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miércoles, 12 de abril de 2017

Capítulo 66 - Tercera Temporada

-¿Por qué Francia?

Su pregunta me sacó del trance donde hasta la gruñona voz de mi cabeza parecía estar adormecida. Su auto, su aroma, su cercanía… era el ambiente perfecto y aseguro que podría morir tranquila. La música era suave, como esa que pones cuando está en la bañera llena de burbujas y una copa de vino… no, nada de vino por un buen tiempo. Nada de alcohol, drogas, cafeína, nicotina, cosas extremas. Todo era calmo tanto en las calles como en el auto.

-Fue el primer vuelo disponible –murmuré con la frente apoyada en el vidrio.

-Pero no llevaste equipaje...

-Si lo hacía, me habrías alcanzado en el aeropuerto.

-¿No querías fugarte conmigo? –me miró un instante como analizando mi expresión antes de volver los ojos a un de las calles más transitadas de Berlín.

-¿Tan pronto quieres iniciar el interrogatorio?

-¿Y ese humor de perros? –soltó una carcajada y dobló a la derecha totalmente concentrado en el tráfico.

-Cualquiera se pondría de los mil demonios cuando te dejan con las ganas.

-¿No crees que tenemos algunas cosas que hablar antes de desvelarnos toda la noche en una cama?

Uy, eso me puso a mil por hora en un segundo.

-¿Nos desvelaremos Kaulitz? –sonreí ante la idea. Malditas hormonas de embarazada, les hablan de sexo y se encienden.

-Jajajá… ya lo veremos mi Invasora.

Se introdujo en un estacionamiento subterráneo que no contaba con muchos vehículos, bajó el vidrio y pasó una tarjeta por el lector que le dio automáticamente el acceso directo. Aparcó lejos, lo suficientemente lejos para que nadie viera la matrícula de su auto ni notara nuestra presencia. Apagó el motor, desabroché mi cinturón y quedamos en completo silencio mirándonos fijamente.

-Eres hermosa, Invasora…

Estaba a un paso de empezar a hiperventilar, de ver estrellitas, treparme a su asiento y follar como una amazona enfurecida. Pero me contuve, por el bien de mis hormonas y por el bien de Bill.

-Tengo hambre, Bill.

Me sonrojé en serio. Y mis tripas me delataron. Estallamos en risa, y las hormonas cachondas volvieron a dormirse. Nos bajamos del auto tomados de la mano e ingresamos al elevador más elegante que he visto.

-¿Un hotel?

-Ajá.

Nos detuvimos en la Recepción y no pude evitar pensar que no encajaba entre las flores frescas que adornaban cada mesón, los detalles dorados en las paredes, la gran escalera tallada, las delicadas esculturas, y las lámparas cristalizadas que colgaban en el techo. Era tan ostentoso, que no me sorprendía encontrarme con alguien de la mafia, por lo que oculté mi rostro tras mis lentes nuevamente y abracé a Bill. Sé que entendió el mensaje porque me correspondió y miró a todos lados, atento a las reacciones de otros.

-Es por prevenir –murmuré.

La recepcionista le entregó la tarjeta electrónica de la habitación y su tarjeta de crédito deseándonos una buena estadía. Caminamos de vuelta al ascensor abrazados como si fuésemos unos románticos totales. Bill marcó el piso 25 y alejó mi rostro de la cámara de seguridad. Nadie dijo nada, este no era terreno neutro. Las puertas se abrieron suavemente y salimos tomados de la mano, con mi rostro oculto tras mi bufanda roja.

-Esta es.

Pasó la tarjeta y abrió la puerta. No era nada del otro mundo. Una cama de sábanas blancas tras una sala de estar con muebles modernos, espejos y lámparas de cristales y un gran ramo de rosas en una mesa central. Cerró la puerta a mis espaldas. Dejé los lentes en un arrimo y tiré la bufanda a un sofá.

-¿Qué quieres comer? –preguntó con el comunicador en mano.

¿Qué quieres comer bebé? ¿Salado? No ¿Dulce? Mmm… sí.

-Té y pastel de chocolate.

-¿Pastel? –Sonrió completamente perplejo con la elección-. Pastel para mi (name) será.

Tras realizar el pedido a la Recepción, se acercó lentamente y retiró mi abrigo oscuro. No sonrió, simplemente miró cada parte de mí como si memorizara hasta los hilos de mi ropa. No había deseo en sus ojos, simplemente me miraba como su mujer. No hacían falta las palabras para saber lo que pasaba por su mente. Tomé su mano besando cada dedo y la puse en mi pecho bajo su atenta mirada.

-También te extrañé cariño –susurré rozando sus labios.

Habría avanzado a más de no ser por el golpeteo en la puerta. Bill besó la punta de mi nariz y abrió la puerta dejando pasar al chico de unos veinte y algo con un carrito lleno de mil delicias.

-Cárgalo a mi cuenta.

El chico deparó en mi presencia y se sonrojó asintiendo. Le sonreí y Bill gruñó algo mientras se acercaba a marcar su territorio con un golpe en mi trasero.

-¡Oye! –me quejé sintiendo la sangre subir.

El chico era listo, y entendió ese lenguaje primitivo. Apresuró su trabajo y tras una cordial despedida se marchó volviendo a cerrar la puerta. Miré a Bill, anonadada con su comportamiento tan temperamental. Una de la venas de su frente se marcó y se volvió a dejar su chaqueta y a ponerse un poco más cómodo.

-¿Y ahora te crees cavernícola? –me quejé sentándome en un sofá blanco con el trozo de pastel en mano. Se me hacía agua la boca y los pies dolían.

-Lo mío nadie más lo debe mirar –sonrió con ese aire egocéntrico que me volvía loca.

-No soy tuya, Bill Kaulitz.

-En media hora más lo serás –se apresuró y quitó mis zapatos poniéndolos en sus piernas al otro extremo del sofá-. Y esta vez no dirá que no escaparás.

Empezó a masajear la planta de mis pies y fue imposible no gemir de placer. ¡Oh Dios! Esto era el séptimo cielo. Tomó un control y bajó a intensidad de la luz y puso música. La bomba de chocolate en mi boca me hacía gemir y los dedos expertos de Bill aliviaban los pequeños calambres en mis pies.

Una imagen vino a mi cabeza. Yo con una panza del tamaño de un estadio de fútbol y el aliviando mis pies hinchados mientras cantaba dulces nanas para el renacuajo que crecía en mi interior… Si eso no era el Edén, nada se comparaba a ello.

-¿Cómo está Alexander? –me sentía culpable. Por haberlo dejado y por no preguntarle a Bill sobre él antes.

-Está ansioso por verte (name). Tomó tu partida como algo que ya esperaba, pero cuando empezaste a tardar aumentó su ansiedad… Creo que este tiempo con él sirvió para conocerlo más y aprender a ser su padre. Es… simplemente mágico.

Lo veía en su mirada, la dulzura reflejada y toda esa alegría parecía acaparar todos los astros. En dos semanas, había actuado como un padre ejemplar y eso me hinchaba el corazón de amor.

-No quiere conocer al hijo de Lily y Gaspard hasta que tú estés presente.

-Alexander es un chico muy dulce por mucho que se haga el duro. Creo que eso lo sacó de ti, Bill. Es tu viva imagen… lo extraño más que a mi vida.

