INVASORA
-No…
¿Cómo resistirse a unos labios suaves y amables sobre los tuyos? Era como alejar un placer culpable que realmente se volvía adictivo. Sí, así eran los labios de Ian, un verdadero placer culpable. Mi cuerpo se contorsionaba fácilmente bajo el suyo, rozando nuestras pieles húmedas y llenas de calor. Sentía los temblores de su piel invadir la mía, las sábanas enredadas en nuestras piernas y la oscuridad protegiéndonos como si estuviera celosa de la luz de la luna.
Traté de separar su cuerpo del mío, tirando de sus hombros pero sólo fueron rasguños los que salieron de su piel entre mis deods. Podía sentir el molesto roce del género de nuestros pijamas estorbándonos, su cuerpo invocaba el placer en el mío y me sentía como una serpiente bailando con la música de su encantador. Sabía que debíamos detenernos, pero no podía alejar nuestros cuerpos por mucho que lo deseara porque mis pensamientos se habían apagado cuando el placer de lo exquisito persistió sobre ellos.
Mi mente estaba totalmente en
blanco pidiendo más. Casi podía sentir el metal frío de sus labios chocando con
mis dientes hambrientos de los suyos, los tatuajes bajo la yema de mis dedos
recobrando vida y moviéndose bajo mis manos, oler su perfume, escuchar su voz
llamarme y…
-Bill… -gemí como si fuera el agua que calmaría mi sed.
Y la realidad me llegó de golpe con brutalidad, enfriando todo lo que pude haber sentido antes. ¿Qué pasaba por mi mente? ¿Por qué de la nada se crean ilusiones que juegan con mis sentimientos? Me sentía en una conste batalla interna, un debate constante sobre el deber y el querer. Y no fui la única que se congeló, él lo escuchó y pude sentir que se tensaba sobre mí, parando sus movimientos y apoyando la cabeza a un lado de la mía sobre la almohada.
Nos separamos, más por vergüenza e incomodidad que por molestia. Él en un extremo y yo en el otro como si nos repeliéramos. Jadeábamos sumidos en nuestros pensamientos. Podía ver una gota deslizarse por su frente a la luz de la luna, sus cabellos desordenados y los músculos de su brazo derecho. Apoyé la cabeza en la pared, reprochándome internamente en haber cagado un momento tan íntimo como éste pensando en el estúpido de Bill. Y es que no podía engañarme tan poco, no he dejado de pensar en lo que me dijo. Terminó con Lena por mí, y yo estoy con otro.
-Lo siento, Ian, yo…
-Está bien, creo que… es normal.
-No –encendí la lámpara de noche sintiendo mis ojos arder ante el primer contacto con luz-. No está bien, se supone que estoy contigo y de repente pienso en él y… esto es frustrante.
-Es el padre de tu hijo. Y sé que en Asís te pedí que lo olvidaras pero creo que no lo lograrás si tienes en mente que tarde o temprano aparecerá a reclamar su paternidad y el lugar que le pertenece… es por eso que te insistí en que nos casáramos, así él no podría acercarse a Alexander o a ti porque yo te protegería… los protegería.
Sus palabras eran convincentes y su argumento era válido, pero algo en su voz me hacía dudar y mantenerme alejada de é, como si fuera amenazante y territoriall. Si me casaba con Ian, Bill sabría que lo había olvidado y que lo nuestro fue un error. Pero Sascha… a él lo perdería para siempre porque quiere a su verdadero padre, no a un padrastro, y sé que no me lo perdonaría por nada del mundo, por el contrario, intensificaría la búsqueda hasta dar con él y seguramente rearmar una vida sin mí y cerca de Bill.
