Terminó el beso no sin antes
suspirar exhalando dentro de mi boca. Realmente ese beso me había sorprendido
más que cualquier otro debido a la intensidad con la que empezó. Me había
dejado jadeando, con todas mis hormonas despiertas y un corazón palpitando
fuerte de felicidad, y es que sólo él podía provocar todo eso en mí, esa
electricidad que impedía movimientos y rechazo para con él.
Bill: Yo… no quiero que te alejes
de nuevo, (name).
Yo: (Lo miré atentamente buscando
un atisbo que reflejaran sus palabras) ¿Qué debo hacer para que me creas, Bill?
Bill: Simplemente quédate
conmigo.
Algo me decía que esa simple
petición escondía un doble sentido que tendría que descifrar con él y su cómoda
compañía. Sin embargo me es difícil pensar en él y sus misterios cuando lo
tenía tan cerca de mí, mirándome intensamente y con nuestras narices rozándose.
Enredó mis dedos con los suyos sin despegar sus ojos de los míos, levantó
nuestros brazos sobre mi cabeza y se subió sobre mí completamente obligándome a
abrir las piernas para aumentar nuestra cercanía, gemí inconscientemente cuando
su pecho chocó con el mío y nuestras respiraciones se agitaron lo suficiente
como para chocar en nuestras bocas.
Me sentía su rehén al ser
aprisionada placenteramente por su cuerpo sobre el mío. Sentía que él era el
motivo por el cual me haría su propia esclava si era necesario para mantenerlo
a mi lado. Cerré mis ojos esperando un beso o una caricia, daba igual lo que
fuera mientras proviniera de él. Sentía mis mejillas sonrosadas y mi
respiración acompasándose a la de él en un ritmo casi sincronizado y pegajoso.
¿Por qué no seguía tocándome? ¿Por qué estaba quieto sobre mí distribuyendo su
peso con ayuda de sus brazos? ¿Qué pasaba? ¿Qué pensaba? Oh… de repente lo
entendí… eran nuestros corazones. Estaban tan sincronizados que sus pálpitos
eran realmente más fuertes de lo normal. Nuestras pulsaciones estaban iguales
como… si fuésemos uno.
Bill: ¿Lo sientes? (susurró
contra mi oído atentos a nuestros pulsaciones).
Yo: Si… te siento, Bill.
Abrí los ojos cuando sentí que se
alejaba de mí. Aún estaba sobre mi cuerpo apoyando su peso en sus rodillas y
codos para no aplastarme. Su mirada sostenía a la mía, haciéndome sentir frágil
y protegida.
Quitó la sudadera que cubría su
torso y… ¡Dios! Ésta era una versión
mejorada y perfecta de Bill. El deseo corría por mis venas, un deseo lujurioso
que se había mantenido quieto y oculto entre mis pensamientos. Deseaba besar
cada extracto de la piel de su torso, sus brazos, y su espalda contorneada por
aquellos músculos bronceados gracias al sol californiano. Bill me hacía olvidar
el dolor de mi cuerpo y de las heridas que aún quedaban por desinfectar… él era
mi heroína. Volvió a estar a centímetros de mi rostro mezclando nuestras
respiraciones y contemplándonos mutuamente, pero nuestras pulsaciones habían
perdido esa coordinación de minutos atrás, porque el mío empezó a latir
desbocado. Su pecho, sus brazos, su torso, estaban calientes, a una temperatura
bestial contra mi casi fría piel. Bajé mis manos ahora libres de las suyas
hasta su abdomen esculpido y acaricié la suave y caliente piel… era como tocar
a un dios del Olimpo.
Yo: Creo que empieza a agradarme
el gimnasio (murmuré más para mí que para él).
Bill: (Se rió haciendo vibrar mi
cuerpo bajo el suyo y luego besó mi cuello… oh) Y yo adoraré aún más los
tatuajes.
Yo: Humm… cuando te conocí… no
tenías músculos.
Bill: Porque nunca tuve tanto
tiempo como el que tengo ahora, (name).
Yo: Ah…
Bill: (Tomó mis manos
arrastrándolas por su pecho y me observó fijamente) Me encanta que me toques
porque sólo tú me pones así. Siénteme, (name). Estoy completamente a tu merced.
Yo: Bill…
Sus palabras me dejaron más
anonadada que su cuerpo, ni si quiera recordaba haberlas escuchado antes.