-Y en cuanto a lo de mamá, no quiero que te preocupes. Ella tendrá que entender que ahora mi familia eres tú y Alexander, que mis prioridades cambiaron y que ella no puede hacer nada para cambiar el pasado.

-Ya no seguiré en esto de la mafia y las armas… perdí a Erik y no quiero más muertes a mí alrededor. Ella tenía razón al decir que soy un monstruo, expuse a mi hijo a un mundo insano y horrible, y otros pagaron las consecuencias.

-¿Por eso huiste?... ¿por eso escapaste a Francia?

Lo miré fijamente, viendo el dolor, la tristeza y la profundidad en su mirada. Sus manos ya no se movían, sino que todo el parecía estar atento a una imagen mental que se formaba en su mente y lejos de este espacio y tiempo.

-Necesitaba estar sola, Bill…

-Eso es egoísta y tú no eres así.

-Erik fue un verdadero hermano en un mundo donde destruyen familias… el caso es que necesitaba volver a ser yo, a procesar lo sucedido y a decidir lo que es mejor para mí y para… todos.

Me enderecé dejando el plato ya sin pastel en la mesa de vidrio frente a mí. Probé un sorbo del té y me senté sobre las piernas de Bill. Estaba cansada, agotadísima física y mentalmente, sólo quería tomar un baño e irme a dormir, pero este hombre no se merecía esto después de dos semanas lejos.

Tomé su rostro entre mis manos y le hice mirarme. Memoricé cada detalle, cada lunar, cada expresión, cada línea en sus labios, cada pelusa en sus ojos. El tiempo parecía no pasar por el rostro de Bill, es como si se hubiese olvidado que tenía que envejecer.

-No quiero pelear, cariño. No quiero más peleas, más armas y más mafias.

-No eres un monstruo, (name). Eres perfecta para mí independiente de lo que otros digan. Te amo y nada más importa, tenlo claro.

Sus manos recobraron la vida y se posaron en mis caderas afirmándome en su suave prisión. Deposité un beso suave en la comisura de sus labios y sonreí a ese rostro que siempre me ha encantado.

-Sólo quiero una cosa… bueno en realidad son dos.

-¿Ah sí? –levantó una ceja y me miró atento y dulce como siempre.

-Quiero preocuparme de nosotros, Bill… quiero que seamos felices junto a nuestro hijo.

-Deseo concedido, hermosa… ¿Qué es lo segundo?

Moví mis caderas sugerentemente y acerqué su rostro al mío. Tenía su atención y su sonrisa parecía brillar más. Sus dedos aumentaron la presión y deslicé mis manos hasta su pecho en busca de un poquito de distancia.

-Te quiero a ti, ahora y siempre. Follar contigo, hacer el amor contigo, acostarme contigo, tener sexo contigo… llámalo como quieras, sólo quiero ser tuya Bill Kaulitz –susurré sin perderme detalles de la tormenta en sus ojos café y de la tensión en su garganta.

-No sabes lo mucho que esperé este momento Invasora –sus manos bajaron a mi trasero, marcando el ritmo y estrujando mi piel a través del pantalón.

-Sólo hay una condición –murmuré lo suficientemente excitada.

-¿Cuál? –se detuvo divertido y atento como un niño.

-No me vuelvas a dejar con las putas ganas.

Y esta vez  no hubo más distancias entre nosotros. La prisión de sus manos en mi trasero se hizo más fuerte y sentí su miembro crecer entre la tela. Tomé su boca y enredamos nuestras lenguas y labios en una batalla lujuriosa por el poder. Simplemente necesitaba más de él, y su boca sólo era el inicio de mi viaje por su cuerpo… mordió mis labios y un gemido se escapó de su boca mientras guiaba mis caderas.

-Bill… -gemí con las hormonas disparadas en fuego y sin más control.

Tomó mi cabello y lo soltó exponiendo mi cuello a sus dientes hambrientos de más piel. Todo era fuego entre nosotros. Aproveché de sacar su camiseta oscura y exponer toda esa piel para mí. Dios… tantos tatuajes. Las venas de sus brazos estaban marcadas y yo no hallaba la hora de ir hasta la cama y seguir con nuestro juego previo. Cada mordida suya, enviaba impulsos eléctricos a mis partes más íntimas, humedeciendo las bragas y haciendo palpitar mi clítoris para que rogasen por atención. Oh Dios, necesitaba sus manos ahí, jugando a darme placer.

-Dios, Bill…

Rasguñé su espalda y el soltó un siseo que pareció despertarlo del trance de mi cuello. Subió mi camiseta y vio mis pechos expuestos e hinchados con los pezones erectos en su dirección. Pareció sorprenderse aún más y no dudo en acariciarlos sin dejar de mirar mi rostro ni una vez. Mordí mis labios para contener un grito de placer, porque sólo él llegar a encenderme más.

-¿Y tu brasier? ¿Viajaste así? –me reprochó.

-Empiezan a sofocarme los pechos –me quejé avergonzada.

-Hmm… interesante concepto (name).

Si, un concepto extraño pero era lo que a fin de cuentas sentía. Quizás sea el embarazo, pero mis pechos parecían aliviarse más cuando rebotaban frente a todos. A forma de castigo, mordió un pezón tan fuerte que se me pusieron los ojos llorosos y el me guiñó un ojo divertido.

-Tus pechos son sólo míos, Invasora. No quiero que nadie más se imagine estos lindos pezones o que ni si quiera vea su forma.

Masajeó con sus pulgares y volvió a besarlos viendo cómo me retorcía de placer ante él. ¿Cuántas beses había soñado con este contacto tan caliente? Me sentía sofocada con su contacto, embriagada con cada roce de sus labios  e hipnotizada con su mirada. La electricidad en el ambiente era palpable y empecé a temer en derretirme sobre sus piernas como agua.

Me levantó con una fuerza impresionante enganchando mis piernas a sus caderas y me apoyó contra una pared besando mi boca a un ritmo bestial y caliente. Tiré de mis zapatos como pude y tiré de su corto cabello dirigiendo sus besos a mi cuello.

-Ni te imaginas cuántas veces te imaginé como ahora, Invasora. Así, caliente y gimiendo mí nombre. Sólo Dios sabe todo lo que te extrañé.

Sentí su miembro excitado aumentando la presión en mi vientre y gemí completamente ebria de sus palabras y movimientos. Necesitaba más, mis hormonas de embarazada querían más… más contacto, más piel, más humedad, más sudor, más Bill, más temperatura… más. Salí del enredo de mis piernas en sus caderas y mis manos volaron a la hebilla de su cinturón bajo la atenta mirara de sus ojos ardientes y su boca hambrienta como la de un lobo frente a su presa. Desabroché sus pantalones y el desplazó mis manos por las suyas.

-No te apures, aún nos queda toda la noche para hacerte mía.

-No me pidas eso, Bill. No con lo caliente que estoy.

-A sus órdenes jefa.

Desabroché mis pantalones y quedé sólo con las bragas puestas. Subí a la gran cama blanca probando la suavidad de las sábanas y observando la anatomía bien hecha del hombre frente a mí. Se quitó los zapatos con calma y sin mirarme en ningún momento. Bajó sus pantalones dejando al descubierto su gran y exquisita excitación tras los bóxer blancos, y como si quisiera alargar el momento se puso a ordenar nuestra ropa tirada por todas partes.

-¿Te divierte la vista? –bromeó dejando nuestra ropa un sofá junto a la cama.

