BILL
El video mostraba claramente a
una (name) de pelo recogido a la rápida, frente escarchada y sonrisa débil
sosteniendo visiblemente a una pequeña criatura sonrosada y dormida. Le daba
besos en la cabellera y frente admirando la firme belleza de sus rasgos como si
se tratara de la mismísima Mona Lisa. Gaspard, quien portaba la cámara, hacía
bromas respecto a lo terrible que fue presenciar un nacimiento natural y sobre
las caras extrañas que hacía (name) al pujar, pero no reí porque estaba
completamente embelesado con el bebé en sus brazos
Era mi hijo. Alexander Kaulitz.
Pesó 3.5 kilos, parto natural y completamente sano. Era hermoso ver cómo
amoldaba su pequeña cabeza en el pecho de (name) refugiándose en su calor y en
el sonido de su corazón. El pequeño bebé tenía ropas celestes que resaltaban su
género, tenía la nariz sonrosada y las pestañas espesas. ¿Cómo es posible no
maravillarse al verlo? Era mi hijo, mi sangre y el fruto del amor que yo y
(name) nos tuvimos hace dieciocho años atrás.
El siguiente video, mostraba a
una mujer enseñando a un niño de cabellos rubios a caminar. Era gracioso, sin
embargo algo en los ojos de (name) denotaba tristeza. El pequeño reía ante el
contacto de sus pies con la hierba, balbuceaba y sonreía mostrando sus dulces
ojos a la cámara frente a él. Golpeó la cámara y la mujer que filmaba se rio
tomando en brazos al pequeño y los enfocó a ambos. Era Lily, la hermana de
Gaspard.
A medida que las grabaciones
avanzaban, el pequeño iba creciendo y hablaba más fluido, caminaba, saltaba,
corría y jugaba con… espera, ¿ese era Milo? Dios, ya casi olvidaba a ese perro.
Tenía una compañera de juegos, Bianca, pero ella no parecía ser de su completo agrado ya que graciosamente la
ignoraba. Pero al pasar el tiempo, quien grababa era (name), quien se
encontraba sola con el pequeño niño. Ella lo crio sola y eso era lo que más me
dolía; perderme la vida de mi hijo durante todos sus años.
Las fotos, mostraban ecografías,
un niño sonriendo con un pequeño agujero en su boca y trofeos en sus brazos,
dibujos… y a ella con una panza gigante que levantaba sus camisetas, vestidos y
tops. Sonreía abiertamente con ojos dulces tocando siempre su vientre. Había
una muy graciosa donde ella tenía la lengua azul, un refresco del mismo color
en la mano, lentes con forma de corazón y una camiseta que decía con letras
rojas “Futura Mamá” y que dejaba entrever su ombligo. Ni si quiera había
perdido ese toque jovial con los años.
Copié cada archivo en mi laptop y
para cuando desvié por primera vez la mirada de la pantalla, (name) estaba
durmiendo en una posición visiblemente incómoda en el sofá. Ella, la Invasora,
estaba en mi sofá, en mi casa y en el fondo de mi corazón lo quisiera o no.
¿Por qué nunca comprendí todo lo
que ha vivido? ¿Por qué nunca vi que realmente sufrió mucho? Me habría
encantado estar con ella cuando nació nuestro hijo, tomar su mano, besar su
frente, animarla, y mencionarle lo hermoso que es nuestro bebé mientras lo
cargo en mis brazos. Le habría propuesto matrimonio cuando nuestro hijo tuviera
la memoria suficiente para guardar ese recuerdo de sus padres como suyo,
habríamos comprado una casa en el campo y habríamos hecho el amor cada noche
como un ritual sagrado.
Sus ojos estaban cubiertos de una
tenue capa gris independiente de la sombra de sus pestañas. ¿Sería demasiado
tarde para reparar nuestra relación? Porque ella era mi droga, mi adicción, mi
amor y la dueña de mi corazón lo quisiera o no. Siempre sería ella, siempre
volvería a ella como un perro a su amo porque no podía vivir sin todo su ser.
Me odiaba a mí mismo por no estar con ella durante todos estos años, por
perderme tantas cosas.
