Si todo esto hubiese ocurrido en
otro tiempo, donde estaba completamente dispuesta a decirle mis motivos, a
tolerar sus gritos furiosos, a regresar con él sin importar las condiciones…
seguramente habría respondido cada pregunta de él sin evitar todo tipo de
contacto, y sin huir con un hijo en los brazos. Pero no podía devolver el
tiempo a diecisiete años atrás. Debía proteger a Alexander de mi mundo y del de
su padre si llegase a saber quién era.
Decidí dar un paseo por la ciudad
para mimetizarse entre la gente, pero parece que ni eso me resulta cuando se
trata de mi vida personal. Observé su mano izquierda de reojo, aquella que
llevaba la piel tatuada y cuyos nudillos muchas veces besé o sentí en mi cara.
Ahora estaba empuñada, conteniendo un rencor que era respirable sin mucho
esfuerzo, un sentimiento negativo hacia mi persona.
-¿No piensas responder? –su voz
seguía escondiendo la amenaza implícita en su mirada.
Observé mis zapatillas pensando
en darles una orden para que transportaran a mis pies lo más lejos posible de
él. Quizás no me sentiría así si el hubiese empezado esto de manera civilizada,
sin espantarme ni nada. ¿Dónde estaba mi auto cuando más lo necesitaba? Ah sí,
en casa.
-Debería ser yo quien no te
hablara o rehuyera de ti. Pero parece que nuestra relación se basó siempre en
lo opuesto. Tú huyes, yo te sigo.
¿Qué…? Esto debe ser una broma.
-Nadie te pidió que me buscaras
–murmuré sin apartar la mirada de mis pies, totalmente atenta a cualquier señal
para dejarlo.
Mi voz sonó extraña, casi
irreconocible a mis oídos. Demasiado firme, fría, agresiva… todo lo opuesto a
lo que sentía. Su cuerpo se giró hacia mí violentamente, su mano aún empuñada
temblaba a un nivel casi descomunal. Asustada de que le pasara algo, volví a
mirar su rostro, un acto del que me arrepentí inmediatamente pero que no detuve.
Podía ver las lenguas de fuego invadir su rostro, una arruga entre sus cejas lo
suficientemente profunda, dos venas entrelazadas en su sien que parecían estar
a punto de estallar.
No era el mismo Bill que me había
mirado con una calidez e intensidad tremenda cuando nos volvimos a ver frente a
Ian. Éste ra distinto. Un Bill que si pudiera, me quemaría con ácido y me haría
pedacitos. Ahora sabía que si salía corriendo él no llamaría a la policía, sino
que correría lo más fuerte posible con tal de detenerme.
Tu tobillo…
Estaba atrapada.
-¡Me gustabas, maldita sea! Acepté
tu puto trabajo por mucho que me costara, te dejé ir cuando tenías misiones sin
saber si volverías con vida, te di un techo cuando tu departamento quedó hecho
mierda… te amé, (name), y jugaste sucio.
-Bill…
-No entiendo cómo puedes caminar
por las calles de Alemania sabiendo lo que hiciste… oh, verdad que te crearon
para matar y no sentir culpa de una puta mierda.
-Cálmate, para de gritar que la
gente nos…
-¡Me vale verga la gente! Deja de
huir de una puta vez.
-¡Entonces cálmate por el amor de
Dios! –le grité tal y como él lo estaba haciendo.
Aquella llama intensa en sus ojos
se disipó y dio a pasó a un vacío completamente desconocido. La poca gente del
parque siguió su camino observándonos de reojo atentos a una posible pelea con
golpes o lo que fuese.