Estaba a punto de responderle, a punto de decirle que dudaba respecto a su teoría y confesarle que había visto a Bill últimamente y que las cosas se estaban volviendo serias en un sentido que no sabría cómo definir con exactitud. Pero quizás el destino no lo quiso así, porque o sino no habría empezado a sonar el único teléfono que podría detener cualquier momento en mi vida y congelar cada segundo si fuera necesario. Lo busqué en mi bolso hasta dar con él y leer el nombre en la pantalla ignorando la mirada demandante de Ian. Era Jake.
ALEXANDER
-Perdóname por haberte llamado
tan tarde –se disculpó con el café entre sus manos, apostaría a que estaba muerto
de frío.
-Da igual, no podía dormir de
todos modos.
-¿Insomnio?
-Algo así -¿cómo le explicas a un
adulto que los ruidos que tu madre con tu futuro padrastro follando es de lo
más vomitivo? -¿Y tú? Digo, son las dos de la madrugada.
-Me cuesta dormir cuando estoy
bajo constante estrés. Entre mi vida personal y laboral, no sé qué es más
liviano.
-¿Problemas en el paraíso?
–sonreí volviendo a revolver mi taza con té rojo, lo suficientemente liviano
para hacer de somnífero.
-Esa casa no tiene mucho de
paraíso. Los problemas de Tom son también mis problemas en su mayoría, al igual
que los de Cassie.
-¿Quieres hablar de ello? Me han
dicho que como psicólogo soy excelente, en una de esas mi orientación de puede
servir más al no ser de tu familia.
-En realidad te llamé porque
necesitaba hablar con alguien –confesó apoyando la mejilla en la palma de su
mano. Pequeñas sombras se formaban bajo sus ojos, y a juzgar por su vestimenta
debió salir con lo primero que encontró-. Georg está fuera de la ciudad, Gustav
no es de las mejores compañías nocturnas y Andreas está en Londres para una
sesión de fotos para Ralph Lauren. Así que me acordé de mi pequeño amigo.
-De pequeño sólo la edad, eh.
Aunque una vez hice un test en internet y mi edad mental es de sesenta años.
-Eso es extraño.
-¿Y de que querías hablar? Porque
una conversación contigo a esta hora es extraño, en especial sabiendo que eres
famoso.
-¿Te molesta mi fama?
-Me podría traer problemas si
quiero pasar inadvertido en el mundo –eso fue lo suficientemente sincero en vez
de decirle que los problemas estaban a un nivel mafioso.
-Prefieres ser invisible.
-Es algo complicado.
-Tengo toda la noche, Alexander.
-Dime Sascha, el novio retrasado
de mi madre me llama así y ya he tenido suficientes arcadas por hoy. No tengo
nada en contra de mi nombre, pero prefiero que sea más corto.
-Ok, Sascha. ¿Entonces me dirás
por qué es complicado? Prácticamente te veo siempre en nuestra casa, así que
dudo que pases inadvertido para la prensa.
-Bueno, siempre hago estupideces
para aumentar mi historial criminal, y eso no me trae demasiados problemas. El
problema es que llegue a aparecer frente a cámaras de televisión.
-Déjame ver si entendí. Puedes
hacer lo que te dé la gana mientras los medios no se enteren.
-Ajá.
-¿Y qué tienen que ver ellos
contigo?
-No es conmigo, es con el trabajo
de mi madre. Su jefe… bueno, el viejo es bien bipolar y no le conviene que el
hijo de su empleada estrella ande por la vida haciendo locuras que
perjudicarían su negocio.
-Suena como si estuviera
enviciado con tu madre.
-Planea dejarle la empresa cuando
muera.
Elevó las cejas totalmente
sorprendido como si hubiese roto sus esquemas. Seguramente ahora entendía que
mi vida era un poco complicada y que yo la hacía obstinada para que fuese más
divertida.
-¿Y qué hay de ti? No puedes
tomar el transporte público ni caminar por las calles sin ser interrogado con
micrófonos.
-Al principio era de lo peor,
porque empezamos a ser famosos a muy temprana edad. Quería ir a fiestas, a centros
comerciales o simplemente caminar por un parque pero no podía porque en un
segundo me veía rodeado por chicas. Pero ahora es diferente porque… bueno, creo
que he aprendido a controlar al monstruo de la fama.