Habríamos sido la familia que
tanto soñé, seríamos felices y no estaríamos parados en este punto donde nuestro
hijo yacía desaparecido y la distancia abismante entre (name) y yo seguía
creciendo. Quisiera regresar al pasado y cambiar esa noche en la que ella se
fue, detenerla y recordarle que siempre estaría con ella y la protegería de
todo mal.
No sé en qué momento abrió sus
ojos y me observó como si me viera por primera vez en la vida. La luminosidad
que desprendía su mirada parecía irreal, como todas aquellas veces que soñé con
ella tras su partida. No había rastro de odio y rabia, pero sí de pena como si
no pudiera descansar la mente ni en sus sueños. Estábamos tan cerca que podía
notar las pelusas en sus ojos nadando en el color cuando pestañaba, sus labios
mordidos, las mejillas sonrosadas con el calor de la chimenea y una leve línea
de expresión entre sus cejas… todo ella me encantaba, de principio a fin. Jamás
podría odiarla lo suficiente como para separarme de la Invasora.
La alcé en mis brazos sin importarme
su oposición y su suave quejido. Si iba a dormir, lo mejor sería que fuera en
una cama. Sus piernas estabas frías contra mi piel, pero ignoré eso ante el
detalle de tenerla tan cerca de mí con su respiración haciendo cosquillas en mi
piel y su cuerpo totalmente amoldado al mío. Era como si el tiempo y la
distancia no hubiesen pasado por nosotros. Subí las escaleras con el mayor
cuidado posible tratando de no alterar su sueño, besé la coronilla de su frente
cuando soltó un suspiro y seguí con mi camino totalmente en paz conmigo mismo.
¿Hace cuánto que no me volvía a
sentir tan tranquilo? Sé que no podía estarlo, nuestro hijo estaba perdido en
no sabemos qué parte y yo pensaba en (name) como si fuera mi centro. Y lo era,
sólo que no podía serlo mientras faltara Sascha. Me sentía egoísta al pensar en
(name) y olvidar a Alexander, pero una parte de mí insistía en que merecía su
atención por un instante, y volver a sentir que aún me quería como antes.
Pateé la puerta de mi pieza
siendo silenciada por la tormenta eléctrica. Entré aún con ella en mis brazos y
me acerqué a la cama como si fuera un ritual sagrado depositar a (name) en
ella. Miré su rostro sonrosado bajo la penumbra, sus ojos brillantes totalmente
atentos a cada uno de mis movimientos, como si me vigilara. Me senté junto a
ella y puso sus manos a cada lado cuando me dispuse a observarla en su
totalidad. No habían más tatuajes, ni heridas sangrando ni arrugas o manchas…
sólo piel tersa, suave y…
-Rompí un ventanal y me llevé la
peor parte –susurró cuando deparé en una línea torcida en su muslo, lo
suficientemente rosa para ser percibida con la luz del exterior.
-¿No te hiciste más… cirugías?
Quiero decir, para borrar las cicatrices y…
-No.
-¿No?
Negó con la cabeza como si el
solo hecho de hablar fuera un gran esfuerzo en ella. Pero yo quería hablar con
ella de manera civilizada, como si no estuviésemos sumidos en nuestros días más
oscuros, sino que en plena luz y alegría.
-¿Por qué?
-¿Borrarías lo que tu padre hizo
a tu madre?
Vaya, en todo este tiempo, jamás
deparé en eso como algo posiblemente fácil de suprimir en mi vida. No esperó
una respuesta porque ya la sabía de antemano, puso su brazo en la frente
ocultándole en parte los ojos y el cansancio reflejado en ellos.
-Comprendí que ellas me hacen ser
lo que soy, Bill. Cada herida es una lucha por salvar mi vida y la de mi hijo,
por llegar junto a él sin daño alguno y ver su sonrisa brillante.
Tapé su cuerpo con las sábanas
sin esperar palabra alguna. Sentía que una barrera gigante y gruesa se interponía
entre nosotros por mucho que quisiera demolerla, casi podía cortar el aire con
unas tijeras de lo tenso que se sentía. Pero ella no parecía percibirlo, porque
lucía tan cansada que sus ojos se cerraban solos.