-¿Te divierte saber que ya siento las bragas empapadas?

-La verdad sí.

-Tienes un culo que me muero por arañar –gemí acostándome de espaldas exponiendo mis pechos. Él me miró fijamente, sin moverse ni un poquito.

-¿Tan caliente estás?

-Tú me tienes así cariño, no sé por qué te sorprendes si siempre he sido así contigo.

-Supongo que –bajó la mirada a mis bragas que evidentemente estaban mojadas y sus ojos parecieron tornarse más oscuros-… Mierda.

Lo siguiente que vio debió dejarlo en coma a juzgar por su expresión. Abría aún más mis piernas exponiendo mis bragas húmedas sin ninguna vergüenza y empecé a bajar mis manos hacia él. Miré en todo momento su rostro, su excitación y la agitación de su pecho a medida que mis dedos se perdían en la tela de las bragas. Gemí y mordí mis labios cuando mis dedos hicieron contacto con mi sexo ya hinchado y con mi clítoris más que sensible. Mi espalda se arqueó y vi perlas de sudor en el pecho de mi hombre.

Estaba quieto, veía cómo me entretenía sola y disfrutaba de lo que sus ojos veían. No quería acabar, quería incitarlo a seguir, a imaginar el panorama bajo mis bragas. El deseo me inundaba pero lo necesitaba a él más de lo que necesitaba a mis dedos.

-Intenté hacer esto en Francia, cariño –murmuré con mi voz ronca-. Pero no pude.

-¿Por qué? –murmuró totalmente en trancé.

-Oh… porque me hacías falta.

-Mmm… ¿piensas acabar?

Aceleré el ritmo de mis dedos y gemí más fuerte para él. Cerré mis ojos dejándome llevar hasta que sentí un manotazo que sacó mis dedos de mi sexo. Los abrí y Bill rompió mis bragas y se ubicó entre mis piernas mirando con una sonrisa perversa lo que estaba frente a él. Me puse sobre mis codos, atenta a sus movimientos y él, como si intuyera lo que pasaba por mi mente, expuso su lengua y la pasó lentamente por mi vagina sin despegar su mirada de mi rostro. Creí desmayarme de placer al ver su boca empapada de mis fluidos.

-Deliciosa como siempre –susurró.

-¡Dios mío!

Su lengua me penetro, la sentí caliente, traviesa y resbalosa. Sus dedos hacían presión en mis piernas acercándome a él y evitando que me escabullera de la prisión de su boca. No aguantaría mucho ante esa imagen por lo que le supliqué que parara y él obedeció depositando un dulce beso en mí clítoris.

Subió su cuerpo poniéndolo a mi altura y volvió a devorar mi boca a besos dándome de probar de mis propios fluidos. Rodamos en la cama quedando yo encima de él. Besé las heridas que cicatrizaban en su cuerpo y cada tatuaje distribuido en su piel mientras el desordenaba mi cabello y acariciaba la piel a su alcancé. Bajé hasta su miembro, viéndolo con deseo e imaginando su cara a penas mi boca…

-No, para.

Lo miré fijamente impresionada por su petición. Se sentó y me acercó a él con una dulce sonrisa.

-Quiero mimarte, (name). No quiero que pongas mi miembro en tu boca.

-Pero yo…

-Shhh –me interrumpió depositando un dulce beso en la punta de mi nariz-. Déjame adorarte esta noche.

-Bill…

¿Cómo fue que pasamos de querer follar a querer hacer el amor? ¿De qué me perdí? ¿Qué fue lo que pasó? Su sonrisa, ese brillito mágico en sus ojos , fueron los encargado de convencerme y hacer que cediera sin chistar.

Volvió a dejarme en la cama con delicadeza. Se quitó los bóxer dejándome ver su fuerte, dura y gruesa excitación lista y dispuesta para entrar en mi interior. Fue imposible no impresionarme y quedar babeando con la boca abierta, vi en su rostro la burla y supe que mi cara debía estar para un monumento.

-Tranquila, mi hermosa Invasora –se burló con dulzura.

-Por favor Bill –supliqué ya a punto de explotar.

-Shhh… soy tuyo.

Tomó mis manos entrelazando nuestros dedos sobre mi cabeza y su rostro se puso a la misma altura que el mío. Abrí mis piernas y soltó una de sus manos sin perderse detalle de mi rostro. Sentí como tomaba su miembro y lo lubricaba con la humedad de mi vagina de arriba a abajo y gemí.

-Shhh… -repitió sin dejar de verme.

Mis caderas empezaron a revivir y mi pecho a subir y bajar con los jadeos hasta que introdujo lentamente su miembro en mi interior como tratando de no romperme. Ambos aguantamos la respiración ante ese contacto tan íntimo que nos unía una vez más a través de nuestras almas. Era una sensación sublime y que sólo he sentido con Bill. Es como si estuviéramos hechos el uno para el otro por más cliché que suene, nuestros cuerpos siempre han encajado como una pieza de puzle.

-Te quiero (name) –susurró subiendo su mano con las  mías.

-Yo más Bill.

Empujé mis caderas incentivando a que empezáramos con el vaivén de nuestros cuerpos. Besó mi boca ya con más tranquilidad, como si fuera lo más dulce que ha besado y apoyó su frente al lado de mi cabeza, respirando agitadamente en mi cuello. Salió lo suficiente con cuidado, y volvió a entrar en mi interior apretando mis manos. Abrí mis piernas aún más, y besé su hombro viendo las venas que se hinchaban y el suave vaivén de su trasero más abajo.

Estaba extasiada con su piel, su aroma y su cercanía, y si pudiera, me quedaría toda una eternidad con esta conexión. Gemía gustosa de sentirlo en mi interior, de sentir las gotitas de sudor caminar por su cuello y caer en mi pecho, de sentir cómo nuestros pulsos acelerados se mezclaban entre sí. Esto es hacer el amor… ir más allá de lo físico, más allá de idolatrar un cuerpo. Simplemente era amar a Bill. Eso era hacer el amor.

-Me encantas (Name) –suspiró.

Busqué su rostro con los ojos cerrados, depositando un beso en cada parte de su cara hasta dar con su fría boca. Sus manos me liberaron y una de ellas tomó mi pelo, acercando mi rostro al de él. Bebí cada suspiro, cada gemido ronco y cada gruñido emitido por su boca, y él bebió los míos. Nuestras lenguas jugaron embriagadas y con hambre de más a medida que el ritmo de sus embestidas aumentaban.

Lo empujé, sin poder resistir más la prisión de su cuerpo. Quería que me mirara, que viera lo mucho que lo quiero y deseo. Giramos sobre la cama y tomé el control de nuestro vertiginoso juego pasional. Sus manos se deslizaron a mis caderas y pellizcaron tiernamente la piel de ellas. Sonreí a Bill, no podía ser más feliz de lo que ya me hacía, y comencé a moverme sin perder detalle de su rostro, de sus ojos y de cada gota de sudor.