-Y debió ser el “boom” cuando
nació Cass.
-Lo fue. Cielos, fue terrible.
Todos querían tener un trozo de ella y no podíamos ni asomarnos por las
ventanas. Así que nos íbamos por temporadas a la casa de mis padres para tener
un poco más de tranquilidad.
-Al menos no tuviste un hijo o
sino, todo sería aún más caótico.
-¿Qué quieres decir? –me miró
perplejo, como si hubiese confesado un plan conspirador contra los monos.
-Me refiero a que tú eres el
líder de Tokio Hotel lo quieras o no. Todos los vocalistas lo son, por lo que
la atención máxima se centra en ti. En el caso de que tuvieses un hijo,
seguramente lo acosarían hasta obtener tus más íntimos secretos en la pantalla
grande, ¿entiendes?
-Nunca lo vi de ese modo –confesó
y pude notar la tristeza en el tono de su voz.
-Oye, si quieres tener hijos, te
recomiendo que vayas a China. Allá no pueden tener más de un hijo por la
sobrepoblación, así que podrías adoptar a un par de chinos y hacerlos trabajar
de por vida.
-Jajajajajajaaaa… no sabía eso.
-Para que veas que soy culto.
-El hecho es que… con la única
persona que quise tener un hijo o más no podía del modo natural y más hermoso
que la adopción misma.
-¿Qué? ¿Era un hombre? –bromeé
pero él seguía igual de serio por mucho que se haya reído un poco por mi
estupidez.
-Era infértil.
-Oh…
-La abusaron sexualmente y quedó
infértil.
-Vaya, no esperaba algo tan
trágico –y ésta es la parte en donde preferiría golpear mi cabeza contra el
vidrio que nos separaba de la calle.
-En fin… ¿cómo te ha ido con las
solicitudes a las universidades?
Vaya, un tema neutro que hablar
debido a que lo manejaba con total tranquilidad y él fingiría estar interesado
en algo mientras consolaba el dolor de sus pensamientos o como quiera llamarle
a esa mirada depresiva en sus ojos cuando hablaba del amor de su vida. Le
comenté que estaba viendo universidades en el extranjero, de nombres grandes y
reconocidos. Por suerte, mis calificaciones y la insistencia de mi madre me
permitían regodearme entre universidades como Princeton, Oxford, Hardvard,
Standford, la Estatal de Pensilvania y hasta Cambridge. En cuanto a la carrera,
lo más seguro era que me guiara por la medicina ya que de las leyes no daría
ningún ejemplo a los demás.
-Las postulaciones inician en dos
semanas más, pero nos han estado jodiendo con enviar de antes las solicitudes
y…
-Cubre tu cara –murmuró entre
dientes observando un punto detrás de mí.
-¿Qué?
-Que tapes tu rostro –insistió.
Noté que se puso tenso, y
momentos antes del primer flash, me lanzó su bufanda gris a la cara. Claro, por
un momento olvidé que con quien hablaba era una estrella de rock. Enrollé la
bufanda en mi cuello tapando parte de mi rostro y subí el gorro del pollerón
que traía justo en el instante en el que un flash se ponía a mi lado y una ola
de cámaras que se pegaban al vidrio tratando de obtener un primer plano. Cubrí
el paso de las cámaras a mi rostro con las manos al tiempo de Bill maldecía
corriendo una de las cortinas para acabar con el primer plano que le daba la
cámara.
Cuando los flashes se
transformaron sólo en luces molestas que coloreaban las cortinas, uno de los
empleados aseguró las ventanas y puertas, murmurando maldiciones y disculpas al
mismo tiempo. Me quité la bufanda y el gorro sintiendo de repente más calor que
frío.
-Lo siento, yo… ni si quiera
puedo tomar un café tranquilo.