Él,
definitivamente era increíble. Lo atraje a mi cuerpo para fusionar nuevamente nuestras
bocas con incansables besos expertos que nos llevaban a un lugar que definiría
como nuestro mundo. Amaba invadir la cavidad de su boca cuando él me cedía el
paso tras apropiarse de la mía, nos coordinábamos tan bien que apostaría a que
en otra vida nuestras bocas pasabas unidas en momentos como éste. Bajé mis
manos de su cuello hasta su torso, rasguñando la piel caliente y tatuada. Me
encantaba este nuevo Bill en todo su sentido posible, y amaba todo de él y su
mundo. Lo escuché sisear con el paso de mis dedos por su piel y soltar un
gruñido casi inaudible, su piel se erizó y finalicé mi camino apoyándome en sus
fuertes brazos que rodeaban y aprisionaban mi cuerpo.
Lo miré y reconocí esa mirada
oscura, penetrante y salvaje que me observaba con un hambre voraz. Yo era su
presa, y él mi depredador al ataque. Su respiración se perdía en mi boca, en mi
propia inhalación de oxígeno, respiraba lo de él mientras nuestros ojos se
apoyaban y perdían entre ellos. Tenía hambre de su boca, sed de su piel, ambición
de su cuerpo, adicción a él.
Se sentó en la cama arrastrándome
con él sin despegar sus ojos de mí o efectuar pestañeo alguno. Miré las
perforaciones de su labio inferior que brillaban con la luz del sol. Posé un
dedo cobre ellos haciendo que temblaran levemente ante el primer contacto; eran
ásperos, gruesos y cálidos. Sus perforaciones estaban frías y húmedas y…
Yo: ¡Auch! (me quejé tratando de
liberar mi dedo de sus dientes perfectos)… suéltame, Bill. Suelta mi dedo,
cavernícola.
Bill: Uh-Uh (negó sonriendo y
mostrando a mi dedo-rehén entre sus dientes, presionó aún más y fue inevitable
hacer una mueca).
Yo: ¡Ayyy! Terminaré sin dedo por
tu culpa y ya estoy bastante herida como para querer más tajos, puntos y
cicatrices en mi cuerpo.
Já. El cargo de consciencia nunca
falla. Soltó mi dedo y besó la punta antes de dejarlo ir a su pecho, en donde
mis manos se mantenían apoyadas buscando mi equilibro corporal. Me sonrió
directamente con una dulzura propia de él y besé la punta de su nariz, sus
manos se deslizaron lo suficiente hasta alcanzar el broche de mi sostén. Los
tirantes bajaron de mis hombros y con un cuidado que me pareció infernal debido
a la lentitud, sacó el corpiño de mis pechos y lo lanzó a alguna parte detrás
de él. Me sonrojé como acto reflejo, sentía mis mejillas arder y un leve
cosquilleo en el cuello ante su mirada atenta y abrazadora.
Nos observamos por un buen rato,
como queriendo conocernos de nuevo y no olvidar los detalles del otro. Delineé
cada dibujo del tatuaje de su pecho como una niña curiosa. “See you in outer
space”, pareció ser una frase más interesante que antes y supuse que su
significado era más que profundo.
Bill: Me lo hice hace unos días
atrás, Tom también tiene el mismo (murmuró y sentí su mirada fija en la mía).
Yo: Como la hora de nacimiento de
ambos (comenté viendo la pirámide como algo más que un signo ancestral y
divino).
Bill: Nacimos juntos, moriremos
juntos. Y en nuestra próxima reencarnación, estaremos unidos… Eso significa.
Yo: Oh…
Bill: No creí que él podría regresarte
a mí por mucho que lo intentara, (name). Realmente no le tuve la suficiente fe.
Yo: Bill…
No me dejó decir más y volvió con
insistencia a mis labios. Algo debió pasar por su mente, algo sofocante y
angustioso que hizo que sus besos fuesen más desesperados e impacientes, con un
ritmo agitado y poco dispuesto a dejarme ir. Pero no duró mucho ya que a medida
que prácticamente me comía la boca, sus manos se deslizaron suavemente de mis
caderas a mis pechos, acariciándolos y masajeándolo. Gemí dentro del beso.