Suspiraba, su quijada se marcaba y gruñía. En ningún momento perdió detalle de mis  movimientos, acomodando mi ritmo a su placer y el mío. Sus caderas seguían a las mías y sus manos ásperas recorrían la piel a su alcance. Olas de fuego empezaron a lamer el interior de mi cuerpo, Bill volvió a ponerse sobre mí y acomodó mis piernas para que las embestidas fueran profundas. El fuego subió y me hacía gemir a medida que el ritmo aumentaba, hasta que mi vista se nubló, mis sentidos se callaron y lo único que pude distinguir entre todo ese placer fueron los ojos de mi amado. Sentí algo cálido en mi interior y su cuerpo aplastó el mío tras un último beso del que apenas fui consciente. No recuerdo la hora en que nos dormimos ni el momento… sólo sé que nuestros cuerpos ardían en la oscuridad, que las sábanas absorbieron nuestro sudor y que nuestros besos jamás perdieron la pasión. Fue la noche más dulce entre nosotros, y sabía que vendrían más en nuestras vidas.

Al despertar, lo primero que sentí fue la prisión de sus brazos en uno de mis pechos y en mi cintura. Sentía calor, la piel sudorosa y las náuseas subían de a poco en mi garganta.

-Diosss…

Me deshice como pude de sus manos y corrí al baño en busca de alivio, de la fría cerámica y de poder aliviar la peor parte del embarazo. Las arcadas no pararon y sentía mis mejillas arder con el esfuerzo, hasta que sentí unas manos frías recogiendo mi cabello y acariciando mi espalda. Vi los astros tras mis párpados, maldije a los dioses del vómito y cuando creía desvanecerme, pararon y me dejaron descansar. Tiré de la palanca  y Bill puso frente a mí un vaso con agua fresca y una toalla mojada en mi frente.

La escena era graciosa, yo apoyada en las cerámicas blancas del piso y la pared, con la cara verde y el estómago cubierto por mis manos. Él, dándome agua fresca, susurrando palabras bonitas y una cara de preocupación terrible. ¿Lo mejor? Los dos desnudos.

-¿Ya estás mejor?

-Ajá –asentí con el ardor en la garganta producto de la bilis.

-Debió tener algo ese pastel de chocolate.

-No creo…

-Pondré un reclamo formal y te traeré una bebida energética para que recuperes sal.

-Bill…

-No te preocupes cariño, te llevaré a casa y Andrea podría revisarte mejor.

-Dios Bill, cállate por un puto segundo.

Las hormonas me hacen maldecir más de lo normal, ¿es eso posible? Mi primer embarazo no fue tan terrible como este, y no estaba tan insoportablemente mal.
Bill me miró completamente descolocado con mis palabras. Me ayudó a levantarme y a lavar mis dientes, luego me acompañó a la cama e hice que se sentara en el borde. Ya no me sentía tan enferma, pero los nervios se volvían a adueñar de mi cuerpo y creía desvanecerme en cualquier momento.

-¿Pasa algo?

-Necesito que me escuches con toda la atención que puedas.

-Eso hago –se encogió de hombros con la preocupación todavía presente en su rostro.

Me acerqué, desnuda y sin perderme detalles de ese cuerpo lleno de tatuajes, de esos labios maravillosos y de esos ojos dulces. Tomé una de sus manos y la puse en mi vientre justo donde nacía el pequeño bulto casi imperceptible.

-Esto es lo que pasa Bill. Hay un pedacito de ti y de mí que me despierta en las mañanas y que me tiene acampando en el baño.

No fue lo más cursi, pero fue lo primero que salió por mi boca. Sus ojos cambiaron, la confusión invadió su cara y pestañeó rápido al tiempo que formulaba una pregunta que nunca salió por sus labios.

-Cariño estoy embarazada. Tendremos un bebé, papá.

Si pudiera describir el inmenso arcoíris  que vi pasar por sus ojos, las palabras no serían suficientes para cubrirlo. Mis ojos se llenaron de lágrimas y su mano empezó a acariciar mi vientre siendo consciente de la pequeña vida que crecía dentro de mí. Me acercó a él y besó mi vientre, humedeciendo mi piel con las lágrimas de sus ojos.

-Gracias, (name). Es lo más hermoso que me puedes decir –murmuró.

Me senté en sus piernas y lo abracé con todas mis fuerzas, celebrando la alegría de poder decírselo a él antes que a nadie.

-Pero anoche tuvimos…

-No le hará daño al bebé, está lo suficientemente protegido como para que le hagas daño.

-Mmm… dicen que aumenta el libido con el embarazo –besó mi hombro y continuó el camino hasta mi boca-, pero no quiero hacerle daño a nuestro hijo.

-Oh, Bill… ni te imaginas las ganas que he tenido de tener sexo hasta en un baño –me reí de mis propios pensamientos-. El embarazo me pone más caliente que nunca.

-Uff… tendré que ir al gimnasio y estar en forma para ti. Pero el bebé…

-Estará bien.

Besé sus labios apasionadamente, refregando nuestros cuerpos hasta sentir la respuesta de su erección caliente en mi vientre. Vi en sus ojos el deseo, pero más allá vi la felicidad de empezar el día con una noticia diferente, nueva y que nos uniría más como pareja, y como familia.

Introduje su miemro en mi interior, sin su permiso, y comencé a moverme despacio sobre él, dejando que sus manos controlaran el ritmo e hicieran de mi piel su mayor encanto.

-Seremos los mejores papis del mundo –susurró con voz ronca.

-Ya lo somos, cariño.



*                       *                     *


-Esperen… ¿un hermano?

-Todavía no sabemos lo que es Sascha, es demasiado pronto.

-¡FELICIDADES! –gritó Andrea.

-Por fin tendremos el honor de verte en cinta, Invasora – se rio Tom abrazándome.

Todos los presentes parecían encantados con la noticia de un nuevo miembro en la familia, pero me importaba más la reacción de Alexander. Después de hacer el amor luego de la noticia, nos duchamos y comimos en nuestro nido de amor. Todo fue alegrías, amor y cariño, pero la realidad nos esperaba y volvimos a casa lo antes posible. Bill notó el libro sobre embarazos que estaba en mi bolso y prometió ser el mejor padre. Al llegar a casa, nuestro hijo nos recibió con la sonrisa más hermosa del mundo y el abrazo más acogedor que podía recibir, pero ahora… ahora su carita había cambiado.

Los demás notaron la tensión en el ambiente y se excusaron yendo a la cocina para ayudar preparar la cena o ir al pequeño estudio del final del pasillo o a comprar. Tomé el brazo de mi hijo y lo atraje a mi lado. Dios, ¿en qué momento había crecido tanto el pequeño niño que se escondía entre las sábanas de mi cama en las noches de tormenta? Miré a Bill y por primera vez pude ver en calma el parecido en ambos. Era una versión joven de quien un día conquistó mi corazón, con cabello rubio oscuro y ojos más despiertos.

-Sascha no quiero que pienses que…

-¿Qué me dejarán de lado ahora que somos una familia? –me interrumpió con la franqueza de siempre.

Miré de nuevo a Bill, pero el también parecía estar obnubilado con el hecho de encontrarnos todos reunidos. Era una imagen sacada de un sueño, y quise tirar de mi piel para ver si soñaba.

-No es eso lo que pienso, ma –sonrió débilmente y enganché su mano con la mía, pues no lo quería dejar ir de mi lado-. Creo que es algo arriesgado pensar en agrandar la familia ahora que la prensa parece estar dispuesta a atravesar paredes. No ha pasado mucho desde lo que pasó con Pantera y esto me parece muy… precipitado.