-Nunca creí que fuera tan intenso
–murmuré viendo todos los vidrios cubiertos de cortinas sólo porque Bill
Kaulitz estaba ahí.
-Debes sentirte incómodo ahora
que obtuvieron tu imagen encapuchada.
-No –sonreí abiertamente viendo
que parecía sentirse culpable-. De hecho me siento como Paris Hilton.
Sus carcajadas invadieron el
lugar y los empleados que me oyeron, sonrieron aguantando la risa. Vaya, ahora
estaba hecho un completo payaso. Me imaginé como una versión de Krusty, el
payaso de los Simpson y preferí agitar la cabeza para quitar esa asquerosa
imagen con cabello azul.
-Creo que Britney Spears es mejor
que Paris Hilton –sugirió sonriendo.
-No hay mucho que elegir entre
rubias –me encogí de hombros recordando a Cassandra besándome.
-¿No te gustan las rubias?
-No. Tienen ese aspecto… fácil y
de Barbie.
-Así que las prefieres morenas.
-Sí. Tiene ese toque intelectual
y serio que empalman al instante.
-Vaya, quién pensaría que tenemos
los mismos gustos.
-¿Enserio? Pensé que los
cantantes preferían las groupies llenas de maquillaje y cabellos rubios.
-No hablo por todos, pero siempre
he preferido a las chicas simples, tímidas y cultas. Nada con tatuajes,
maquillaje fuerte y perforaciones.
-Lo contrario a ti.
-Algo así. Entonces, me puedo
asegurar de que no sientes nada por Cassandra.
-¿Por qué la pregunta?
-Bueno, llegó llorando a casa y
no quiso hablar con Tom, así que accedí a hablar con ella y me dijo que te
besó.
-Ah, bueno –vaya, qué problemón.
-Y la rechazaste.
Me sentía incómodo. Y es que no
era para menos ya que tenía en frente a su tío, por lo que una paliza sería una
de las cosas que podría recibir de su parte. Además, era su única sobrina por
lo que no tendría problema de derribar a alguien que lastimó a su chica
favorita.
-Mira, realmente no quiero ser un
estúpido con ella más de lo que ya lo soy. La considero mi amiga, y no quiero
que se ilusione con algo que realmente no siento, no quiero dañarla.
-La botaste.
-No medí la fuerza, ¿vale? Traté
de separarla con cuidado pero ella insistió. Realmente lamento que me odie y
que tú también lo hagas, porque a pesar de todo sé que hice lo correcto y no
fui un canalla como pude serlo –finalicé con seguridad mirándolo seriamente
para recalcar la firmeza en mi voz.
-No te preocupes. Por mi parte no
te podría odiar sabiendo que hiciste bien en no mentirle. Quizás lo mejor será
que hablen y aclares lo que pasó, porque créeme cuando te digo que la vi
devastada.
-Prefiero que me odie.
-Eres orgulloso.
-Tal vez, no lo niego. Pero creo
que le hará bien odiarme por un tiempo mientras se enfrían las cosas. Así
aprovecha de desenamorarse de mí.
-Eso tiene sentido.
-Imagínate que una fanática
hormonal te besara en un arrebato, y tú de la impresión la botaras sin querer
hacerlo. ¿Acaso no harías lo mismo?
-Nunca lo vi de ese modo –aseguró
impresionado y con una sonrisa asomándose en la comisura de sus labios-.
Realmente me sorprendes cada vez que hablo contigo, Sascha.
-Somos dos, Bill –aseguré y
chocamos ambas tazas a modo de brindis-. Somos dos.
INVASORA
-¿Dónde está?
-Sígueme.
Mis tacos resonaban entre el
silencio, haciendo eco a nuestro alrededor. Miré de reojo a Ian, a quien
retuvieron en la entrada mientras verificaban su identidad. Lo perdí de vista
cuando doblamos en una pared llena de moho y pintura descascarándose debido a
la humedad. Si afuera hacía frío, acá estaba peor. Subí el cierre de mi traje
hasta el cuello, impidiendo que más de mi piel se enfriara. Sentía la garganta
helada con el aire frío que aspiraba, pero eso no importaba para nada comparado
con las ansias que tenía de saber quién andaba siguiéndome los pasos.