¿Hace cuánto que no gemía de puro placer? Ya ni lo sabía o no planeaba
recordarlo. Corriente eléctricas corrieron por mi cuerpo de punta a punta, mis
ojos se mantuvieron en todo momento cerrados incapaces de reaccionar de otra
forma ante el placer y las nuevas oleadas de calor emergiendo de mi interior.
Mis manos se deslizaron sólo
tanteando su piel caliente hasta el borde de sus pantalones. Memorizaron sus
músculos, y recorrieron sus tatuajes que no veía pero sentía. Su boca liberó a
la mía tras un sonido gracioso y fue a por mí cuello mordiendo, besando y
saboreando mí piel a un ritmo espantosamente lento que me obligaba a calmar y bajar las revoluciones.
Sus manos se movieron sobre las mías en sus caderas y tiraron tanto del
pantalón como de sus bóxers presionando mis dedos en su piel. Tomando
consciencia de mi cuerpo y mi vista, observé cómo mis manos apresadas entre las suyas,
deslizaban la tela que cubría su virilidad y piernas hasta acabar en el piso
junto a la cama. Me sentí una intrusa observando como acto reflejo su zona
íntima y tras sonrojarme enormemente, apoyé mi frente en su hombro cerrando los
ojos y sintiéndome rodeada por los brazos de Bill. Sentí su suave risa ¡Se reía
de mí! Bueno, cualquiera lo haría si viera mi
reacción tan pubertina al ver su desnudez.
Bill: ¡Hey! (susurró besando
suavemente mi oído con una ternura única), no es la primera vez que estamos en
éstas condiciones, (name).
Yo: L-lo siento… yo… (Mierda,
ojalá me tragaran sus suaves sábanas blancas).
Bill: No te disculpes, (name).
Sabes que soy tuyo y de nadie más. Te pertenezco hasta el resto de mis días.
Quizás eso necesitaba escuchar de
su boca, porque tras sus palabras, me armé de valor y me dirigí a por sus
labios dejando en el olvido el rosado de mis mejillas. No dijimos nada más, las
palabras sobraban luego de que él me asegurase que es mío. Si, es mío y de
nadie más y siempre lo será. Me recostó bajo él con las almohadas sobre mi
cabeza, dejé mis manos descansando en sus brazos y sentí cómo su miembro erecto
rozaba mi muslo izquierdo lo suficientemente cerca de mi ingle. Mordió mis
labios ya hinchados de tantos besos, y reconquistó cada rincón de mi boca con
su lengua escurridiza y experta que me hacía incluso perder el aire. Deslizó su
boca hasta mi cuello chupando y besando cada punto, haciéndome gemir más fuerte
de lo que ya hacía, bajó hasta ir a uno de mis pechos y enredar su lengua en mi
pezón mientras pellizcaba el otro. Como acto reflejo, mis manos acariciaron su
cabello y así mi columna se arqueó buscando de su boca en mi piel sensible e
inundada de lujuria. Gemí aún más alto cuando sus dientes mordieron mi pezón
izquierdo con una intensidad demasiado placentera y el pulgar e índice de su
mano pellizcaba el otro tirando del otro hasta hacerme perder la razón. Temí
morir entre jadeos y gemidos, sentía a mi corazón latir desbocado luchando por
salir de mi cuerpo frente a tan incontenible placer. Sus manos se escurrieron
hasta el borde de mis calzones y su boca nuevamente buscó el contacto íntimo
con la mía. Mis manos se aferraron a las sábanas sujetando un puñado de tela en
cada una yél desprendió mi última prenda, dejándome expuesta a él y su mirada
profunda.
Se separó de mí en busca de… oh,
un reservativo en su mesa de noche. ¿Y si le mencionaba que ya no podía tener
hijos? No, prefiero no congelar este hermoso momento entre nosotros. Rompió su
envoltorio con los dientes haciendo una mueca chistosa al escupir el aluminio
de su boca y bajo mi mirada atenta y curiosa, deslizó el condón transparente
por su miembro como todo un profesional en el tema. Acarició mi mejilla y
depositó un beso en mis párpados dedicándome una mirada en donde sólo existía
yo.
Bill: Necesito que me digas si
estás bien o no ¿ok?
Sólo asentí al no encontrar mi
propia voz entre mis cuerdas vocales. Abrí mis piernas recibiendo a su cuerpo
entre ellas y me observó fijamente mientras se introducía en mí cuidadosamente.