Cada pregunta, frase y mínima
palabra que salía de mi boca, parecía ser un veneno tóxico que quemaba los
oídos de mi Invasora, y sus respuestas dolían en mí como si fueran un puñal
cruzando mi garganta.
Sin embargo sentía que era algo
tan inevitable, porque no me podía quedar quieto sabiendo que el silencio se
prolongaría y no tendría la oportunidad de tener su atención. Necesitaba
hablarle, herirla con mis palabras y ella dañarme con sus respuestas. Un
intercambio masoquista, pero era lo único que me haría volver a la vida y tener
sus sentidos enfocados en mí.
-¿Alguna vez… preguntó por mí?
-¿Alexander? –susurró como si le
costara cada vez más hablar.
-Sí.
Sonrió, una débil y suave muestra
de parecer complacida con la pregunta. Quitó su brazo de su frente y lo puso en
mi mano. Estaba tibia y suave, y mucho mejor de lo que parecía recordar.
-Desde que empezó a relacionarse
con niños empezó a preguntar por ti. Los demás fueron crueles con él y decían
que era huérfano y que nadie lo quería, de hecho, más de una vez tuve que
cambiarlo de escuelas, jardín de infantes o guarderías.
-¿Qué le decías?
-Lo distraía con juguetes, juegos
o dulces. Jamás le dije que estabas muerto o que no sabías de él. Nunca negué
nada ni tampoco afirmé.
-¿Cómo… cómo era en su niñez?
Cada palabra que salía de ella,
me hacía querer estrecharla entre mis brazos como si no hubiera un mañana.
Quería recuperar a mi hijo, formar una familia y volver a hacer que (name) me
amara. Entrelazó nuestros dedos y yo presioné firmemente nuestras manos como si
ella hablaran por el resto de nuestros cuerpos.
-Cuando nació, lloraba mucho. Me
amanecía con él en casa y en hospitales. Los doctores decían que eran cólicos y
era normal, pero yo presentía que le faltabas y notaba tu ausencia… y así fue.
Compré uno de tus discos, y eso parecía relajarlo y callaba.
-Vaya… mi pequeño fan.
-Luego dio sus primeros pasos y
primeras palabras. Ahí dijo “mamá”. Después perdió su primer diente y…
-¿Cuánto dinero pusiste bajo su
almohada?
-Su primer dólar.
-¿¡Uno!? Yo le habría puesto
cincuenta euros.
-Era un niño, Bill. ¿Qué iba a
saber de cuánto era eso? –se rio dulcemente y mi sonrisa se agrandó más junto a
la suya.
-Vale, vale. ¿Su primera caída?
Una fuerte, quiero decir.
-En bicicleta a los cuatro. Se
enterró una espina y tuve que llevarlo al hospital.
-¿Su primer beso?
-Humm… creo que a los cinco con
una niña con aspecto de muñeca. Era linda, pero chillona.
-Vaya, debió sacar de mí lo
precoz.
-¡Bah! Yo di mi primer beso en…
oh, no lo recuerdo.
-El primer beso jamás se olvida.
-Pues yo lo olvidé.
-Bueno… ¿su primera novia?
-A los doce, se llamaba Lisa.
-¿Eso quiere decir que él… él ya
no…?
-No.
-¿Cuándo?
-No lo sé. Pero cuando quise
darle la típica charla sobre los cuidados que debía tener, me dijo que ya era
demasiado tarde y que no me preocupara porque era muy cuidadoso.
-Vaya… realmente parece aprender
rápido.
-¿Algo más?
-¿Por qué de repente estás en
Alemania?
Eso pareció descolocarla, como si
no esperara que la pregunta fuera directamente dirigida a ella. La sonrisa se
difuminó y pasó a ser una simple mueca. Sus ojos se cerraron y algo en mí se
empezó a desesperar cuando se demoró en responder.
-Cada cinco años, cambiamos de
país. Alexander siempre escoge al azar nuestro próximo destino con un
almanaque, y bueno… de alguna manera terminamos acá y no me opuse porque era
imposible que te encontrara entre tantos millones de personas.