Jake estaba en la puerta. Su
rostro serio y juvenil se veía relativamente amenazante desde mi ángulo, a
pesar de saber que estaba tranquilo. Agitó entre sus dedos un juego de llaves y
cuando me acerqué murmuró un saludo antes de abrir la puerta frente a mí.
-Gracias –susurré al pasar por su
lado.
-Todo por los amigos –Me guiñó un ojo al tiempo que Ian nos
alcanzaba y entraba con nosotros.
Sentado frente a una mesa con
sólo un lápiz y un montón de hojas en blanco, y bajo la luz molesta de una
lámpara de neón, había un hombre cuyas facciones parecían ser de otro país.
Alemán no era, eso quedaba descartado. Su porte medio, piel morena, nariz
aguileña, ojos claros y cabello oscuro, denotaban que se trataba de una persona
de origen latino, español, italiano o indio. A juzgar por las arrugas en su
camisa, fue arrastrado contra su voluntad hasta acá. Tenía un aro de oro en su
oreja izquierda, lo que me hacía dudar un poco de sus preferencias sexuales.
Sus manos entrelazadas sobre la mesa, sin esposas o ataduras que las juntara,
me hacía notar que era alguien demasiado tranquilo y que sabía que no le
convenía escapar. Uno de sus pies se movía frenéticamente con un ritmo
discontinuo dejando ver unos calcetines blancos de marca Nike.
-¿Su nombre? –pregunté con voz
firme, lineal y fría.
-Rafael –respondió un vigilante
detrás de mí.
-¿Habla español, alemán o inglés?
-Es italiano, y sólo sabe
escribir en alemán, ¿extraño, no crees? –dijo Jake apoyándose en la pared junto
a Rafael. Éste último, sólo observaba la mesa con el terror vivo en su rostro.
-La mayoría de los inmigrantes
ilegales o de bajos recursos, prefieren aprender la escritura a que el habla de
otros países –murmuró Ian a mi lado-. Aún no entiendo los motivos, pero estoy
en ello.
Este hombre, fue el único testigo
presencial de lo que pasó aquella noche en mi casa. Jake dijo que lo encontró
hablando con un indigente en plena vía pública dos días después de lo ocurrido,
dando especificaciones de lo que había visto junto con la dirección. Él era la
únaci pista viviente que tenía sobre lo ocurrido.
Me senté frente a él con las
manos en la mesa, dejándole ver que no quería hacerle daño. Ya debía estar lo
bastante aterrado de tener a unas diez personas vigilando sus movimientos como
si fuera un terrorista o un criminal. Sus manos tomaron el lápiz frente a él,
esperando a que iniciara la conversación. Jake me dio un lápiz y empecé con
algo simple e inofensivo.
Mi nombre es Invasora.
Deslicé el papel hasta sus manos,
lo leyó y por primera vez pude observar con claridad sus ojos. Debía ser la
primera vez que veía unos ojos tan claros como el hielo, tan expresivos y aterrados.
Y en medio, estaba yo siendo reflejada como si estuviera congelada en el
iceberg de sus iris. Era zurdo, con una caligrafía elegante y firme. Me tendió
el papel y se acercó el lápiz a la boca en un acto que reflejaba su ansiedad.
Juro por el amor que le tengo a
Dios, a mi esposa
Y a mis hijas que no robado nada
a nadie. Por favor créanme.
Volví a mirarlo y sus simplemente
me suplicaban sus palabras. Tenía un debate interno sobre la forma de tratar
con Rafael, porque era imposible no ser empática con él sabiendo que ambos
compartíamos la maravilla de los hijos. Además, él tenía una familia, una
esposa.