-Si es por la prensa, no te deberías preocupar, hijo. Reforzaremos el equipo de seguridad y, si quieres, podemos mudarnos a una casa lejos de todo el ajetreo y los flashes –dijo Bill, aún sin parar de sonreír después de la gran noticia de esta mañana.

-Y yo me alejaré de las mafias, desapareceré y puede que hasta crean que fallecí ese día. Son muy pocos los que saben que yo estuve involucrada.

-Pero no hace mucho estabas de misión en misión. Mamá, no eres cualquier persona, eres la Invasora.

-Pues a partir de ahora la Invasora morirá en nuestras vidas. Si tengo que pasar una temporada con pelucas, o encerrada en nuestra casa, lo haré. Pero a partir de ahora seré tu madre, no una espía de tiempo completo.

-Lo siento ma, pero después de todo lo que hemos pasado, no creo justo confiarnos de todo. Lo del tío Erik… y todas esas personas que murieron… yo…

-Les propongo algo –dijo Tom, apareciendo y sentándose junto a Bill, frente a nosotros-. Permanecerán acá hasta que el bebé nazca. Si (name) quiere salir, usará pelucas, lentes de sol y cosas que cubran su rostro. Pero sería bueno que compartiéramos en familia, que ustedes aprendan a convivir como familia y ya cuando nazca mi futura sobrina deciden estar acá o comprar una casa a las afueras de la ciudad… ¿les parece?

Era una propuesta cuerda. La casa de por sí ya era grande y ante cualquier emergencia podía contar con Andy, Rebbeca y Lily.  Bill podría estar tranquilo, Alexander compartiría con su prima y Bianca, además de compartir en calma todo el tiempo que no estuvo con ninguno de los Kaulitz. Ahora debía pensar por mi familia, no por mí. Y esto era lo mejor para todos ellos.

-¿Cómo sabes que será niña? –pregunté sonriendo.

-Mi intuición nunca falla.

-Pues yo digo que será un niño, una versión pequeña y traviesa de Alexander.

-¿Quieres apostar hermanito?

-Cien euros.

-¿Ciento cincuenta?

-Hecho.

-Así que… seré hermano mayor. Guau… ma, ya quiero ver cómo te llenas de arrugas con tantos pañales y más preocupaciones.

-¿Te agrada la idea de tener un hermano? –murmuré ansiosa ya de abrazarlo.

-Claro que sí. Creo que llega en el momento justo para unir a nuestra familia y levantar los ánimos.

No aguanté más, abracé a mi hijo o mejor dicho, lo estrangulé sin importarme sus quejidos. Me alegraba tanto ver cuánto había madurado y lo bien que había recibido la noticia. Había pasado por tanto en tan poco tiempo que parecía increíble la calma con la que se había tomado todo. Las lágrimas saltaron solas, y mis hormonas hicieron que el llanto fuera más fuerte. Bill se rio y murmuró “son las hormonas” y lo que sólo me puse a llorar en el hombro de mi amado hijo.

-¡Mierda no respiro! –se quejó.

-No maldigas Alexander Kaulitz –lo reté sin parar de sonreír, con las lágrimas en los ojos.

A partir de hoy, los días serían cada vez más felices. Llenos de sonrisas y llenas de alegrías para todos. Todo era como siempre debió ser, y es que a veces debías pasar por toda la tormenta para poder apreciar el sol en tu vida.


No cambio nada en mi vida. Los golpes, las torturas, las balas, las heridas, el sufrimiento, los momentos de terror, la pérdida de mis amigos y mis padres. La vida es una contante caja de pandora, que nos enseña a ser más fuertes, a resistir los golpes y superar todo obstáculo que nos pone, ¿acaso no sería lo suficientemente aburrida si todo fuera como un arcoíris?. Todo tiene su razón de ser, incluso la muerte de aquellos inocentes. Cada día está lleno de altos y bajos, lo importante es jamás darse por vencido, salir a flote, ver el pasado con una sonrisa y mirar siempre al futuro lleno de días diferentes con personas por conocer, situaciones por vivir, risas, llantos y por sobre todo, amor. La vida no está hecha para sobrevivir, sino para amarla.



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Más de un año sin publica, pero les prometí finalizar esta historia. Agradezco a quienes me han buscado en mis redes sociales, a quienes me contactaron para contarme sus experiencias con lo que creí que sería una simple historia que de cierta forma se asemeja a la mía. 

Este no es el final, aún me queda la última publicación. La historia, este fic, fan fic, o como deseen llamarles, es DE USTEDES. 

Ya con 22 años, titulada de Ingeniería, y con otras metas en la cabeza, les agradezco cada comentario. Y espero que disfruten este capítulo accidentado y tardío.

Gracias eternas por leer y espero que disfruten.

Nina

jueves, 5 de mayo de 2016

Sigo con vida!

Lamento mi ausencia durante todo este tiempo mis queridas lectoras. No tengo excusas. Sigo escribiendo el fic aunque me cuesta un montón liar las ideas y darle forma a lo que será el final.

Empecé a preocuparme cuando mi cuenta de Blogspot fue bloqueada y el diseño del blog se perdió, así que he decidido retomar las riendas del fic y revivirlo para darles el final que ustedes se merecen desde que inició la historia de la Invasora hace ya unos 6 o 7 años atrás.

Gracias por los comentarios, la espera, y las visitas al blog. 

Atte. Nina

miércoles, 14 de octubre de 2015

Capítulo 65 (Tercera Temporada)

BILL

-Yo me voy ahora y no planeo volver hasta dar con ella –gruñí empujando a Thomas.

-No seas impulsivo, Bill. Ella puede volver en cualquier momento. Recuerda lo que le dijo a Rebbeca, que uno de estos días volvería.

-Ya me cansé de esperar, ¿no estarías igual si se tratara de Andrea?

-Piensa en Alexander, por favor.

-Alexander necesita a su madre y…

-Y a ti. Ahora eres padre, Bill. Y tus decisiones trascenderán en las acciones de tu hijo.

-Mi hijo quiere a su mamá de vuelta y yo no me negaré a ello.

Miré fijamente a mi hermano, dispuesto a pelear por lo que estaba a punto de hacer. Traería a (name) arrastrando si ella se negaba a volver, y él no me lo impediría. Algo cambió en su semblante después de mirarme fijamente en silencio. Se relajó, suspiró y me abrió paso hasta la puerta de mi auto, ofreciéndome además las llaves. Yo también me relajé y desempuñé mis manos. Sonrió satisfecho y me dio unos golpes en la espalda típicos de él.

-Cuidaré a Sascha por ti. Y llámame cuando estés con ella.

-Gracias, Tom.

-Supongo que para eso están los gemelos… para hacer estupideces por igual.

-Asegúrate de que Alexander coma bien y…

-Oye, también soy padre –se rio.

-Cuídalo bien, Tom… por favor.

El aeropuerto estaba a una hora de casa. Con suerte, si no había demasiado tráfico llegaría a tiempo por la autopista. Miré la hora de mi teléfono, y calculé que llegaría como a las diez de la noche al aeropuerto, casi al mismo tiempo de la salida de mi vuelo. Las manos me sudaban de las ansias de ver a (name) y poder de una vez tenerla en mis brazos.

Extrañaba todo de ella… su piel, su voz, su aroma, su cabello, su risa, su mirada… la lista es infinita. Mi cuerpo y mi alma ansiaban estaban cerca de (name), como si de una droga se tratase. Sí, era adicto a ella. Tendría que controlarme a penas la viera, porque ahora mismo me siento como un salvaje en una jungla. Una jungla de luces y cemento. Mierda, puto tráfico…


INVASORA

-¿Desea café, té de hierbas, agua, whisky o…?