Apoyó sus codos en cada rodilla y
sus manos taparon su rostro sin dejarme observarlo. Quise posar una mano en su
hombro, decirle que todo estaba bien y que me disculpara por todo el daño que
le hice, pero sabía que sería una completa mentira hacerme la arrepentida
frente a él. Aún así, las palmas de la mano me picaban por querer un contacto
cercano con él, pero no se los daría. No correspondía tal cercanía con alguien
que realmente estaba desequilibrado mentalmente. Su teléfono empezó a sonar en
el bolsillo de su chaqueta, esperé quieta a que contestara pero parecía no oír
nada a su alrededor.
-Tu teléfono está…
-Lo sé –contestó cortante.
Quise sonreír, reírme de la
situación como un acto reflejo porque mis pensamientos simplemente parecían maravillados
con volver a verlo una vez más. Podía darme el lujo de ver que Alexander era el
mismísimo reflejo de su padre tanto física como psicológicamente. Sascha era
una versión más joven de Bill, más rebelde e igual de gruñón. Tenían la misma
contextura física y apostaría a que si mi hijo entrenaba un poco más su voz,
cantarían casi de la misma manera.
Suspiré sin dejar de volver al
presente, uno en donde a él le costaba mucho contener toda esa rabia que
amenazaba con salir a flote. Su teléfono volvió a sonar insistiéndole que por
favor contestara. Claro, debí suponer que al ser una persona famosa debía tener
mil cosas citadas y necesitaba de recordatorios personales, o simplemente no
paraba de ser solicitado. Quitó sus manos de su cara cuando el teléfono volvió
a insistir por tercera vez y se dignó a contestar sin fijar en quién era. Yo,
secretamente maravillada con sus movimientos, simplemente lo observé de reojo
como quien no quiere.
-Qué… estoy cerca…necesito que me
cubras, por favor… estoy ocupado… no insistas, no te lo diré… dile que estoy
enfermo,… arréglalo tú, estoy muy ocupado en un asunto, simplemente cúbreme y…
pues llamas en muy mal momento… ok, mañana. Vale.
Cortó su conversación y regresó
su móvil al bolsillo. Noté sus ojos llorosos pero no quise preguntar ya que era
lo más correcto, así que simplemente permanecí en silencio a su lado. Cerró sus
ojos denotando cansancio o estrés… o ambas cosas juntas. Encendí la pantalla de
mi teléfono calculando que dentro de dos horas llegaría Alexander a casa, y que
si no llegaba antes que él seguramente se preocuparía.
-¿Quién te acompañaba cuando te
vi?
-¿Importa? –Me observó totalmente
serio, y descansó la cabeza en el respaldo de la banca estirando sus largas
piernas-. Mi pareja.
-Así que… no perdiste tu tiempo.
-¿”Perder mi tiempo”? ¿Te estás
escuchando, Bill?
-¿Me equivoco?
-¿No estamos un poco grandes para
”perder el tiempo”?
-Perfectamente pudo golpearme por
seguirlos, pero simplemente te acompañó en tu huida.
-Si quieres le digo que venga
para que te golpee.
-No, gracias. Aún no es tiempo
para eso.
-¿A qué te refieres con “aún”?
-A que tenemos una conversación
pendiente, y no necesito de tu novio frente a ti para defenderte de mí.
-Me puedo defender sola.
-No parecía eso cuando saliste
corriendo junto a él.
-Eso no te incumbe, Kaulitz.
-¿No era que escapabas de mí? ¡Ah!
Verdad que sí… así que también es mi asunto.
-¿Sabes qué? –Me paré de mi
asiento limpiando los restos de pintura seca de mi trasero y lo observé lo
suficientemente molesta como para tirarle una de mis zapatillas por la cabeza-.
Llama a quien quieras llamar para que me arresten, pero yo me voy a acá.
-¿Qué? ¿Ya no temes ser
arrestada?
-Simplemente no te soporto cuando
te pones como adolescente.