Oh… ¡dolía como la primera vez! Un dolor incontenible en donde sientes cómo
algo se rompe en tu interior abriendo sus pliegues en su máxima extensión. Algo
había cambiado, algo era diferente a las otras ocasiones o encuentros sexuales.
Sentía agujas en mi interior, luchando por mantener todo unido y… ¡Ah! Era
terrible. Me sentía tensa, mis nudillos debían estar blancos con todo lo que
mis dedos presionaron de las sábanas blancas, y mis oídos se mojaron levemente
con las lágrimas saladas que salían de mi rostro. ¡Mierda! ¡No entendía qué
pasaba en mi interior!
Bill: Debías avisarme (murmuró y
me obligué a abrir los ojos y ver su rostro a centímetros del mío).
Yo: Algo… cambió (susurré
tratando de calmar la conmoción de mi cuerpo).
Bill: ¿Qué… quieres decir?
Yo: Me dolió, Bill… más que una…
primera vez.
Bill: ¿Qué…? Entonces, es mejor
que nos detengamos… por tu bien.
Yo: No. Estoy bien, Bill… y
siempre lo estaré contigo.
Bill: ¿Estás… segura?
Yo: Más que nunca.
Terminó de introducirse en mí
observándome atentamente ante nuevas lágrimas, muecas o gemidos del dolor, por
lo que me obligué a controlar lo que sentía y relajarme ante este nuevo placer
que parecía llevarse al dolor o simplemente predominar por sobre éste. Cuando
ya había entrado por quinta vez en mi interior, lo único que salía de mi boca
eran gemidos y suspiros entrecortados, mientras mis caderas se levantaban e
iban al encuentro de la siguiente penetración y así recibirlo gustosa a un
ritmo pausado y exquisito. ¿Cómo pude pasar todo un año sin Bill? ¿Acaso mi
cuerpo había olvidado esta sensación tan sanadora y gratificante con él? Estar
unida a Bill, era como ganarse un pedazo de cuelo más para mi muerte, como
absolverse de un pecado o una mancha de sangre correspondiente a una muerte,
como estar en una esfera irrompible en donde el mundo y sus problemas no pueden
entrar ni ser escuchados por nosotros.
Tanto él como yo, tratábamos de
acallar nuestros gemidos con besos debido al aumento del ritmo de cada
impulso. Lo que empezó como algo dulce y
delicado se transformó en una necesidad y una adicción por el placer. No sé
cuántas veces rasguñé su espalda en busca de un contacto más carnal que lo hizo
gruñir y sisear junto a mi oído hasta que apresó mis manos con la suya sobre mi
cabeza y puso la otra bajo mi espalda acercándome cada vez más a él. Abría mis
piernas y las entrelazaba a las suyas poco dispuesta a terminar con su sube y baja incansable. Necesitaba tocar
su vientre, músculos y brazos, pero al tener mis manos prisioneras en las
suyas, aquella llama en mi interior parecía arder con aún más fuerza haciéndome
gemir como una loca.
De un momento a otro, me liberó y
sostuvo mis caderas presionándolas con las de él con fuerza, y mis manos se
deslizaron por sus sábanas hasta sujetarlas y arrugarlas con fuerza. Algo en mí
se arremolinaba y crecía con cada penetración profunda, me nublaba los sentidos
y amenazaba con explotar si no lo controlaba. Abrí los ojos y vi los de Bill
cerrados y tensos. Mis músculos se tensaban y una sensación exquisita nublaba
mi mente embriagándola de sensaciones inexplicables en donde ninguna palabra
podía describir cuán gratificante era.
Yo: Bill… ya… me… ¡Ah!
Bill: Yo… también.
Yo me vine primero que él, y debo
reconocer que fue uno de los orgasmos más profundos y electrizantes que he
tenido en mi vida. Fue como una corriente que recorrió mil veces mi cuerpo con
una intensidad divina, mi mente se mantuvo quieta y no divisé nada. Añoraba
estos momentos en donde me sentía en la cima de la torre de Babel y tocaba el
cielo con mis propias manos. Y cuando aterricé de vuelta a la habitación, Bill
se desplomaba a mi lado con sus párpados cerrados y su respiración
entrecortada, ni si quiera noté cuando salió de mi interior para estar más
cómodos.