Me volví hacia la chica frente a mí. No debía superar los veinticinco años y sonreía amablemente mientras esperaba mi respuesta. Con su uniforme perfecto y el maquillaje fijo, conquistaría a cualquier pasajero sin importar su edad o sexo. Suerte que no tengo ese tipo de preferencias sexuales.

-Agua, por favor.

En un vaso de cristal me sirvió agua envasada y dispuso una servilleta de tela con el nombre de la aerolínea bordado sobre la mesa frente a mí. Le sonreí divertida por su cordialidad y le agradecí despidiéndola para que siguiera ofreciendo bebidas a los demás pasajeros. La clase económica se encontraba llena de familias y turistas que dormían plácidamente en sus estrechos asientos, apuesto a que hasta en sus sueños envidiaban la comodidad de la Primera Clase. Yo no. Había decidido viajar en Clase Económica para no ser reconocida por posibles mafiosos o personas de las demás mafias.

Sentada junto a la ventana en una corrida de tres asientos en la mitad del avión, no me había perdido detalle alguno del viaje debido a los ronquidos de la turista coreana en el asiento de atrás y a alguno que otro susurro que preguntaba cuánto faltaba para llegar. Pero no fue tortuoso. Las luces de las ciudades que dejábamos atrás en la noche parecían estrellas que saludaban a todo avión que cruzaba los cielos. Nunca me había fijado en esos detalles por más vuelos que había tomado en mi vida. No podía ver las estrellas, pero la tranquilidad que me producía el pasar de las luces y las nubes, era impagable.

Había leído un libro ilustrado sobre la maternidad, resaltando las partes importantes que podrían fortalecer a mi bebé. Dios, ¿cómo le diría a Bill? ¿Qué me diría él? ¿Y Alexander? Tendría un hermanito o hermanita a quien cuidar. Estaba nerviosa, ansiosa y temerosa… ¿cómo me recibirían? Bill debía estar enojado porque no era la primera vez que lo dejaba sin dar explicaciones o una localización exacta de dónde estoy… dieciocho años antes ya lo había hecho.

El avión había aterrizado por una hora en Bruselas, debido a que los vuelos del aeropuerto de Berlín estaban atrasados y debían esperar al despeje de las pistas de aterrizaje. Aproveché de visitar las tiendas del aeropuerto en busca de productos novedosos y alguna que otra chuchería llamativa. Cuando entré de nuevo en el avión y daban el anuncio de apagar los teléfonos, envié un mensaje a Rebbie diciéndole que iba camino a Berlín y que llegaría en una hora o dos al aeropuerto. Me puse los audífonos y reproduje una vez más la película en la pantalla frente a mí.

Pero mi cabeza no descansaba. Las imágenes de Bill cuando íbamos camino al hospital. Aquella parada en los baños de la estación de gasolina. Sus manos tocando mi piel, aquella extraña sonrisa que me dio cuando se deshizo de mi ropa… Dios, extrañaba tanto estar cerca de él. Y si no era por el embarazo, juraba que mi apetito sexual había aumentado drásticamente después de aquella visita al doctor en París.


BILL

Puto sistema de vuelos, me tiene hasta los huevos. Estaba en la sala de embarque esperando a que llegara de Italia el puto vuelo que me llevaría a París. A penas informaron por los parlantes y las pantallas que todos los vuelos venían con retraso debido a una tormenta en el Caribe que había ralentizado la carga aérea, empecé a preguntarme si el karma de toda mi vida se había acumulado ahora cuando más lo necesitaba.

Había llamado a Tom para cerciorarme de que siguiera al pie de la letra las instrucciones que le di y que me asegurara de que Sascha estaba bien y había comido. El muy imbécil compró tres pizzas extra grandes porque no quiso cocinar y Andrea estaba de turno en el hospital. Dios, esto no podía ser mejor.

Nada podía ir mejor… ¡nada! Lo único bueno fue que me pude conectar a la red inalámbrica del aeropuerto y pude responder los correos había recibido estos últimos días sobre los negocios en la disquera. La concentración que dediqué a ello disipó la ira, pero mis pensamientos seguían direccionados a dar con (name).

Cuando apagué la laptop, me recosté en los asientos de la sala de espera sin importarme ser reconocido o no. Miré fijamente el techo e imaginé lo que le diría a penas la viera.  Empezaría con un “te amo incluso cuando me fastidias la mayor parte del tiempo” y terminaríamos en la cama, yo entre sus piernas y ella gimiendo mi nombre… como en los viejos tiempos. Oh, mierda. No podríamos en la casa porque está nuestro hijo. Bueno, iríamos a un motel y… No, lo importante es que ella esté bien y no mi calentura. Eso ya podría esperar.

Pero llegó a mis recuerdos la imagen de ella, cuando llegó a mi casa totalmente ensangrentada cuando vivíamos en Los Ángeles. No quería verla herida de nuevo, y esa era una decisión rotunda. Si volvía a ver su cuerpo dañado, me querellaría contra cualquier imbécil sin importarme si pertenece o no a una mafia o cuántos estén cuidando sus espaldas. Nadie más le podría hacer daño mientras yo esté con ella. Juro por Dios que la cuidaré hasta los últimos días de mi vida.

La forma de los asientos acabó por dañar mi espalda y volví a sentarme correctamente sin descuidar mi equipaje de mano. ¿Cuánto faltaba? Se me hacía una eternidad esperar el puto avión. Sentía los párpados pesados y escuchaba a ratos la voz neutra y aburrida en los parlantes dispuestos casi en cada rincón del techo. Escuché la música de mi teléfono, lo que ayudó a que despertase un poco.

-¿Tom?

-¿Sigues en Berlín?

-Sí… ¿Pasó algo? ¿Está Alexander bien?

-No me lo vas a creer pero es mejor que no muevas tu puto culo del aeropuerto.

-Tom, no maldigas frente a mi hijo.

-Da igual, Bill. Seguro que tú no maldecías a los dieciocho. Tenías boca de camionero, ¿o no lo recuerdas?

-Eso ya fue hace mucho… ¿me quieres decir por qué debo permanecer acá? Honestamente tengo el trasero plano con tanto esperar a que llegue el puto vuelo.

-(Name) llamó a Rebbeca de nuevo.

-¿Yaaaa…?

-¡Viene en camino!... presta atención al vuelo que venga de Brucelas porque en ese viene ella.

-¿No era que estaba en París? –ya había logrado despertarme completamente.

-Si pero con el retraso tuvieron que parar en Brucelas. Lo bueno es que ya viene en camino, así que no te pierdas ni pegues un ojo, hermanito.

-Vale.

Sólo bastó escuchar las palabras de Tom para volver a despertar. Ella venía en camino, por lo que no sería necesario buscarla por toda Francia. Sentía las ansias de volver a verla recorriendo mis venas mezclada con la adrenalina del momento. Corrí a cancelar mi vuelo inventando una excusa de negocios. Claro, siendo Bill Kaulitz accedieron a cancelarlo, por lo que esta vez la esperé cerca de la Salida de Vuelos Internacionales. De acuerdo a la pantalla con el horario de los vuelos, sólo faltaban 45 minutos para que llegara el vuelo de Brucelas. Me cercioré preguntando en Informaciones si correspondía al mismo que venía de Francia y me lo reafirmaron.