-Pero así fue.
-Sí.
-¿Puedo… dormir contigo? Digo,
sólo dormir y descansar porque esta también…
-Es tu cama, Bill. Tú decides qué
haces en ella.
¿Dónde se había ido la mujer que
sonaba tan dura, fría y controlada? Sus ojos me observaban con esa luminosidad
que parece hacerla única. La veía y sólo podía pensar en todos aquellos
momentos en donde nuestras pieles se fusionaban y el mundo desaparecía tras
nosotros. Dolía tanto que ahora fuera diferente, que no desapareciera la
tensión entre nosotros que no pudiera tocarla sin lastimarnos.
Me deslicé entre las sábanas
junto a ella sin quitarme la ropa, sin si quiera mirarla porque me derrumbaría.
Me sentía tenso, ansioso y con hambre de ella. La adicción a la droga de la
Invasora parecía hacerse más fuerte con el pasar del tiempo. Me puse de
espaldas a ella alejándome lo máximo para no perder la cordura. Podía oír su
respiración pausada, el susurró de las sábanas rozando su piel, el movimiento
de sus piernas y apostaría a que los latidos de su corazón. Toda ella me
llamaba como las sirenas a los pescadores. No podía cerrar los ojos y tratar de
dormir, me costaba un montón hacer como si no tuviera al amor de mi vida atrás
de mí.
-¿Bill?
Su susurro despertó aún más mis
sentidos, mis músculos y pensamientos. ¿Acaso ella tampoco podía estarse quieta
junto a mí o le incomodaba mi presencia? No me giré porque quería ver su
reacción, saber si así se dormiría más rápido y así descansaría, eso sería lo mejor.
Así ambos podríamos renovar energías y continuar con la búsqueda de nuestro
hijo.
Oh… Nuestro hijo. Sonaba tan
bonito, peculiar y fluido, que parecían ser palabras que ya formaban parte de
mí y que simplemente creía olvidadas.
Se movió detrás de mí y
rápidamente cerré los ojos fingiendo estar dormido. No sé qué habrá hecho, pero
por un instante los movimientos cesaron y comencé a cuestionar mis dotes de
actor calificándome como el peor del mundo. Algo hizo cosquillas en mi brazo,
fue tan leve que duró menos que un pestañeo.
-Bill…
Lo escuché tan cerca, tan suave y
tan dulce que creí perder el control. ¿Qué pasaba con ella y conmigo? ¿Por qué
de repente era ella la que parecía estar más despierta que nunca? Un mechón de
su cabello rozó mi mejilla, picando levemente mi piel. Estaba tan cerca, que
podía sentir el aroma de su piel y el aire de su respiración. Debía estar
sentada de alguna manera que no se rozara su cuerpo con el mío.
Una mano tocó mi brazo con una
caricia sutil, más cabello rozó mi piel y un sollozo se escapó de su boca
revelando el dolor que sentía al contenerse. Abrí los ojos automáticamente
buscando su rostro con un repentino deseo de borrar de su cabeza el motivo por
el cual lloraba, pero no fue necesario porque estaba justo frente a mí tal y
como mis pensamientos lo exigían. No notó que la miraba, porque sus ojos
cerrados a unos centímetros de los míos parecían concentrarse en su interior y
calmar su tormento personal. Lágrimas salían de ellos y las gotitas mojaban mi
cara como si fuera lluvia del exterior. Su mano temblorosa se depositó
totalmente en mi brazo y lo siguiente que vi fue la cercanía de sus labios con
los míos. La textura suave de ellos que recordaba en sueños como un acto
masoquista, el recuerdo de nuestras lenguas peleando por el espacio de nuestras
bocas y los dientes mordiendo con firmeza… todo ello desapareció de golpe como
si fuera la peor de las mentiras comparado con los labios que estaban sobre los
míos en estos momentos.
Ya no aguantaba más, su desesperación se traspasaba a mi piel como
si fuera agua. Ya no podía seguir ignorando a la Invasora por más tiempo. Había
vuelto a ser el adicto loco por ella, a caer en su juego y sus redes como
siempre ha sido.
