría que habría derribado ya la puerta con tal de ver a mi hijo.

-¿Señor… Kaulitz?

-El mismo –asintió Tom mirando sus piernas con esa sonrisa que pone cuando ve algo que le gusta.

La chica, que no debía superar sus veinticinco, sonrió un poco sintiéndose intimidada con mi gemelo. No la culpo, a veces puede ser intimidante. Depositó la bandeja blanca con un par de pastillas y agua en la mesa, verificó las máquinas con miles de cables en mi cuerpo, mi herida y mi presión antes de anotar todo lo que necesitaba y marcharse.

-Oye –la detuve cuando estaba en el marco-, ¿sabes algo del paciente Alexander…?

-¿Alexander Ulliel?

Parpadeé. ¿De qué me perdí? Se supone que Alexander era Kaulitz, no Ulliel. Si pudiera, le cortaría las bolas a Gaspard, enserio.

-Ajá.

-Está estable. Acabo de verlo y las medicinas podrán estabilizarlo, pero cuando despierte deberá comer a montones para que vuelva a estar sano. Pobre chico… es como si hubiese vivido una pesadilla.

No tenía ni idea.

-¿Qué hay de la chica del disparo?

-Se supone que no debería comentar esto… es información confidencial –recordó mordiéndose el labio inferior pero con el brillo en sus ojos que indicaba sus ganas de vomitar chismes.

-Oh, vamos bonita. Juró portarme bien y no decirle a nadie –Thomas le guiñó un ojo antes de rematar con una sonrisa radiante.

-Está bien –suspiró totalmente hechizada-. Le dieron calmantes porque no se estaba quieta tras quitarle la bala. No sé de qué país será, pero llegó su esposo…

-¿Su esposo?

-Sí, el papá del chico. Él la calmó y ella se durmió… lo más seguro es que despierte en un par de horas más.

-Está bien… gracias Gretel –leí el nombre en su delantal.

-Soy fan. No hay de qué. Pronto vendrá el médico a verlo y posiblemente darle de alta.

Cerró la puerta y rogué para que llegara luego y pudiera estar con quien se suponía ser MI pareja y MI hijo. Entiendo que Gaspard no quiera involucrar mi apellido con (name) y Alexander, pero debió consultármelo porque a fin de cuentas yo soy quien tiene que manejar el asunto de la fama y la prensa, no ellos. Definitivamente tendría que hablar con Ulliel y marcar sus límites.


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Espero ser la única que haya quedado totalmente disconforme con el capítulo :(