Imaginé cien veces el momento. Ella llegando con sus cosas y de repente me ve y se lanza a mis brazos… como en las películas. ¡Llega ya! Sólo quiero sentirte en mis brazos donde deberías estar por siempre. La espera se hace eterna cuando lo único que quieres se encuentra a 42 minutos de distancia y sobre las nubes. ¿Impaciente? Sí, es mi segundo nombre.

Me puse los lentes de sol y uno de mis gorros de lana intentando mimetizarme un poco en la sala de espera mientras hojeaba revistas sin ver el contenido ni animarme a interesarme en algo. Sólo pensaba en mi eterna Invasora, en mi amada (name). Volví a mirar la hora. Sólo han pasado dos minutos… Dios, ¡esto es una tortura!


INVASORA

-Señores pasajeros, bienvenidos a la ciudad de Berlín en Alemania. Lamentamos los inconvenientes climáticos durante el viaje, y esperamos que sigan prefiriendo nuestros servicios. Les deseamos la mejor de las estadías –atrás de toda esa carcaza de maquillaje e impecables peinados, el leve rubor y las disculpas parecían ser sinceras por parte de las azafatas.

Algunos pasajeros las felicitaron por la buena atención y otros las ignoraron con toda la prisa del mundo. Tomé mi equipaje de mano, que consistía en un bolso y una bufanda turca de seda. Era todo mi equipaje. Y dentro del bolso guardaba pulcramente doblado el vestido que había comprado en París, junto con mis documentos, vitaminas para embarazadas y el libro que había leído en el vuelo. No tenía teléfono, por lo que tendría que tomar un taxi para volver a casa o al departamento.

Sonreí y me despedí cordialmente de las azafatas que habían asistido al vuelo, introduciéndome en el túnel que conectaba al avión con el aeropuerto. Caminé lentamente, sin apuros, pensando en cómo justificaría mi tiempo de ausencia y en cómo reaccionaría Alexander al verme. No lo negaba, estaba muy nerviosa.

Ingresé a la Aduana, pasé el pasaporte con mi nombre verdadero e hice todos los procedimientos legales. Tras aceptar mi ingreso al país, caminé a paso apurado a un baño. ¿Qué hora era? Un poco más de medianoche. Amarré mi cabello en una cola alta, y lavé mis dientes y mi rostro con agua fría. Sentía el cuerpo frío, totalmente helado y rogaría por algo caliente. Pero eso podía esperar por ahora. Sólo me interesaba tomar un taxi, volver a casa o pasar la noche en un hotel, y ponerme en contacto con Rebbeca temprano en la mañana. Ella seguramente podría ayudarme a ver a mi hijo sin ganarme una ola de reproches por mi ausencia.

Salí del baño buscando la salida, pero al no dar con ningún letrero visible, sólo seguí al montón de gente que hablaba en distintos idiomas y que cargaban sus equipajes con lentitud. No tenía prisa alguna. A lo lejos, divisé el letrero que indicaba la salida de los vuelos internacionales rodeado de gente con letreros, banderas, brazos alzados y levantada en puntillas para ver si venía la persona o las personas que esperaban. A mí nadie me esperaba, por lo que traté de pasar rápidamente al gentío evitando empujones y codazos, además de gritos y tantos letreros.

Cuando era espía, uno de los hombres de Pantera me esperaba siempre en cualquier aeropuerto con un auto blindado y las últimas noticias del mundo de la mafia. Ahora rogaba por un taxi, y por no hacer una fila tan larga o no esperar demasiado por uno.

Algo me detuvo, y no me dio tiempo para reaccionar. Sentí la presión en mi brazo que me obligó a girar mi cuerpo. Por un momento, mi corazón se detuvo por el susto, por un momento olvidé lo que era respirar.

Conocería esa sonrisa hasta en el lugar más concurrido del mundo. Sus brazos apresaron mi cintura con ansiedad y yo me presioné a él automáticamente, ignorando a quienes nos veían. Estábamos en nuestro pequeño mundo, en nuestra burbuja. Todo el frío que en algún momento sentí desapareció de mi cuerpo. Se quitó los lentes de sol que debían haberlo mantenido en el completo anonimato junto a ese gorro que cubría su cabello, y admiré la luz de sus ojos como si fueran en sol de mi existencia. Me miraba a mí, a nadie más. Miraba más allá de la que alguna vez fue una asesina. No había odio, molestia ni enojo en su mirada… sólo amor.

-Bienvenida –murmuró tan bajito y tan cerca de mis labios que me obligué a tragar saliva.

Tomó mi equipaje de mano, y deslicé mis brazos por sus hombros, correspondiéndole al abrazo. Me sentía en las nubes, con la mente en blanco, el corazón latiendo a mil. ¿Un taxi? No, el destino había sido amable conmigo y me trajo a Bill.

-Perdóname Bill, yo… debí decirles dónde estaba. Debí…

-Ssshhh… ya no importa. Todos están ansiosos por verte y no te juzgarán como lo hizo mi madre.

-¿Cómo…? –No se lo había mencionado a nadie, pero él lo sabía de igual forma que hubiese sido testigo de las crueles palabras de Simone.

-No importa, mi Invasora. A partir de ahora no te alejarás nunca más de mi lado.

Vi la seguridad en sus palabras, la certeza en su mirada y dulzura en su voz. Era el Bill que amaba… aquí y ahora. Mi corazón dolía con el revoltijo de emociones emanando de él. Cerré los ojos, guardando sus palabras en lo más profundo de mi mente y corazón, absorbiéndolas lentamente como uno de los mejores recuerdos de mi existencia.

Sus labios rozaron sorpresivamente los míos, capturando entre ellos al inferior, incentivándome a corresponderle en la dulce danza de nuestras bocas. Amaba sus labios, su sabor y la forma en que su lengua delineaba mis labios como si fueran pétalos de rosas. Su mano amoldaba el costado de mi rostro, enredando sus dedos en mi cabello para aumentar nuestra cercanía, mientras la otra tomaba mi cintura y presionaba mi cuerpo al de él con suavidad, como temiéndome que me rompiese.

-Amo tus besos –murmuró con la voz ronca y una sonrisa encantadoramente torcida-. Pero no quiero exponerte a mi mundo.

Señaló con la mirada a un costado de nosotros. Efectivamente, había un poco de prensa agrupada en la entrada de la zona de estacionamientos que apuntaba sus cámaras hacia nosotros descaradamente. Tomó la bufanda turca, y la usó a modo de manto para cubrir mi cabello, dejando descansar uno de los extremos de ésta sobre mi hombro izquierdo. Yo aún estaba lo suficientemente anonadada con el beso como para hablar. Descolgó los lentes de mi camiseta y me los puso con sumo cuidado de no causarme daño alguno. Él por su parte, se puso los suyos y besó mi mano antes de entrelazar fuertemente sus dedos con los míos.

-Confía en mí –murmuró.

Avanzamos a pasos rápidos bajo la mirada de algunos curiosos que parecían haber reconocido a Bill. Desperté de mi ensueño y con la mano libre, tomé firmemente su brazo evitando separarme de él entre toda la gente. Las puertas automáticas se abrieron y dieron señal de nuestra salida a todos los periodistas de la farándula que parecían ansiosos de nuestra llegada. Muchas cámaras dispararon sus luces en mi rostro y en el de Bill, pero ninguno de los dos dijo palabra alguna mientras avanzábamos.