-Per favore –susurró lo
suficientemente alto para que yo lo escuchara sin importarle los demás.
Volví a tomar la hoja pensando en
mis próximas palabras, planeando cuidadosamente en lo que pondría en el papel
sin que él se sintiera amenazado o asustado. La verdad es que cualquiera
estaría aterrado viendo a tipos con vestimentas oscuras y armas por todas
partes, más si frente a él hay una mujer que es uno de ellos y no tiene ningún
problema con matar.
Necesito que escribas lo que
viste en el incendio, Rafael.
Eso es lo único que te pido y
podrás volver con tu familia.
Sus ojos siguieron las palabras
con rapidez mientras el lápiz esperaba las órdenes de sus dedos para comenzar a
escribir. Me observó por un instante, evaluando mi rostro en busca de posibles
mentiras, y tras asentir, empezó a escribir con rapidez sin descuidar su
hermosa caligrafía.
-¿Por qué no le hablas en
italiano? –preguntó Ian apoyado en la pared junto a Jake.
-Porque no quiero que se asuste
más de lo que ya está. Además, tiene bonita caligrafía.
-Es un interrogatorio –me
recordó.
-Prefiero interrogarlo así.
¿Algún problema?
-¿Cómo sabes si miente? –preguntó
de la nada Jake.
-Las curvas, puntuaciones y
círculos se vuelven más toscos. Sé lo que hago, si no fuera por eso estaría
muerta hace muchos años. Y Rafael no mentira porque quiere volver con su
familia vivo.
Ambos se callaron ante mi
repentino mal humor con ellos. No es que vaya respirando alegría por la vida,
pero realmente no quería interrupciones con Rafael. Él tenía que volver con su
familia así como yo con la mía. Me tendió el papel indicando que había seguido
escribiendo en la otra cara de la hoja. Le sonreí un poco y tomé el papel entre
mis manos.
No recuerdo qué hora era, pero
volvía de mi trabajo como mesero en un restaurant chino cuando ocurrió todo.
Como las calles de ese barrio están más iluminadas que las avenidas, son menos
peligrosas para volver a casa así que tomé uno de los caminos más largos pero
seguros. Tres camionetas negras se detuvieron en la cuadra de al frente, los
vidrios eran polarizados y los neumáticos sonaron cuando se detuvieron.
Debían ser unos seis u ocho los
que salieron de ahí con sus rostros tapados.. Cargaban un bolso y uno de ellos
en sus manos un arma, por lo que me escondí tras un auto para que no me vieran.
Pusieron algo en la entrada, esa cosa sonó y luego hicieron lo mismo con el
portón. Luego, taparon las cámaras, las desconectaron y entraron como si nada
hubiese pasado. Me asusté cuando uno se quedó en la entrada vigilando.
Me quedé quieto durante todo ese
tiempo hasta que uno salió y sé quedó hablando con el que vigilaba. La calle
estaba en completo silencio debido a la hora. Luego de que hablaran, los demás
salieron y subieron a las camionetas. Se fueron y la casa a la que entraron
explotó. Me fui corriendo totalmente asustado mientras las alarmas de los autos
sonaban, la gente gritaba y llegaban los bomberos. Eso es todo.
Lo observé. Rafael se veía
totalmente exhausto frente a mí. Debía tener casi la misma edad que yo y sin
embargo lucía diez o veinte años más bajo la molesta luz. Volví a leer el
relato que prácticamente no servía de mucho. Pero luego observé un detalle que
no detalló. Tomé el lápiz y el parecía algo sorprendido mientras me observaba
escribiendo.
¿Qué hablaban los tipos?
¿Lo recuerdas?
Tomó el papel y luego me miró
fijamente, como si tratara de recordar aquel día en su memoria y unir las
palabras que para él debían aún corresponder a un idioma extraño. Garabateó
algo, lo tachó y volvió a escribir. Me pasó rápidamente la hoja, no sin antes
doblarla.