Empecé a caminar notando sus
pasos detrás de mí y un alivio surgió en mi pecho al ser complacido por su
dueño. Odiaba mi cuerpo traicionero, mis pensamientos incontrolables lleno de
suspiros para él cuando la verdad era que se estaba dando el lujo de joderme la
vida apareciendo frente a mí. Se supone que me había ido de su lado para
proteger a su familia de un enemigo que sé que aún persigue mis pasos, y
mientras no supiera quién era realmente no quería saber nada de los Kaulitz.
Me giré sobre mis talones con la
mierda hirviendo en mi cabeza, dispuesta a perder los estribos frente a él si
me obligaba. Me observó con una ceja alzada y pude notar que había crecido un
poco desde la última vez que nos vimos.
-¿Y tú cómo me encontraste?
-Te vi en el café.
-¿Y por qué no te acercaste ahí?
Al menos hablaríamos de manera más civilizada que acá –me crucé de brazos
esperando una respuesta creíble de su parte.
-Porque yo estaba en la calle del
frente –dijo restándole importancia a un hecho que realmente era curioso a mí
parecer-. Y cuando te divisé estaba hablando con unos productores, te paraste y
tuve que interrumpir la conversación para seguirte porque sabía que si no era
ahora no sería nunca. ¿Satisfecha?
-Buena historia –murmuré soltando
una sonrisa torcida y comenzando a caminar más lento. Al fin y al cabo Bill me
seguiría a por respuestas-. Aún así fue muy descortés de tu parte no saludarme,
sino que empezar con amenazas y gritos delante de la gente que quiere pasear
tranquilamente por acá.
-¿Sugieres una mejor idea
sabiendo que la primera huiste corriendo a los brazos de tu novio? Porque
sinceramente, opté por la fuerza esta vez.
¿Qué responderle? Nada. Él tenía
razón, yo seguramente habría hecho lo mismo en su lugar. Suspiré totalmente
agotada de la tensión entre nosotros, ¿pero qué podía pedir cuando en realidad
no nos veíamos hace años y la última vez quedamos mal? No era tan simple como
darnos un beso, estrechar manos o simplemente abrazarnos y hacer como si nada
pasó acá. Tengo un hijo de él, y no lo sabe. Así de fácil está todo.
-¿No deberías irte ya? –le
pregunté aún a la defensiva.
-¿Y dejar las cosas inconclusas
entre nosotros?
-¿Inconclusas? –Lo observé con la
misma agresividad que él tuvo cuando se sentó a mi lado-. Que yo sepa cada uno
tiene su vida. Yo tengo pareja, y según lo que dicen los medios tú también.
Cada uno fue por su camino y ya está. No hay nada pendiente entre nosotros.
-¿Y qué me dices de los motivos
de por qué te fuiste? ¿Acaso no te llama la atención lo que pasó cuando te fuiste,
lo que sucedió con Andrea y Tom? No, realmente lo dudo porque siempre pensaste
en ti antes que el resto.
-No sabes nada –gruñí
enfrentándolo.
-¿Entonces por qué no me enseñas?
-Lo que hagan Andrea y Tom no es
asunto mío. Alguna vez fueron mis amigos, pero de eso ya va un buen tiempo.
-Debería importarte tanto como lo
que pasaría si Thomas te ve, (name), porque tú fuiste uno de los motivos del
divorcio de ellos.
-¿Se casaron? –vale, un poco de
curiosidad no le hacía daño a nadie.
-¿Qué? ¿Ahora quieres saber? –se
burló levantando la ceja con su perforación.
-Da igual, acabas de mencionar
que se divorciaron por lo que no sirve de mucho la historia que tuvieron en
algún pasado.
-Totalmente egoísta, egocéntrica
y ciega… como siempre lo has sido.
-¿Ciega?... ya basta, Bill.
Estamos lo suficientemente viejos para juegos de palabras propias de niños.
-No hasta que me des las
respuestas que he buscado por diecisiete años.