Todas las preguntas, sin excepción, preguntaban sobre mí. Especulaban sobre mi nombre, nuestra relación, mi profesión y un montón de cosas que jamás creí posibles. Bill sólo respondió a una, y fue tajante en su respuesta.

-¿Oye Bill esta es una de tus nuevas andanzas europeas?

-No.

Eso pareció mantenerlos contento. Una simple negación de la cual podrían obtener una plana completa en los periódicos estrafalarios. Unos guardias del propio aeropuerto los mantuvieron alejados de nosotros al notar que la salida empezaba a ser un caos con la presencia de la prensa rosa. Nosotros, ya más tranquilos, caminamos hacia el auto de Bill con nuestras manos tomadas pero sin descubrir nuestros rostros.

-Estás fría –murmuró desactivando la alarma del Audi.

-Tengo frío –reconocí quitándome los lentes.

Repentinamente, en dos zancadas rápidas y violentas, me tuvo aprisionada contra la puerta de su auto. Presionó nuestros pechos y en ningún momento pude notar su mirada para saber sus intenciones. Sentí su miembro, fuerte, firme y duro haciendo presión en la parte baja de mi vientre. Habría gemido, habría gritado de ser posible, pero nada de eso salió por mi garganta.

-Juro que si vuelves a desaparecer de mi lado, no tomaré en cuenta el lugar donde nos encontremos y me aseguraré de que no puedas mover ese exquisito trasero por unas buenas semanas, (name) –movió su pelvis aumentando la presión de nuestros cuerpos, y una de sus manos jugueteando con mi pezón izquierdo sobre mi ropa. Tuve que tragar saliva y recordar mantener la boca cerrada para no ponerme a gemir.

Su boca cayó con fuerza sobre la mía, dejando atrás la efusiva dulzura de hace unos momentos. Era un beso cargado de necesidad, de ansiedad y de hambre de más. Se retiró y volvió a presionar con mayor firmeza doblando un poco las rodillas hasta llegar a mi parte íntima y rozar su miembro en ella sin cuidado de que nos vieran.

Era excitante este juego en el estacionamiento del aeropuerto, tanto que podía sentir mis bragas húmedas y mi sexo sensible y listo para la penetración del miembro de Bill. Sentía la garganta seca, la mente nublada y mis sentidos completamente orientados hacia el hombre frente a mí. Tomé la mano que descansaba sobre mi pecho y obligué a poner distancia al roce, a los besos y a las caricias avariciosas de sus manos.

-Bill…

-(Name), puedo sentir tus ganas –su voz era un susurro ronco, pero me puso los pelos de punta inmediatamente. Su mano viajó al interior de mis bragas sin mi autorización y tuve que morder mi lengua y aferrarme a su cintura para no caer-. Dios… estás lista.

Uno de sus dedos se adentró en mí y creí desvanecerme en el auto. Podía escuchar mis jadeos y tuve que apoyar la cabeza en su pecho para evitar su sonrisa, pero creo que fue peor… la vista de su mano tatuada en el interior de mis pantalones, era extremadamente excitante. Las venas marcadas, y el suave movimiento de sus músculos parecían una obra de arte viviente.

Estaba sofocada, muerta de calor. Mis caderas se movían el compás de sus dedos en círculos y mis pechos parecían empujar audazmente hacia el pecho de Bill. No aguanté más y  solté un gemido suave que se mezcló con el sonido en un avión aterrizando. Acarició mi clítoris y casi vi las estrellas.

-¿Tienes frío ahora? –murmuró en mi oído tomando el lóbulo entre sus dientes -. No tengo ningún problema en hacer que te corras ahora mismo, mi querida Invasora… ¿no es eso lo que quieres?

Los círculos en mi clítoris aumentaron y sentía mis piernas tensas y el fuego creciendo en mi interior. Estaba tan húmeda que ni si quiera noté el ingreso de otro dedo hasta que Bill susurro “dos” en mi oído a la espera de mi respuesta.

-Ah… te quiero a ti, Bill.

Oh… lo sentía venir… esa oleada que me dejaba en blanco y encendía mi cuerpo en llamas. La sentía cerca y creo que Bill también podía leer mi lenguaje corporal. Le rogué por más, gemí en su oído y seguí el ritmo de sus dedos, pero…

-Bien. Supongo que logré lo que quería.

¿Qué…? Sacó sus dedos y limpió su mano en su pantalón al tiempo que abría la puerta del copiloto y me invitaba a entrar. Estaba perpleja, sorprendida y totalmente confusa. Hace un momento atrás estaba a punto de alcanzar el orgasmo con los dedos mágicos y expertos de Bill, y ahora estaba caliente, húmeda y adolorida, y lo peor de todo, sin orgasmo.

-Vamos, entra (name) –su sonrisa de estrella de rock tras los lentes, era tan radiante que sentía la rabia hirviendo en mi interior-. Te puedes enfermar y ya no quiero pasar por un hospital nunca más en mi vida.

-¿De qué se trata esto Bill? –había clara molestia en mi voz, por lo que no podría simplemente dejarlo pasar-. ¿De qué se trata este jueguito de dejarme con las ganas y exponerme en un estacionamiento público? ¿Cuál es tu problema, Kaulitz?

-Bueno, ahí lo tienes. No quiero exponer a mi mujer a la prensa o al público a menos que ella lo desee –Cerró mi puerta y caminó alrededor del auto hasta la puerta del conductor y entró con seguridad.

-¡Pero lo deseaba! –chillé sintiendo la frustración creciendo.

-No –sonrió arrancando sin despegar la mirada de los espejos retrovisores mientras salía del estacionamiento-. Lo que tú deseabas era correrte en la vía pública… realmente no pensaste en sentirte expuesta, sino en la excitación que te hice sentir.

-¿Y qué querías conseguir excitándome? ¿Dejarme con las ganas? ¿Humillarme? –No entendía a Bill, para nada.

Salió del aeropuerto esquivando los últimos flashes de las cámaras y tomó la autopista que a estas horas no tenía tanto tráfico. Ya más relajado, prendió el aire acondicionado y apretó mi muslo izquierdo antes de regresar su mano a volante.

-Me encanta verte furiosa –sonrió de oreja a oreja-. Quería que te calentaras porque tenías frío. Y no hay nada mejor como el calor corporal.

-No fue la mejor manera, Bill. Acabo de llegar y lo primero que haces es frustrarme… no es muy acogedor.

-¿Entonces quieres tener tu orgasmo de vuelta? –Algo en mí se encendió, pero lo apagué con la molestia del momento-. Si quieres puedes bajar el cierre de tu pantalón y…

-No –lo detuve con seguridad poniendo una pierna sobre la otra-. Quiero llegar a casa y descansar. 

Fue un viaje muy largo y estoy agotadísima.

-Mmmm… no quiero que te molestes más pero no iremos a casa ahora.

-¿Por qué?

-Porque quiero estar contigo a solas. Aún hay cosas que tenemos que hablar, (name). Y no quiero esperar a que amanezca o a que te vuelvas a escapar para hacerlo.



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Lamento la demora, pero no he tenido mucho tiempo libre y sólo escribo a ratos. Espero que sigan leyendo y comentando el fic. a pesar de mis faltas :(