Creo que dijeron algo de recibir
una buena paga y que su jefe estaría feliz y orgulloso de ellos.
Su jefe… estaba claro que fue una
orden recibida por alguien, una orden acatada y practicada inmediatamente. Hice
un recuento mental de esos días, y no recuerdo haber estado en una misión desde
la última vez en Asís. Había algo raro, algo no encajaba dentro de mi puzle
mental. Faltaban piezas clave para que entendiera la figura que se escondía
detrás del juego.
¿Mencionaron un nombre, algún
animal, o una palabra que asimilaras a un apodo?
Me observó fijamente pidiendo que
me acercara aún más a él. Ambos nos acercamos más a la mesa hasta que su boca
quedó cerca de mi oído. Olía a sudor, adrenalina y miedo. Pero no era un miedo
hacia mi persona, sino a lo que lo rodeaba.
-Gatto nero –susurró tan bajo que ya creía que no tenía voz.
Gatto nero… ¿qué…?
-Es suficiente.
Un brazo me empujó con suficiente
fuerza para terminar en el suelo. Ya no podía ver a Rafael, y fue demasiado
tarde cuando le grité a Ian que se detuviera sujetando su pierna como si fuera
una niña. Escuché el disparo de la pistola con el silenciador, y la pared
frente a mí, aquella que le daba la espalda al italiano, se manchó con sangre
como si fuera pintura fresca, casi una obra de arte que resalta el color rojo
entre toda aquella humedad y suciedad.
Las palabras que había escrito
llamearon detrás de mis ojos. El recuerdo de su rostro y de mi reflejo en su
vista, hizo que algo terrible se removiera en mis entrañas, algo repulsivo que
me hacía sentir completamente asqueada. No sé en qué momento gateé hasta la
pared y vomité con todas mi fuerzas hasta que mi estómago quedó totalmente
vacío. Alguien tomó mi pelo y puso su mano en mi espalda. Cuando escuché quién
era, era demasiado tarde para calmar aquella llameante furia que crecía en mí.
Limpié mi boca con el dorso de la mano, y lo siguiente que vi, es que tenía la
vida de Ian pendiendo de la cuchilla entre mis dedos, totalmente inmovilizado
contra el piso y sus ojos denotaban el pánico que sentía.
-No tenías que hacerlo –gruñí
apretando los dientes hasta doler.
-Tenía un arma y…
-No. Él quería volver con su familia,
nada más. No tenías por qué matarlo cuando no tenía ni si quiera algo con lo
que defenderse, ¡ni si quiera un motivo para morir por el amor de Dios!
-(Name)…
-Matamos gente día a día,
protegemos la espalda de un puto viejo que nos agradece con cantidades
innombrables de pasta y tú acabas con alguien inocente que tiene una familia
como si fuera una liebre para cazar.
-Para esto fui hecho, fuimos
hecho.
-Ya no –murmuré separándome de él
dejando un leve rasguño en el cuello, nada que no curara en dos días, tomé los
papeles de la conversación que sostuve con Rafael, recé una pequeña oración por
él y desaparecí por los pasillos ignorando los gritos.
Él no entendería jamás lo que yo
vi en ese hombre, nadie lo entendería como lo hago yo. La mayoría no formaba
familias debido a la prohibición de ello. Y tener una, era un privilegio al que
no pensaba en renunciar. Ian jamás entendería lo que es una porque no tiene un
motivo por el cual vivir día a día. Él no tiene un Alexander, un Erik y
Rebbeca, un Gaspard y Lily, una Bianca… un Bill. Nadie en la mafia tenía algo
así, una relación estrecha con gente que te quiere tal y como eres; con
manchas, cicatrices, manías e imperfecciones. Ellos jamás entenderán lo que es
luchar por lo que amas tal y como Rafael lo hacía con su esposa e hijas. Y
ahora, ellas no volverán a ver a su querido esposo y amado padre. Nunca más.