¿Qué…? ¿Diecisiete años? ¿Por qué
continúa con esto? Quería que se fuera, que me dejara sola, que parara de abrir
las heridas que creía cicatrizadas con la llegada de Alexander, que me dejara
nadar en mis pensamientos, que me permitiera respirar sin sentir aquel terrible
peso en mi garganta y pecho crecer más y más a medida que pasaban los segundos
junto a él, que me dejara bloquear los mil recuerdos de nosotros. ¿Por qué no
simplemente continuaba con su vida y de paso me dejaba seguir la mía? No
soportaba más tenerlo cerca y que mi cuerpo lo deseara una vez más, no
soportaba escuchar sus palabras hirientes ni su mirada sobre la mía obligándome
a soltar palabras sinceras que realmente pendían en la punta de mi lengua.
-Sólo tres preguntas –le dije
empezando a sentir que los ojos me ardían pero debía contenerme y ser fuerte
ante él, no le podía mostrar lo que pasaba realmente por mí.
-¿Por qué fuiste a Nueva York?
Esa fue Andrea, estaba segura.
-Fue el primer vuelo que
encontré.
-¿Aún continúas en la mafia
matando gente y obedeciendo a tu maldito jefe?
-Sí.
-Qué decepcionante –murmuró con
una risa quebradiza que duró menos de lo que se demoró en salir.
-Te queda una –lo observé
impaciente por librarme de él y volver a casa para hundirme en mis pensamientos
autodestructivos.
-¿Puedo besarte por última vez?
Oh… Bill, no lo pongas más difícil de lo que ya es, ¿acaso no notas que
me estoy desmoronando frente a ti y que si me tocas temo romperme para siempre?
¿No notas que con suerte puede mantenerme frente a ti?
Sus ojos se dulcificaron, se
convirtieron en dulce miel derretida y en aquella mirada perdida entre mis
pensamientos. Lo amaba tanto, pero lo odiaba también por buscarme y continuar
con esto después de tantos años. ¿Tanto le costaba dejarme ir? Ambos tenemos
caminos que seguir y ninguno coincide con el del otro. ¿Acaso no nota que
vivimos en mundos totalmente opuestos? Mis labios comenzaban a hormiguear a
medida que imaginaba inconscientemente la textura de sus labios sobre los míos,
¿habrán cambiado con el paso del tiempo? La saliva se acumulaba en mi boca y
sentía mi respiración agitada a medida que él se acercaba más y más.
Pero mi cuerpo alcanzó a
reaccionar, y por primera vez sentía que el interruptor con mi nombre se
apagaba frente a él… que la Invasora tomaba el lugar que antes correspondía a
(name), tomaba en control de la situación tal y como le enseñaron a hacer desde
que se unió a la mafia oficialmente. Sentía una sonrisa macabra deslizarse por
mis labios dejando ver mis dientes, una pequeña risa brotó de mi garganta con
una voz amenazadora, y unos ojos astutos y gatunos observar los de Bill que
estaban completamente serios.
-No –negó en un susurró dulce y
escalofriante a la vez, como sacado de película de terror-. Creo que ya tengo
bastante experiencia contigo como para saber lo que continuaría después de un
beso.
-¿A qué…?
-Tres preguntas, no cuatro. Nos
vemos, Kaulitz.
Mis piernas se empezaron a mover
ignorando e punzante dolor de mi tobillo. ¿Así de fácil? ¿Por qué no me
detiene? Oh… estamos corriendo. Yo y la Invasora corremos, y ella alcanza a
llamar a un taxi cerrándole la puerta en la cara a Bill. Se despide con una
mano y le dice la dirección de casa al conductor. Le entrega unos billetes y el
chofer se pierde entre las calles haciendo que Bill pierda el rastro.
Suspira, e internamente me cede
el mando nuevamente de mi cuerpo mientras vuelve a esconderse tras el
interruptor con su nombre.
Esto no es una misión, pensé.
Tus pastillas, respondió soltando una risita, las olvidaste esta mañana.