A pesar de que mis ojos estaban a
punto de cerrarse, no podían despegarse del hombre que descansaba a mi lado. Su
imagen era sublime, como un príncipe, un rey o un faraón. Tenía el rostro perlado de sudor y todos sus
cabellos desordenados y húmedos. Nunca me había dado el tiempo de observar
detalladamente a Bill post coito, y ahora que me fijaba en cada detalle de su
rostro, veía que era una de las imágenes más adorables que he visto. Abrió los
ojos y se quitó el condón para dejarlo a un lado en el frío piso, luego me
observó de pies a cabeza y sonrió complacido.
Cerré mis ojos. Mi cuerpo me
pesaba y debía ser por la falta de práctica en este ejercicio placentero. Podía
sentir una suave brisa de viento chocar con mi piel salada, como queriendo
refrescarme y hacer que me relajara. Sentí cómo Bill me cubría con una especie
de sábana delgada y suave, y cómo depositaba un beso en mi frente antes de
ponerme sobre su pecho boca abajo. Yo, me concentraba en relajarme ya que no
quería dormir sabiendo que Bill se encontraba conmigo. Su pecho era suave y
tibio como una almohada y sus manos eran mejor que un carísimo masaje oriental.
Sabía que estaba delineando el tatuaje, corriendo los mechones que se
interponían en su camino con delicadeza.
Bill: ¿Qué significa el tatuaje?
(murmuró con su voz ronca y su respiración calmada).
Yo: Creo que es un simple resumen
de mi vida.
Bill: ¿Crees?
Yo: (Enredé mis piernas con las
suyas y levanté mi cabeza para observarlo mirándome atentamente con una ceja
alzada) Su significado puede variar con el tiempo.
Bill: ¿Y por qué te lo hiciste?
Yo: Fueron dos motivos. El
primero se debe a mi curiosidad por saber qué sentiste al ser tatuado.
Bill: Pero nunca me lo
preguntaste (pestañeó algo pasmado con mi sincera respuesta).
Yo: No es lo mismo que te lo
cuenten a que lo vivas (dije guiñándole un ojo).
Bill: Ok. ¿Y el segundo?
Yo: Hm… Necesitaba marcar una
etapa en mi vida.
Bill: El corazón trisado eres…
tú.
Yo: Ajá.
Bill: Los pétalos son… ¿lo que
has vivido?
Yo: Sip.
Bill: ¿Y la frase?
Yo: Lo que me alentó a vivir
todos estos años.
Silencio. Nuevamente silencio.
Pero uno cómodo y lejano a lo tenso de otros. Recordé aquel momento en el que
lo conocí en las Maldivas y lo mucho que ha cambiado mi vida desde el segundo
en donde se presentó ante mí. Si no fuera por él, seguramente seguiría siendo
maquiavélica en mis misiones, sin importarme que me pidieran clemencia o que la
policía me encontrara en el acto. A pesar de que seguía teniendo misiones,
trataba de no ensuciar demasiado mis manos ni jugar con mi vida, y esto lo
hacía por él y por esa “normalidad” que tanto anhelaba.
Yo: ¿Bill?
Bill: Que.
Yo: Hay algo que… no te dije.
Bill: ¿Es malo o bueno?
Yo: (Lo miré nuevamente y él
seguía acariciando mi espalda) No sé.
Bill: Simplemente dilo y veremos.
Yo: Dentro de todas las cosas que
me hizo el Pintor, hubo un momento en donde me di por vencida ya que era
demasiado dolor y yo ya no lo podía soportar. Pensé que así moriría una
asesina, en manos de alguien igual o peor que yo. Pensé en ti, en que no debí mentirte y en que me equivoqué al
enamorarme. Y dentro de todo eso, te divisé junto al mural viendo cómo el
Pintor me hacía daño. Te pedí perdón y… ya no recuerdo más.
Su mano había parado de jugar en
mi espalda y sus ojos me miraban fijamente, atentos a mí. Esperé lo suficiente
para que procesara la información que le daba. Esto era nuevo; yo en su cama,
sobre él y sin mentiras de por medio ni culpabilidad. Su rostro cambió a una
sonrisa brillante y hermosa, capaz de conquistar a cualquier ser en este mundo
y de dejarme embobada de por vida.
Bill: Ich liebe dich, Invasora.
Sí. Ahora sí que podía morir en
paz.