INVASORA
¿Qué importaba ya? Él estaba
dormido y los estragos del alcohol se hacían presentes. Pero seguía inquieta, y
más aun sabiendo que todo mi ser lo deseaba hasta la última gota. Tenía la
necesidad de olvidar todo el dolor que había guardado desde que lo dejé, de
borrar mis errores por mucho que fuera imposible. La desesperación de no saber
el paradero de mi hijo, junto con la ansiedad de tener a Bill a mi lado y no
poder tocarlo, parecían acabar con mi tranquilidad a pasos de gigantes. Y el
resultado final fue el desprendimiento de un mar de sensaciones que acabaron
por dominar mi cuerpo y besar a Bill como quería desde que me paré frente a su
casa. Tendría tiempo de sobra para arrepentirme, pero ahora sólo necesitaba
sentirlo cerca pese a no ser correspondida.
La textura de sus labios, sus
brazos y su aroma… nada había cambiado. Era el mismo Bill al que siempre he
amado desde que nuestra relación fue algo más que un simple saludo, fue
inevitable no sentirme aliviada de ello.
Y luego, no sé en qué momento,
sentí su respuesta suave e intensa que aceleró mi ritmo cardíaco y enloqueció
mis sentidos. Me posicionó sobre su cuerpo tibio sin poner barreras a lo que
hacía. Me senté a horcajadas con una pierna a cada lado de él y sus manos
quemando mi piel como si fuera la más intensa de las hogueras. Empecé a amar esa
oscuridad que nos rodeaba y el parpadeó de la tormenta eléctrica colándose por
las ventanas, era una perfecta burbuja.
El dolor en mi interior fue
sanando hasta convertirse en finas cicatrices como las que rodean mi cuerpo.
Repentinamente me sentía feliz, ansiosa y con una sola palabra rondando por mi
cabeza empujando a las demás a los rincones más oscuros… Bill.
Me separé de él y sus labios,
obligándome a ver su rostro bajo las sombras tenues de la noche. Sus ojos
estaban abiertos, brillosos y observándome de la misma forma en que imaginaba
que debía estarlo yo. No había molestia en su rostro, no había enojo y rabia,
todo era pacífico en él. Una de sus manos acarició mi mejilla con una suavidad
que derretiría el Ártico y noté la humedad que dejó mi mejilla en sus dedos.
-¿Qué…?
-Yo también te necesito –murmuró
con aquella voz profunda que hizo vibrar mi cuerpo sobre él.
De ahí, tras sus palabras y mi
repentina sonrisa verdadera, todo lo que vino fueron roces y caricias que me
hacían flotar como si estuviéramos en una nube. Se sentó desprendiéndose de su
camiseta y yo hice lo mismo, sintiéndome como una prisionera bajo la tela.
Bloqueó mi cuerpo cambiando de posición y dejándome a mí bajo él. Dejé mis
piernas separadas lo suficiente para sentirlo cerca, y recorrí su torso con mis
manos tocando el relieve de la tinta en su piel. Tenía más tatuajes de los que
recordaba, todos ellos con bellísimos diseños que me gustaría apreciar con la
luz del sol por la mañana y delinearlos con mis dedos. Sus brazos amortiguaron
su peso a cada lado de mi cabeza y me obligué a perderme en sus ojos que no
dejaban de observarme como si fuera una extraña criatura la que estuviera
frente a él.
-¿Pasa algo? –susurré sin ánimos
de hablar alto.
-Sí. Pasa que sigo queriéndote
más de lo que debería.
Y ahí había una nueva espina
rasguñando las heridas para que volvieran a abrirse, una espina llena de
inseguridades e indecisión. Pero la risa de Bill detuvo el recorrido punzante
de ella y me dejó sorprendida. Su risa… me encantaba su risa.
-No pongas esa cara, Invasora
–depositó un beso en la punta de mi nariz y su sonrisa dulce y fresca volvió a
aparecer.
-Es que…
-¿Por qué no simplemente nos
dejamos llevar? Ya arreglaremos el mundo, (name). Pero por mientras
disfrutémonos.
-Y Alexander…
Puso su mano en mi boca,
tapándola completamente y acallando mis palabras. La profundidad de sus ojos me
advirtieron de la seriedad de sus palabras y de los sentimientos que había tras
ellas.
-Merecemos esto desde que
nuestras vidas se separaron. La búsqueda de nuestro hijo la retomaremos cuando
amanezca.
Y ahí estaba esa nueva palabra
que cruzaba sus labios como la más hermosa de las odas. Era como bailar entre
nubes y observar un cielo estrellado. Nuestro
hijo. Dos palabras que podrían revivir del todo mis sentimientos a por él
como si fueran un interruptor de luz. Él también lo notó, no fue necesario
hacérselo saber porque su sonrisa lo dijo todo. Era nuestro hijo, nuestro
fruto, nuestra vida y la prueba de la existencia del amor que hubo en nosotros.
Y si aún queda de ese amor, espero que no se acabe.
Quité mis ropas de mi cuerpo con
una seguridad impropia de la que seguramente me arrepentiría más adelante. Bill
hizo lo mismo y cuando nuestros cuerpos se tocaron en su totalidad, algo se
removió en mi interior alegremente como si añorara esta cercanía tan íntima.
Quizás fuera cierto, extrañaba la sensación de su cuerpo junto al mío y esto
era lo más cercano al paraíso de mis pensamientos. Vi más sombras de tatuajes
en su piel, quería ver cada detalle de ellos como una desquiciada observadora.
Toqué su piel caliente y sin imperfecciones, soltando suspiros cuando sus
labios empezaron a jugar con mi piel produciendo un remolino de sensaciones
intensas. Todo con Bill era intenso; amarlo, odiarlo, tocarlo, besarlo, gritar,
llorar… daba igual el sentimiento, acción o emoción porque todo se transformaba
en una montaña rusa cuando estaba con él, y ahora me sentía en la cima de ella,
a un paso de caer hasta el punto más bajo con esa sensación de adrenalina en el
estómago.
-Dime si es demasiado –mordió el
lóbulo de mi oreja y mi cuerpo reaccionó automáticamente con su voz y
contacto-. Dime que pare si no me quieres… ¿me entiendes?
-Humm…
Pude sentir su sonrisa ante mi
asentimiento/gemido. Tomó mis manos entre las suyas y las unió sobre mi cabeza,
sus largas pestañas rozaron mis mejillas antes de que su boca se uniera a la
mía en una danza vertiginosa. El tiempo no había alterado nuestros besos,
nuestras sensaciones y esperaba que tampoco nuestros sentimientos. ¿Cómo se
puede vivir tanto tiempo alejada de la persona a la que amas? Es terriblemente
doloroso saber que no puedes verla, ni tocarla o simplemente hablarle. Es como
vivir durante siglos en un desierto sin encontrar un oasis o un poco de agua
entre tanta arena, suerte que tenía a Alexander conmigo.
Sentí la penetración como algo
tan normal y completo que fue inevitable suspirar de felicidad. Extrañaba todo
su ser como si fuera el alma de mi cuerpo. Su nombre salió de mis labios al
mismo tiempo que nuestros movimientos empezaban a fluir como agua. Eran sensaciones
tan intensas, que rogaba no desmoronarme bajo su cuerpo. Sentí una gotita de su
sudor caer en mis labios, la saboreé sintiendo la sal en la punta de mi lengua.
Atrapé sus labios con mis dientes para atraer su rostro al mío pese a la
dificultada de eso. Ambos jadeábamos por aire, nuestras bocas estaban juntas y
a la vez separadas con sus movimientos. Separé mis piernas y él puso una mano
en la parte baja de mi espalda cuando el ritmo empezó acelerarse, juntamos
nuestras frentes y traté de no perderme detalle alguno de sus facciones
relucientes bajo la noche. Tomé su cabello entre mis dedos, gemí su nombre un
montón de veces y toqué su piel hasta que mis dedos de agarrotaron, pero jamás
lo detuve.
¿Acaso debía detener lo que
hacíamos? No. No mientras ambos lo necesitáramos. Las voces en mi mente enmudecieron,
y supe que esta noche sólo seríamos nosotros dos como nuestra primera vez
juntos.